23 febrero, 2016

SEGUNDA PARTE DEL PADRENUESTRO (Respuesta al de Ada Colau)

2. PADRE NUESTRO QUE ESTÁS EN LOS CIELOS

La oración de Jesús comienza con un ‘vocativo’, esto es, con una llamada. En el Antiguo Testamento a veces encontramos otras llamadas, como «¡oh Dios!», «¡Señor!». Pero esta es distinta. Moisés reza así: ‘¿Por qué, oh Señor,  se ha de encender tu ira contra tu pueblo, al que sacaste de Egipto con gran fuerza y con mano poderosa?’ (Éx 32,11). En los salmos encontramos la aclamación ante la grandeza divina: ‘Oh Dios, te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben’. (Sal 67,6). Pero en todo el Antiguo Testamento nunca se dice que nadie se dirigiera a Dios y le dijera, en una exclamación de súplica y confianza. «¡Padre!».
La primera novedad del «padrenuestro» es que le llamamos de una forma totalmente distinta a como se le había llamado en toda la tradición judía. Esta forma de entender y de llamar a Dios es tan importante, que forma parte del credo de la Iglesia. Los creyentes nos dirigimos a Dios como «Padre» y lo confesamos como «Padre».
La fe de la Iglesia, tanto en el ‘Credo de los apóstoles’, que constituye el ‘más antiguo catecismo romano’, como en el más elaborado ‘Credo Niceno – Constantinopolitano’, comienzan con la profesión de fe en Dios Padre.

2.1. ¿En qué Dios creemos?

Dios es uno solo. En conformidad con la tradición bíblica, revelación de Dios mismo, nuestra fe no admite más que la existencia de un Dios único. Israel así lo cree y así lo profesa diariamente en el Shema: ‘Escucha Israel, el Señor es uno solo’. (Dt 6,4).
El profeta Isaías, en confrontación con las divinidades de Babilonia, recuerda al pueblo exiliado que Dios es sólo uno, y que los dioses paganos no son nada: ‘Volveos a mí y seréis salvados, confines todos de la tierra, porque yo soy Dios, no existe ningún otro… ¡sólo en Dios hay victoria y fuerza!’ (Is 45,22-24).
Dios que se «desvela», se «revela». La inteligencia humana quiere conocer a Dios; y es legítimo, pero vemos cómo una y otra vez nos aproximamos y nos alejamos. Creemos que ya lo hemos comprendido y, sin embargo, se nos pone delante como un velo. Pensamos que lo podemos explicar y nos fallan las palabras. Decimos lo que no es, pero no sabemos bien explicar cómo es. En el Antiguo Testamento Dios dice de sí mismo que es ‘rico en amor y en fidelidad’ (Éx 34,6), hasta que llega a esta afirmación fundamental Israel debe ir limando asperezas, para ir quitando lo que oculta el verdadero rostro de Dios. Este rostro los cristianos los reconocemos en Jesús. Con él decimos que «Dios es amor». (1Jn 4,8)
«En todo amar y servir». Con estas palabras de san Ignacio podemos entender mejor cuál debe ser la actitud de los hombres ante Dios. Si Dios es Dios, si no es fruto de nuestra imaginación; si es único y no es un diosecillo en una serie larga de dioses menores; si Dios es amor, tal como nos ha sido revelado, el ser humano no puede otra cosa que amarlo y servirlo.
La segunda parte del Shema así lo repite: ‘Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu fuerza’ (Dt 6,5). Es más, la felicidad del hombre depende directamente de si sirve a Dios o no: ‘Y ahora, Israel, ¿qué es lo que te pide el Señor, tu Dios? Que temas  al Señor, tu Dios; que sigas sus caminos, que le sirvas y que le ames con todo tu corazón y con toda tu alma(…)’. (Dt 10,12-13).
De nuevo vendrá Jesús a dar cumplimiento a la palabra del Antiguo Testamento, de forma que nos explicite que la verdadera plenitud está en ‘amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo’ (Mt 22,37-39 y par)


2.2. Jesús nos revela que Dios es «Padre»

En muchas religiones antiguas se identifican los dioses con los roles familiares, de forma que no es raro oír hablar de «dioses esposos» en las religiones del Mediterráneo oriental, tanto en Grecia como en Canaán. De estas uniones nacen distintas divinidades que son, a su vez, parientes de otras.  No es este el caso del Dios bíblico, que es único y trascendente. ¿Cómo entender, por tanto el título de «Padre»?
«Como un padre…». En el Antiguo Testamento a Dios se le compara como a un padre de familia bueno, que se preocupa por los suyos: ‘Porque el Señor reprende al que ama,  como un padre al l hijo querido. (Prov 3,12). También lo recoge un salmo:

