25 febrero, 2016

CUARTA PARTE DEL PADRENUESTRO (Respuesta al de Ada Colau)



Esta es la continuación de tres artículos anteriores sobre el padrenuestro de este mismo blog.

4. LA VOLUNTAD DE DIOS

El «padrenuestro» en el evangelio de san Mateo tiene dos partes, la primera en referencia a Dios y la segunda a los hombres. La referida a Dios, a su vez, comienza dirigiéndose a Dios como «Padre»; luego le pide que llegue el Reino y, por último, acepta con humildad que «se haga la voluntad de Dios». Ahora bien ¿en qué consiste la voluntad de Dios? Este ejercicio es duro, pues supone una maduración en la fe y purificar, incluso con mucho dolor, nuestra imagen de Dios. Job, al final de su libro, después de haber pleiteado con Dios dice: ‘Te conocía sólo de oídas, ahora te han visto mis ojos’ (Job 42,5). La fe en Dios, y la aceptación de su voluntad es un camino que no ahorra disgustos, sufrimientos, incomprensiones, e incluso dolor.

4.1. Distintos aspectos de un problema cierto y abierto

¿Qué no es la voluntad de Dios? Podemos rastrear la Sagrada Escritura en busca de textos del Antiguo y del Nuevo Testamento. No olvidemos, como ya hemos indicado, que para esto es fundamental que dejemos por sentado qué imagen tenemos de Dios. El Padrenuestro dice que Dios es «Padre». Por eso, lo primero que podemos decir es que la «voluntad de Dios» nunca puede ser «antihumana», porque creemos en un Dios que «crea» al ser humano para que viva, lo «bendice» y lo hace «a imagen y semejanza suya» (Gén 1). Un Dios que construye y destruye a su antojo, malhumorado y caprichoso; que tiene al hombre como marioneta de cartón piedra, para divertirse; no es el Dios cristiano, no es el Dios de Jesús.
Tampoco podemos decir que la voluntad de Dios sea una simple aceptación sin más de los deseos del ser humano, como si él tuviera que obedecer a pie juntillas nuestros deseos. Por dos razones: primera porque si así fuera, Dios dejaría de ser Dios y sería un «super héroe» que hace lo que le pidamos, que llega donde nosotros no llegamos; el «primo de Zumosol» que utilizamos como escudo cuando lo necesitamos. ¿Pero Dios es sólo el que llega donde nosotros no llegamos? Una imagen así de Dios es aún muy infantil (que busca al hermano mayor que le defienda) o pagana (Dios es el que nos defiende de los enemigos). La segunda razón para no aceptar que la voluntad de Dios sea simplemente un reflejo de la nuestra la entendemos sólo con mirar honestamente nuestro corazón: ¿quién no ha deseado en el fondo de su corazón la venganza, la destrucción de los enemigos, el ajuste de cuentas? Si Dios cumple nuestra voluntad, sea la que sea, Dios deja de ser Dios para ser un «pelele» en manos de los hombres.
Tus planes no son nuestros planes. Una experiencia humana es que no siempre se cumple lo que queremos; ni desde un punto de vista humano ni tampoco religioso. Popularmente se dice que a veces ‘echamos cuentas y nos salen collares’.
Cuando decimos que se «cumpla» la voluntad de Dios aceptamos que él tiene un plan para nosotros, que no somos un «número» sin rostro ni historia; por otra parte, decimos y creemos que es un «plan de salvación».

‘Propio es del hombre hacer planes,
pero la última palabra es de Dios’. (Prov 16,1)

