09 febrero, 2016

AYUNO DE SENTIDO



            La palabra «ayuno» en español se aplica a la persona que no ha comido todavía. Pero el diccionario (consulto el de la gran erudita aragonesa María Moliner) nos dice, como segunda acepción, que «ayuno» significa también «carente o falto», aplicado a la ausencia de principios, instrucción o educación», por ejemplo en la frase «está ayuno de instrucción religiosa». Aún nos regala María Moliner una tercera acepción, la de «ajeno o ignorante», diciéndose del que no sabe nada de cierto asunto; por ejemplo: «estoy ayuno de lo que se está tratando».


            Mañana comienza un año más la Cuaresma, con el miércoles de ceniza, y la Iglesia nos convoca a un día de «ayuno y abstinencia». Normalmente lo entendemos en el primero de todos los sentidos, en el de abstenernos de manjares, caprichos, comidas abundantes, hipercalóricas, innecesarias, excesivas etc. También le damos un sentido espiritual, el de «ayunar para compartir con los neesitados», el de «ayunar de pensar mal de los demás», «ayunar de ofender», «ayunar de ser injustos y violentos» etc. Todo esto está muy bien, y es necesario. Algunos ayunan por razones higiénicas o saludables; está muy bien, pero no me refiero a este tipo de ayuno, que sin duda también hace bien en su justa medida.
            Yo quiero reflexionar en este día anterior a la entrada en la Cuaresma, en el segundo y tercer sentido del «ayuno» que nos regala la lengua española. «Ayuno» entendido, en sentido siempre negativo, como «carencia, falta, ignorancia o despreocupación» de algo importante. Descubrimos que nuestra sociedad no practica el «ayuno», (el de privarse de alimentos como signo de penitencia, una práctica a punto de desaparecer), sino que más bien lo denigra. Sin embargo, como una de las contradicciones en las que vive, nuestra sociedad está inmersa en un gran «ayuno», el de la «carencia, falta, ignorancia o despreocupación» por el sentido de las cosas, de la vida, de la trascendencia.
            Estos días pasados hemos asistido, participando activamente o desde fuera, en las fiestas de Carnaval. El Carnaval sin Cuaresma es como una moneda sin «reverso» (¡imaginaos que las monedas solo tuvieran una cara, un «anverso»); como el «ying» sin el «yang», que dicen los orientales. Pues bien, hemos sido capaces de inventar el Carnaval/diversión sin medida, sin su necesario anverso, la Cuaresma/Penitencia. Es como si dijéramos: solo hay que divertirse, pero no hay que hacer penitencia. Solo hay que celebrar la vida, pero no hay que llorar la vida. Solo vamos a buscar lo positivo de la existencia humana, pero vamos a ignorar su lado oscuro. Es una opción, sin duda, pero no es la verdad de la vida. Es querer exaltar una parte de la condición humana, evitando la otra. No digo que no haya que celebrar Carnaval; digo que hay que tener en cuenta las «dos» condiciones humanas, no solo una. Podríamos decir que tras esta «reducción sociocultural» hay una «reducción» del sentido. ¿Cómo ser plenamente feliz en esta vida, sin dejar ninguna dimensión del ser humano, tanto la festiva y explosiva como la austera e íntima?
            Estos días estamos asistiendo a una escenificación del «mundo al revés». Me refiero a lo sucedido en Madrid, cuando en Viernes de Carnaval unos titiriteros contratados por el Ayuntamiento hicieron una representación para niños en la que, ante el público infantil, y ante sus horrorizados padres, los que movían los hilos de los títeres representaron la ejecución en la horca de un juez; la violación de una monja y gritos a ETA (banda terrorista de recorrido muy largo y muy doloroso en España). Los padres de las criaturas llamaron a la policía y detuvieron a los actores que ponían voz y argumento a la pretendida obra de títeres; la alcaldesa ha tenido que pedir perdón porque no era una obra para niños; las asociaciones de víctimas del terrorismo están indignadas; la concejala de cultura de Madrid ni pide perdón ni piensa dimitir; muchos conmilitones de la concejala la apoyan y piden la inmediata libertad de los muchachos en nombre de que la «libertad de expresión» no es un delito. Se ha formado un buen follón con motivo de este lamentable hecho, que ha pasado de ser un pretendido «teatrillo infantil» de Carnaval a toda una exposición pública de nuestros odios, miedos, violencias, amarguras, complejos, deseos… Esto es una exposición pública de nuestra «falta de sentido»; estamos «ayunos de sentido». Esta es la gran tragedia a la que se enfrenta el ser humano en los inicios del siglo XXI.
¿Ayunos de qué sentido? De sentido común, de gusto por las cosas bien hechas; de ganas de ayudar a vivir y de agradar; de buscar salidas para una convivencia en paz y en libertad para todos. De dar oportunidades, de ser profundamente humanos. El «buen sentido» no es propiedad de nadie, como tampoco lo es el «buen humor» o el ser «buena gente». Todos tendríamos que ser «buenas gentes», mejor aún si tuviéramos «buen humor» y mucho mejor si no estuviésemos «ayunos de sentido».
Un deseo para esta Cuaresma que comienza. Que busquemos sentido a todo lo que hacemos, lo que somos y lo que soñamos ser.

Pedro Ignacio Fraile
9 de febrero de 2016