15 octubre, 2014

LA MUJER Y DIOS



Hoy es Santa Teresa de Jesús. Es una de las mujeres más respetadas en todos los ámbitos. Respetada y muy querida entre los católicos, pues es «santa de las grandes», de las de primera división de honor, que nos habla con hondura del misterio de Dios que nos supera y nos atrae a partes iguales: «Dios no se muda. La paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene nada le falta. Solo Dios basta». Parece como si cada frase fuera un tratado de teología poética o de poesía teológica.
Respeto entre los literatos y poetas, pues en castellano ha alcanzado cotas de altísima belleza, en sus paradojas acabadas y rítmicas, sin cursilería ni vaciedad: «tan alta vida espero, que muero porque no muero». Teresa ocupa páginas por derecho propio en la historia de la literatura española y en la historia del castellano, independientemente de la fe o ausencia de credo del historiador de la lengua.
Respeto entre los historiadores de la religión, pues Teresa abre un camino en la mística de forma seria, madura. No es esoterismo, ni brujería, ni visionaría. Teresa habla de su experiencia de Dios, de su saber de Dios. Los que saben de Dios, saben de conversión al misterio y de ausencia del misterio. Teresa se «convirtió», pues aunque ya era religiosa en un convento, aún no había hecho experiencia de aquel que llenó del todo su vida. Los que saben de Dios saben también de ausencia del misterio; algunos piensan, torpemente, que la fe «se tiene». No; la fe «no se tiene», sino que «nos tiene» a nosotros. Somos nosotros los que en momentos de nuestra vida parece como si «perdiéramos» la fe, siendo todo lo contrario: aunque parezca que todo se nos cae, que ya no creemos en nada, que nos adentramos en los abismos, cuando hemos gozado del don incomparable de la fe, ella es la que nos tiene.
Respeto entre las mujeres «esta es una de las nuestras». Teresa es mujer de armas tomar. Valiente, lista, emprendedora, regidora, incansable viajera. Supo mantener una relación fructífera, amistosa y a la vez modélica con otro santo castellano, místico, poeta y grande entre los grandes: «Juan de la cruz».
 Teresa es mujer, teóloga, mística, emprendedora, poeta y santa. Una mujer así ¿cuándo vivió? ¿En el siglo XXI? No; ¡vivió en el convulso siglo XVI!, teniendo que luchar contra los inquisidores que querían leer y entender lo que Teresa no decía; en el siglo del auge y expansión de la reforma protestante, cuando se miraba con lupa cada palabra, cada expresión, cada detalle… Teresa pasó a ser Santa Teresa. ¿Algo más? Sí, Teresa 'con apellido': Teresa 'de Jesús'.
Hoy, en el siglo XXI, la situación de la mujer ha cambiado en muchos sitios para bien; en otros muchos no. Esta apreciación sigue siendo ridícula y casi indignante, pues si decimos que «ha cambiado para bien» es que ha sido y sigue siendo tremendamente injusta, violenta y denigrante respecto al varón en muchos sitios lejanos y hogaños, de ayer y de hoy. Personalmente, como consecuencia directa de mi fe cristiana en Dios que es «señor y dador de vida», que es «creador del ser humano en libertad a su imagen y semejanza» (¡Dios no tiene sexo, a ver si nos enteramos; el sexo es propio de los animales y de los humanos; Dios es Dios! Esto lo digo para los machistas y para las feministas, que en esto son iguales), pues gracia a la fe en Dios, sostengo que «varón y hembra» somos iguales totalmente en deberes y derechos a los ojos de Dios y de la humanidad.
