06 marzo, 2014

LA TENTACIÓN DE VIVIR SIN DIOS (Reflexión sobre el evangelio de las tentaciones)


(Guardado en la página 'Homo credens')

            Esta reflexión que sigue nace de una meditación para Cuaresma sobre las Tentaciones de Jesús, a partir del libro de Benedicto XVI, «Jesús de Nazaret». Son las páginas 49-71.
            Benedicto XVI nos hace caer en la cuenta, primero, de que Jesús es el Ungido por Dios; y de que a continuación es tentado. Acaba de ser «revestido» como Mesías, en conformidad con el Antiguo Testamento (Is 11,2; 61,1) y, sin embargo, no se libra del tentador:


El relato de las tentaciones guarda una estrecha relación con el relato del bautismo, en el que Jesús se hace solidario con los pecadores (…) Las tentaciones acompañan todo el camino de Jesús (…) como una anticipación en la que se condensa la lucha de todo su recorrido’.

Los tres evangelios coinciden en que es el Espíritu el que le lleva al desierto. Podemos pensar que el desierto es un lugar de penitencia, de recogimiento donde nos separamos de las cosas no imprescindibles para vivir. 




Pero podemos pensar también que es el lugar donde se da el descenso a los peligros que amenazan al hombre. Si la misión de Jesús es la de salvar, sólo desde la solidaridad con la humanidad amenazada puede hacerlo:


‘Jesús tiene que entrar en el drama de la existencia humana –esto forma parte del núcleo de su misión-, recorrerla hasta el fondo para encontrar así a la «oveja descarriada», cargarla sobre sus hombros y devolverla al redil’.



          ¿Nos podemos imaginar un Jesús salvador que vive al margen o por encima de la humanidad dolorida? La solidaridad de Jesús ‘con todos nosotros prefigurada en el bautismo implica también exponerse a los peligros y amenazas que comporta el ser hombre (cf. Heb 2,17s.)
           
Las tentaciones en Mateo y Lucas.

            El núcleo de toda tentación. Marcos presenta un texto muy breve; escueto. Mateo y Lucas, sin embargo, presentan tres tentaciones. Sin duda que nos hablan de la lucha interior de Jesús por cumplir su misión, pero a la vez surge la pregunta de qué es lo que cuenta verdaderamente en la vida humana. Aparece claro el núcleo de toda tentación: apartar a Dios que, ante todo lo que parece más urgente en nuestra vida, pasa a ser algo secundario o incluso superfluo y molesto. Poner orden en nuestro mundo por nosotros solos, sin Dios, contando únicamente con nuestras propias capacidades, reconocer como verdaderas sólo las realidades políticas y materiales, y dejar a Dios de lado como algo ilusorio, ésta es la tentación que nos amenaza de muchas maneras.
Ahora bien, nosotros relacionamos espontáneamente la tentación con la vida moral. Solemos entender la tentación como una llamada seductora a pecar o a satisfacer nuestros deseos no siempre confesables y defendibles en público. El papa nos hace caer en la cuenta de que una verdadera tentación no se presenta de forma torpe, sino que lo hace de forma solapada: por una parte deberíamos hablar de seducción intelectual, por otra de realismo vital. Una tentación no nos pide directamente que hagamos el mal, sino que nos invita a cambiar de rumbo, a que tomemos por fin constancia de la realidad y cambiemos el rumbo de nuestras decisiones. ¿Debemos seguir contando con Dios o debemos expulsarlo de una vez del mundo? ‘La cuestión de Dios es el interrogante fundamental que nos pone ante la encrucijada de la existencia humana’. Las tentaciones, en el orden que las presenta san Mateo, son como tres escalones progresivos:
- En la primera se le pide a Dios que dé pruebas de que es bueno
- En la segunda se cuestiona la confianza en él.
- En la tercera se plantea, en definitiva, la necesidad que tenemos de Dios.

Primera tentación : ‘Que Dios nos dé pruebas de que es bueno’. (págs. 54-59)

‘Jesús, después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al final sintió hambre’ (Mt 4,2).  El tentador apela directamente a su condición de Hijo de Dios: ‘Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes’ (Mt 4,3).
Este texto, nos dice el Papa, suena a burla a la vez que pide pruebas. En el Antiguo Testamento leemos cómo hacen mofa del hombre justo: ‘Si es Justo, Hijo de Dios, lo auxiliará’ (Sab 2,18)  Pero también nos recuerda el escarnio que sufre Jesús: ‘Si eres Hijo de Dios baja de la cruz’ (Mt 27,40)
Se le burlan pero a la vez le piden pruebas para creer en él. Esta exigencia de pruebas le acompañó a lo largo de toda su vida. Esta petición se la dirigimos también nosotros a Dios, a Cristo y a su Iglesia a lo largo de la historia: si existes, Dios, tienes que mostrarte.
Prueba de su bondad. En efecto, ¿qué es más trágico, qué se opone más a la fe en un Dios bueno y a la fe en un Redentor de los hombres que el hambre de la humanidad? ¿No es el problema de la alimentación del mundo y, más general, los problemas sociales, el primero y más auténtico criterio con el cual debe confrontarse la religión’  (pág 56). Esta crítica que muchos hacen contra la fe en un Dios bueno, el papa la recoge también como crítica que puede hacerse de la Iglesia: Si quieres ser la Iglesia de Dios preocúpate ante todo del pan del mundo, lo demás viene después. ¿Tiene la Iglesia que centrarse en el desarrollo del mundo y dejar a un lado el anuncio del evangelio?
La trampa del desarrollo sin Dios. Para el Papa, en un desarrollo que expulsa conscientemente a Dios ahí está la misma trampa. Muchas veces las ayudas han dejado de lado las estructuras religiosas, morales y sociales existentes y han introducido su mentalidad tecnicista en el vacío. Creían poder transformar las piedras en pan, pero han dado piedras en vez de pan (…) No se puede gobernar la historia con meras estructuras materiales, prescindiendo de Dios. (…) En este mundo hemos de oponernos a las ilusiones e las falsas filosofías y reconocer que no sólo vivimos de pan, sino ante todo de la obediencia a la palabra de Dios.