Aquí entra, necesariamente, la confrontación entre lo que deseamos nosotros y lo que desea Dios; también entre lo que pensamos que es mejor para nosotros y lo que puede desear Dios; entre nuestras «cortas perspectivas» que se agotan en un corto plazo y las «perspectivas» más amplias de Dios.
Puede darse el caso de que pensemos que es su voluntad cuando, en realidad, estamos haciendo lo que queremos; por eso es necesario aprender a «leer» la voluntad de Dios en el marco de todo el evangelio, no sólo de una parte y aprender a «discernir» lo que es de Dios y lo que es de nuestros deseos inconfesables.  Por ejemplo, ¿es la voluntad de Dios aceptar a una persona que te hace mucho daño y con la que tienes que convivir diariamente? Otro ejemplo, en el caso de la vocación religiosa: ¿Quiere Dios que arruinemos nuestra vida por un mal planteamiento que hemos hecho?
Podemos decir que Dios es como… Para hablar de Dios necesitamos imágenes humanas, que ni aun sumando unas a otras le hacen justicia. Todas las imágenes que pongamos son insuficientes; pero lo podemos intentar. Podríamos usar las imágenes del «vigía» que tiene una mirada mucho más amplia y completa del paisaje, incluso por encima de bosques y colinas, que la de la persona que sólo ve al pie de la torre. Podemos pensar en la imagen del «alto responsable público» que al afrontar una decisión tiene información de  múltiples sitios, frente al que sólo puede conoce de forma parcial uno o dos aspectos del problema. Pero podemos pensar también en la madre de familia que ante la discusión de sus hijos escucha a los dos, conoce los argumentos de ambos, sabe que los dos tienen parte de razón pero que no puede decidirse taxativamente por uno o por otro. También tenemos la imagen del buen maestro que debe corregir sin ceder a un niño porque ha hecho algo grave y debe aprender que no se puede obrar así. Podemos pensar en la última persona responsable, por ejemplo un médico, que tiene que decidir si cortar o no un miembro para salvar la vida de la persona…
Son todo imágenes insuficientes, aun cuando las aumentemos, para acercarnos al misterio de la voluntad de Dios: él quiere siempre lo mejor para nosotros, quiere nuestra felicidad y nuestra salvación, quiere que seamos plenamente personas y que cumplamos nuestra vocación de hijos… Pero aquí salta el problema: ¿y el dolor, qué función tiene en la «voluntad de Dios» sobre nosotros? Y el mal ¿es evitable? ¿cuándo es voluntad de Dios y cuándo es consecuencia del pecado del hombre? ¿Podemos afirmar que Dios nos corrige sin palo?

4.2. La voluntad de Dios en el  Antiguo Testamento

La voluntad de Dios aparece expresamente en el Antiguo Testamento en los textos vocacionales. Tanto en el caso de Abrahán, que tiene que poner rumbo a una vida nueva aun cuando todo le dice que siga donde está, como en el caso de Samuel, que siendo un niño acepta lo que Dios le pida.

‘Abrán tenía noventa y nueve años cuando se le apareció el Señor y le dijo: "Yo soy Dios todopoderoso; procede según mi voluntad y sé perfecto’ (Gén 17,1).

Entonces Samuel se lo contó todo; no le ocultó nada. Elí dijo: «Él es el Señor; hágase su voluntad». Samuel creció, y el Señor estaba con él; no dejó de cumplirse ni una sola de sus palabras. (1 Sam 3,18-19)

En la lectura continua de la Escritura, la voluntad de Dios a veces hay que pedirla, porque no es evidente o tarda en llegar, como en el caso de los reyes de Judá que no saben qué decisiones toma: ‘Por favor, consulta hoy la voluntad del Señor’. (1 Re 22,5). Sin embargo no se puede manipular ni exigir: ‘Pero vosotros no forcéis la voluntad del Señor, nuestro Dios, pues Dios no es como un hombre, al que se puede amenazar y presionar. (Jdt 8,16).


En la oración de bendición sobre el pueblo, los creyentes piden que Dios muestre su voluntad:

‘Que Dios os colme de bienes
y se acuerde de su alianza santa con Abrahán, Isaac y Jacob, sus fieles servidores.
Que os dé a todos el deseo de adorarle
y hacer su voluntad con un corazón grande y un ánimo generoso.
Que abra vuestro corazón a su ley y a sus preceptos, que os conceda la paz,
escuche vuestras súplicas, se reconcilie con vosotros
y no os deje en los momentos de infortunio.’ (2 Mac 1,2-5)

Los orantes en los salmos repiten en varias ocasiones la necesidad de aceptar la voluntad de Dios en la vida:

‘Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,
no pides holocaustos ni sacrificios por el pecado;
en cambio, me has abierto el oído,
por lo que entonces dije:
«Aquí estoy, en el libro está escrito de mí:
Dios mío, yo quiero hacer tu voluntad,
tu ley está en el fondo de mi alma». (Sal 40,7-9)

‘Hazme sentir tu amor por la mañana, pues confío en ti;
enséñame el camino que tengo que seguir, pues me dirijo a ti;
líbrame, Señor, de mis enemigos, pues me cobijo en ti;
enséñame a cumplir tu voluntad, pues tú eres mi Dios;
tu espíritu bueno me conduzca por una tierra llana’. (Sal 143, 8-10)

