03 febrero, 2016

SAN BLAS, EL OBISPO ARMENIO



            San Blas es uno de esos «santos simpáticos». Mujeres, ancianos y niños, principalmente, van con sus cestos llenos de bollos y rosquillas para que el santo las bendiga: «el roscón bendecido por san Blas es bueno para los males de garganta, ¿sabe usted?».  Luego todos, creyentes y no tanto, no dicen que no a un tozo de  «roscón». Si está bendecido, pues mejor; que no, pues con el vino dulce, entra muy bien. Nadie se resiste a un trozo del bollo horneado a fuego de leña. Tampoco los que prefieren ir al médico cuando les pica la garganta. Son «resquicios» de una humanidad que se niega a darle toda la responsabilidad a los médicos y que prefiere seguir soñando con la bendición del santo.
            Cada historia popular tiene un «ápice» de verdad; un «recuerdo» de lo que fue, que el tiempo y las narraciones se han encargado de embellecer, hacer fantástico y, por qué no, hacer «útil» para la gente que tiene que convivir cada día con el mundo y sus crudas verdades sin anestesia, a pie de calle. San Blas, dice la leyenda de su vida, había sido médico y curó a un niño que se estaba atragantando con una espina y lo salvó de una muerte segura. El gesto salvador y la fama que acompañaba con su vida al santo hizo el resto. La gente lo quería, lo respetaba, y acudía a él; y eso es importante.
            San Blas era un cristiano del antiguo reino de Armenia. Su pueblo se llamaba Sebaste, hoy Sivas. Como las fronteras son movibles según los imperios suban o bajen, según los reyes avancen o retrocedan, según los políticos sean más o menos hábiles, según la población se establezca o desaparezca… y también según la violencia de los poderosos expulsen a pueblos enteros… Como las fronteras nunca son fijas, el pueblo donde nació san Blas, entonces Armenia, hoy pertenece a Turquía. ¿San Blas fue turco? No; era «armenio viejo», pero los límites que ponemos los humanos a los ríos y montañas y ciudades… dicen que hoy es Turquía. Lo mismo le pasaba a san Pablo. ¿San Pablo era turco? Bueno, era de Tarso, ciudad romana, que hoy forma parte del estado de Turquía.
            San Blas era obispo. Los dibujos de hoy lo pintan con mitra y báculo; con capas recamadas de oro y piedras. Yo me lo imagino más bien como un «obispo» simpático, rocero, que se atrevía incluso a hacer de «curandero» cuando la gente de su pueblo lo pasaba mal. Era un buen «obispo», porque en una de las persecuciones de los generales romanos, bajo orden del Emperador, lo mataron. Era Obispo y Mártir.
            San Blas era «bendecidor». Al menos así lo ha transmitido la memoria popular. Nadie acude a él a que le «maldiga», sino a que le «bendiga». Jesús, nos dice el evangelio, también «bendecía»; Jesús no sabía maldecir. La función de los Obispos es bendecir, como san Blas. También algún día se enfadaría, como cuando los soldados romanos buscaban a la pobre gente que era cristiana y le obligaban a que apostatara. San Blas seguro que se enfrentaba contra los que querían hacer daño a su gente. Entonces, a los «buscadores de muerte», san Blas no les bendecía, sino que se enfrentaba a ellos.
            Es curioso ver cómo la devoción de este santo «armenio» se ha extendido hasta las tierras interiores de España. Hoy en muchos pueblos se hace fiesta por el santo. Oriente y Occidente estaban entonces mucho más cerca, al menos en las tradiciones espirituales, que lo que estamos ahora. Que san Blas nos eche una mano, que como Obispo simpático y popular que era, a gusto lo hará.

Pedro Ignacio Fraile Yécora
3 de Febrero, fiesta de San Blas