Segunda tentación: ¿Nos podemos fiar de Dios?

La segunda tentación lleva veneno dentro. Satanás, que conoce la Escritura, cita un salmo de confianza. Habla de la protección de Dios a todos los hombres: ‘A sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos’ (Sal 91,11s). La segunda tentación se presenta como un debate entre dos expertos en la Escritura. ¿Cómo hay que interpretarla? 
Después del pan hay que ofrecer algo sensacional: «panem et circenses». ¿Cómo interpretar los «circenses»? Dado que al hombre no le basta con la mera satisfacción del hambre corporal, al querer prescindir del Dios verdadero, tiene que ofrecer el placer de emociones excitantes cuya intensidad suplante y acalle la conmoción religiosa. Es querer cambiar a Dios por una caricatura. Es el deseo de conocer y controlar el misterio de Dios a nuestro antojo, de hacer de Dios un juguete de quita y pon, de reducir la fe a una serie de creencias de bajo perfil que no cuestionan ni sirven para nada. Es el intento de manipular a Dios y hacer creer que en eso consiste la fe: ‘tirate y, como confías, verás que no te pasa nada’.
A Dios se le obliga a demostrar que es Dios; se le pone a prueba como si fuera una mercancía, debe someterse a las condiciones que nosotros consideremos. Es la arrogancia de quien quiere convertir a Dios en un objeto. Jesús no entra al juego del Tentador y responde: ‘No tentaréis al Señor, vuestro Dios’ (Dt 6,16).
Jesús, desde el Pináculo del Templo; no salta al abismo. No tienta a Dios, no pone a prueba su confianza. Jesús confía y obedece desde la cruz. En la cruz desciende al abismo de la muerte, a la noche del abandono. Al desamparo propio de los indefensos. Pero esta confianza en Dios a la que la Escritura nos autoriza y a la que nos invita el Señor Resucitado es algo completamente diverso del desafío de quien quiere convertir a Dios en nuestro siervo.

Tercera tentación: ¿tenemos necesidad de Dios?

            El diablo le sube a un monte desde donde puede dominar el mundo. Esta, a primera vista, debe ser aceptada por Jesús, pues el Mesías viene para conseguir un reino de paz y bienestar en todo el mundo.
Paz y bienestar para todos. El tentador no es tan burdo como para proponernos directamente adorar al diablo. Lo que propone es decidirnos por lo racional, preferir un mundo planificado y organizado en el que Dios puede ocupar un lugar, pero como asunto privado, sin interferir en nuestros problemas esenciales. La nueva ‘Buena Noticia’ ya no es el evangelio, sino ‘Camino abierto a la paz y el bienestar del mundo’.
¿Qué tipo de mesianismo? La tercera tentación es la fundamental: ¿Qué debe hacer un salvador del mundo? En este punto tenemos que fijarnos en la Confesión de Cesarea de Filipo, cuando Jesús le llama a Pedro «Satanás». En el momento crucial, frente a la opinión de la gente, se manifiesta el conocimiento decisivo de Jesús y comienza a formarse su nueva familia. Jesús explica que el mesianismo debe entenderse desde el mensaje de los profetas (el Siervo de Yahveh), y que no significa poder mundano sino la cruz y la nueva comunidad que nace de la cruz.
Es verdad que el Imperio cristiano ya no es una tentación, pero interpretar el cristianismo como una receta para el progreso y reconocer el bienestar común como la auténtica finalidad de todas las religiones, también la cristiana, es la nueva forma de la misma tentación.
Esta tercera tentación se encubre tras la pregunta: ¿qué ha traído Jesús si no ha conseguido un mundo mejor? ¿No debe ser este, acaso el contenido de la esperanza mesiánica? ¿Si quería ser el Mesías, no debería haber traído la edad de oro?
Jesús nos contesta a nosotros como le contestó a Satanás, lo que más tarde le explica a Pedro: ningún reino de este mundo es el Reino de Dios, ninguno asegura la salvación en absoluto. El reino humano permanece humano, y el que afirme que puede edificar el mundo según el engaño de Satanás, hace caer al mundo en sus manos.
Jesús es el Rostro de Dios. Aquí surge la gran pregunta que acompaña a lo largo del libro: ¿qué ha traído Jesús realmente, si no ha traído la paz al mundo, el bienestar para todos, un mundo mejor? ¿Qué ha traído?  La respuesta es muy sencilla: Ha traído a Dios que se había ido revelando poco a poco en Abrahán, en Moisés  en los profetas. Ahora conocemos su rostro, ahora podemos invocarlo. Jesús ha traído a Dios, y con él la verdad sobre nuestro origen y nuestro destino.
La causa de Dios parece estar siempre como en agonía. Sin embargo se demuestra siempre como la que permanece y salva.
En la lucha contra Satanás ha vencido Jesús frente a la divinización fraudulenta del poder y del bienestar, frente a la promesa mentirosa de un futuro que, a través del poder y de la economía, garantiza todo a todos. Jesús contrapone la naturaleza divina de Dios, Dios como auténtico bien del hombre.

Nada te turbe,
nada te espante
todo se pasa,
Dios no se muda,
la paciencia todo lo alcanza,
quien a Dios tiene nada le falta
sólo Dios basta.
(Teresa de Jesús)

Pedro Ignacio Fraile Yécora
Cuaresma 2014

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