18 mayo, 2015

UN DÍA DESPUÉS DE LA FIESTA DE LA ASCENSIÓN: «Tirar por tierra-poner por las nubes».


            Con un día de retraso, pero no importa, quiero hacer un doble comentario sobre la fiesta de ayer, la Ascensión. El primero tiene que ver con la «sociología religiosa» o con el «mapa cambiante del espíritu humano». El segundo comentario es de tipo lingüístico teológico a la vez que catequético.


CASTILLO Y ONDEO DE LA BANDERA POR LOS JOVENES DEL PUEBLO.
FIESTA POPULAR DE LA ASCENSIÓN (ATECA-ZARAGOZA)
            
Vayamos con el primero. Hace unos años en el sentir y en el decir popular español se hablaban de los «tres jueves del año que deslumbran más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el Día de la Ascensión». Ayer era la Ascensión, que convenientemente pasada al domingo, era uno de esos tres días «deslumbrantes». 







Pues bien; en la populosa y secularizada ciudad donde vivo había convocada una «Noche en Blanco» para el sábado en la que las tiendas abrían hasta medianoche, los museos y las distintas actividades se prolongaban hasta altas horas, y en la que el domingo se veía repleto de toda suerte de actividades lúdicas, comerciales, musicales y gastronómicas. Una gran fiesta con la gente en la calle. En la tapia de la puerta exterior del Monasterio, lugar de la Parroquia en el centro del pueblo, habían colocado un estrado donde actuaban de forma ininterrumpida cuadrillas de percusión, en esa moda brasileña que se llama «batucada», machacando incesantemente los roncos tambores, los agudos timbales y haciendo sonar estridentemente los silbatos. Los asistentes a la Misa de la Ascensión tuvimos durante toda la celebración como sonido de fondo el ritmo eléctrico de la percusión, los pitidos de los silbatos, los aplausos del público y las voces del mantenedor del evento que incitaba a la apoteosis del momento.  Por supuesto que estaban en su derecho, pues era una actividad pública, autorizada, por el día, y aplaudida por la gran mayoría. Pienso que se podían haber ido a otro sitio para no molestar a los asistentes a las misas dominicales, pero esa no es la razón por la que traigo esto a colación. Lo que quiero indicar es, más bien, otro argumento: ¿qué tenía que ver esa fiesta popular, colorista, ruidosa, atronadora, entre los vítores de la gente, llena de niños, adolescentes y jóvenes con la fiesta litúrgica, antiguamente excelsa y ensalzada de la Ascensión del Señor? Absolutamente nada, al menos desde el punto de vista «purista»; otra cosa es que le busquemos tres pies al gato y buceemos en el sentido lúdico, en la necesidad de la fiesta, en la explosión de alegría… pero eso es forzar mucho las cosas, y traicionarlas. De los tres «jueves deslumbrantes» del año, el de la Ascensión se ha disuelto del todo. Quedan aún el Jueves Santo… quizá porque está unido a la Semana Santa, y el del Corpus, quizá porque la Procesión u otras tradiciones populares (las alfombras de flores por la calle, los «huevos que bailan» etc.) hacen que aún se resistan. La Ascensión era la más débil de las tres, y ha sido engullida por los cambios socio religiosos populares.
            El segundo comentario es laudatorio. El sacerdote hizo una buena homilía. La planteó bien, la centró y la argumentó con inteligencia y lucidez. Un detalle en el que no había caído y que quiero compartir con vosotros. Sabemos que la fe necesita de las palabras para expresarse; cosa harto difícil pues las palabras muchas veces no dicen lo que queremos decir. La Ascensión del Señor tiene que ver con su «victoria», que es la nuestra; con su «triunfo», que es el nuestro; con su «glorificación», que es la nuestra. El «estar sentado a la derecha» de alguien indica un lugar preferencial, prioritario, elegido,  reservado: Jesús está a la derecha de su Padre porque es su sitio, nadie lo puede ocupar más que él. Pero qué hacemos con el «subir a los cielos». ¿No es un anacronismo que mantenemos «al límite» de lo racional en la era de las investigaciones espaciales? El párroco lo hizo muy bien. Nos dijo que cuando decimos que alguien está muy mal, está sin honra o sin fuerzas, decimos que «está por los suelos», que «se arrastra»; por el contrario, cuando queremos ensalzar a alguien, cantar su buen hacer, decimos que «le han puesto por las nubes». Esa es nuestra fe: Jesús, que en la cruz muestra su debilidad máxima, que toca el suelo, en la solemnidad de la Ascensión celebramos que ha sido «elevado al cielo» por Dios. Es más: su victoria es nuestra victoria, su gloria es nuestra gloria. El cristianismo es confesión de fe en la victoria de Jesús, que es la nuestra. Quedémonos con esto: nuestra fe no es para la derrota y la amargura, sino para la explosión de alegría fundada en la manifestación gloriosa de Jesús ensalzado por el Padre, que anticipa la nuestra.

Pedro Ignacio Fraile Yécora
Ascensión 2015