¿Todos los cambios son buenos en lo que respecta a la mujer? Aquí habría mucho que hablar. Casi sin pensar, lo primero a lo que nos dirigimos todos es a la cuestión sexual-genital. Es sin duda un progreso que la mujer no sea «esclava», «sierva», «propiedad», del varón (¡ni aunque sea su legítima esposa!), y mucho menos que se quiera legalizar en nombre de las tradiciones o de la religión, aunque sea la cristiana. Es sin duda un progreso que la mujer tenga una asistencia sanitaria adecuada, propia y regular (al menos en los países occidentales y avanzados, no podemos decir lo mismo en países mal llamados del «tercer mundo»). Es sin duda un progreso la educación sexual, que hasta hace pocos años era un «tema tabú», teniendo que buscar la información por los canales que se tuviera al alcance, muchas veces nada apropiados. Otros temas en los que habría mucho que discutir son los temas «peliagudos»; el más grave sin duda el presunto «derecho al aborto» que se ha erigido como bandera en estos últimos años ¿Una mujer gestante puede apelar a su derecho a no ser madre? ¿Y el derecho del que ha sido gestado a que no corten su vida, que es autónoma y distinta a la de la madre? Un tema muy serio y muy doloroso, del que no se pueden hacer bromas ni chistes, ni se puede trivializar. No hay que condenar, pero sí que hay que iluminar.
Habría muchos otros cambios que son sin duda a mejor a nivel laboral, de responsabilidades políticas, académicas, estatales, sociales, de remuneración justa (ni más ni menos que las del hombre). Hay mucho, mucho, mucho, aún por hacer.
¿Y en lo religioso? Son muchas las voces que se alzan pidiendo a la Iglesia católica que dé pasos en la progresiva toma de responsabilidades por parte de la mujer en la Iglesia. Son cada vez más las teólogas que reivindican una «teología con rostro femenino». Hemos dicho un poco más arriba que Dios no es sexuado; así es. Podemos decir también, por consiguiente, que el varón no tiene por qué entender mejor el misterio de Dios que la mujer; o que el varón sea el teólogo y la mujer sea la que escuche las enseñanzas del «varón teólogo». El varón y la mujer son «criaturas», distintas de Dios, creados a «imagen y semejanza de Dios». Los dos tienen mucho que decir sobre Dios; es una experiencia que se comparte porque es distinta y complementaria. La experiencia materna de la mujer, que concibe y engendra, que tiene un sentimiento único de unión al hijo, nunca la podrá experimentar el varón. Esta experiencia de «entrañas maternas», de las que ya nos habla el profeta Oseas, es femenina. Puedo decir, desde mi experiencia, que textos bíblicos cuya interpretación había escuchado mil veces en labios de varones, cambian totalmente y adquieren un sabor nuevo explicados y comentados por una mujer. Es así. Necesitamos teólogas.
La tragedia, sin embargo, es otra a mi modo de ver. La mujer, al menos en España, ha hecho en los últimos años un gran movimiento de alejamiento de la Iglesia. Creo no equivocarme si digo que mayor y más radical que el de los varones. Hace más de quince años esta afirmación mía la presentó un profesor de Zaragoza, Javier Calvo, en el primer número de la Revista Aragonesa de Teología. Es la retirada progresiva de la mujer de la Iglesia. Se hace patente sobre todo en las generaciones más jóvenes.
Hemos estado hablando durante muchos años, quizá demasiado, de forma crítica y criticona, sin demasiado criterio y con acritud muchas veces, del «Dios machista» de la Biblia; del «Dios juez que condena», del «Dios que culpabiliza y traumatiza», del «Dios represor de nuestros sentimientos». ¡Nos hemos despegado de él y lo hemos abandonado para ser «mayores de edad»! Creo, honradamente, que nos han ganado la partida los «detractores de Dios» a quienes hemos querido presentar el misterio de Dios conforme al evangelio: «Dios Padre», «Dios compasivo», «Dios que busca al pecador para que viva», que toma rostro en Jesús de Nazaret. En muchos sitios se ha optado por «no hablar de Dios», siguiendo la norma de que no se habla de lo que bien «no existe», bien «no interesa».
Necesitamos teólogos y teólogas. Necesitamos mujeres y varones creyentes. Necesitamos hacer experiencia de Dios, hablar de Dios, compartir la «hondura y la herida» que llevamos de Dios en nuestra vida. Teresa de Jesús hablaba de Dios sin tapujos ni medias tintas: «quien a Dios tiene, nada le falta. Solo Dios basta».

Pedro Ignacio Fraile Yécora
15 de Octubre de 2014
Fiesta de Santa Teresa de Jesús