4.3. La voluntad de Dios en el Nuevo Testamento

a) San Mateo

Mateo nos dice en el «padrenuestro» que pidamos que se cumpla la «voluntad de Dios» en nuestras vidas; veamos otros textos.  Sólo unos versos más adelante, encontramos un dicho famoso de Jesús alertando sobre los ‘romanceros’ que por tener todo el día el nombre del Señor en los labios piensan que hacen lo que Dios pide: ‘No todo el que me dice: ¡Señor! ¡Señor!, entrará en el reino de Dios, sino el que hace la voluntad de mi Padre celestial’. (Mt 7,21)
Más fuerte es cuando entra en escena la propia familia de Jesús. Jesús llega a anteponer como verdadera familia suya a quienes hacen lo que Dios quiere: ‘Uno le dijo: "Tu madre y tus hermanos están afuera y quieren hablar contigo". Él respondió: "¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?". Y extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: "Éstos son mi madre y mis hermanos. Porque el que hace la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre". (Mt 12, 47-50; par. Mc 3,35)
‘Entre el dicho y el hecho hay un trecho’, o también ‘una cosa es prometer y otra dar trigo’, decimos en castellano. Lo mismo pasaba en la época de Jesús, pues es condición del ser humano la separación entre lo que decimos con los labios y lo que hacemos en nuestra obrar cotidiano. Son las incoherencias y son también las «falsedades». Mateo nos propone la parábola de los dos hijos enviados a la viña. Notemos la dureza de Jesús contra los que pretenden jugar con Dios enmascarando su verdadera voluntad.

"¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos; se acercó al primero y le dijo: Hijo, vete a trabajar hoy a la viña. Y él respondió: No quiero. Pero después se arrepintió y fue. Se acercó al otro hijo y le dijo lo mismo, y éste respondió: Voy, señor; pero no fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad de su padre?". Le contestaron: "El primero". Jesús dijo: "Os aseguro que los publicanos y las prostitutas entrarán en el reino de Dios antes que vosotros’. (Mt 21,28-31)

Frente al hijo que quiere engañar a su padre aparentando ser obediente, Jesús se presenta en la Escritura como el totalmente obediente a la voluntad de su Padre. Misterio que aún hoy nos admira y sobrepasa: ‘De nuevo, por segunda vez, se fue a orar, diciendo: "Padre mío, si no es posible que este cáliz pase sin que yo lo beba, hágase tu voluntad’. Volvió y los encontró dormidos, vencidos por el sueño’. (Mt 26,42-43; par Lc 22,42)

b) Evangelio según san Juan

San Juan reflexiona a lo largo de su evangelio sobre la figura de Jesús y lo presenta como alguien que vive abierto en todo momento a lo que su Padre le pide. Jesús no es sólo un «buen hombre», sino el «enviado de Dios». Las «obras de Jesús» transparentan las «obras de Dios»; por eso escuchando a Jesús escuchamos al mismo Dios.

Jesús les dijo: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y completar su obra. (Jn 4,34)

Yo no puedo hacer nada por mí mismo. Yo juzgo como me ordena el Padre, y mi juicio es justo porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. (Jn 5,30)

Jesús cumple en todo la voluntad de Dios, que no es otra sino que los hombres, la humanidad, se salve. Un mal planteamiento sería buscar la voluntad de Dios fuera de este plan de salvación:

‘Todos los que el Padre me da vendrán a mí. Al que viene a mí no lo rechazo, pues he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado.  Y ésta es la voluntad del que me ha enviado, que yo no pierda a ninguno de los que él me ha dado, sino que los resucite en el último día.  Pues es voluntad de mi Padre que todo el que vea al hijo y crea en él tenga vida eterna y yo lo resucite en el último día’. (Jn 6,38-40)

4.4. Conclusión

            La «voluntad de Dios» que pedimos en la oración del Padrenuestro no es un ejercicio de «fundamentalismo» según el cual no tenemos libertad, sino una apertura a nuestra condición de discípulos. De la misma forma que Jesús consuma su camino en total libertad de espíritu, así también nosotros debemos leer los signos de la vida, de la historia, para escuchar y entender lo que nos pide Dios en cada momento.
            Debemos pedir, igualmente, lucidez para que se cumpla la voluntad de Dios, y no la nuestra.

(Continuará)