Como un padre  siente ternura por sus hijos, 
siente el Señor ternura por sus fieles  (Sal 103,13)

En un himno del libro del Deuteronomio se pone este título, el de «Padre»,  al mismo nivel que el de «creador», indicando así la condición de portador y autor de vida:

¿Así pagáis al Señor, pueblo insensato y necio?
¿No es él tu padre y tu creador?
¿No es él el que te hizo y te constituyó? (Dt 32,6)

Que la imagen de «padre» no se puede identificar exclusivamente con el varón, frente a la mujer, es evidente cuando la Escritura usa explícitamente la imagen materna:

‘Como a un hijo a quien consuela su madre,
así yo os consolaré a vosotros’. (Is 66,13)

En el oráculo de Oseas, dirigido a Israel (la esposa infiel), Dios se revela en el amor esponsal, pero recupera algunos términos que son específicamente propios de la mujer, como las «entrañas maternas» (rahamim), que se suele traducir como «ternura»

‘Me casaré contigo para siempre,
me casaré contigo en la justicia y el derecho,
en ternura y amor;
me casaré contigo en la fidelidad,
y tú conocerás al Señor’. (Os 2,21-22)

«Padre nuestro...». Dicho esto, no podemos afirmar, sin embargo, que la revelación de Dios como Padre se agote en el Antiguo Testamento. El que nos dice en repetidas ocasiones que Dios es Padre, y que le debemos llamar Padre, es Jesús.
La relación que guarda Jesús con Dios es única a la vez que íntima. Todo lo que conoce el Hijo le viene porque el Padre se lo ha dado a conocer: ‘Nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni nadie conoce al Padre sino al Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar’ (Mt 11,27).
San Mateo llama repetidamente a Dios, «Padre»; cosa que sería chocante en un judío que se refiere a Dios con circunloquios para evitar pronunciar su nombre: «el Santo», el Bendito», «el Eterno».
De todos los textos donde aparece, sólo nos fijamos en el primero de los discurso mateanos, el de las Bienaventuranzas, cuando Jesús explica la novedad del evangelio respecto a la Ley judía, insiste en decir: ‘se ha dicho (la Ley dice), pero yo os digo’. En esta dinámica de contraposición entre lo antiguo y lo nuevo, Jesús se refiere continuamente a Dios con el nombre de «Padre»: ‘Brille de tal modo vuestra luz delante de los hombres que vean vuestras obras buenas y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos". (Mt 5,16). De nuevo unos versículos más tarde: ‘para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir el sol sobre buenos y malos y hace llover sobre justos e injustos’. (Mt 5,45). Un úlñtimo texto: ‘Guardaos de practicar vuestra justicia delante de los hombres para que os vean; de otro modo, no tendréis mérito delante de vuestro Padre celestial". (Mt 6,1)
La limosna, la oración y el ayuno. La actitud religiosa del creyente está manifiesta a los ojos de Dios.  Es una actitud confiada y transparente, sin medias tintas y sin pretender engañar. ‘que tu limosna quede en secreto; y tu Padre que ve lo secreto, te recompensará". (Mt 6,4). Lo mismo se dice de cómo debe ser la oración. ‘Tú, cuando reces, entra en tu habitación, cierra la puerta y reza a tu Padre que está presente en lo secreto; y tu Padre que ve en lo secreto, te recompensará.’. Por último, el ayuno en sí mismo sólo es válido a los ojos de Dios si va acompañado de la sinceridad. ‘que los hombres no se den cuenta de que ayunas, sino tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre que ve en lo secreto, te recompensará".
Padre providente. San Mateo habla también de que Dios es como un Padre que se cuida de sus hijos. El que se siente hijo amado sabe que Dios provee lo que más necesita:  Mirad las aves del cielo; no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros, y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas? (Mt 6,26) Y también ‘Por todas esas cosas se afanan los paganos. Vuestro Padre celestial ya sabe que las necesitáis. (Mt 6,32). Hay que confiar en Dios, porque él es un «Padre bueno» (Mt 7,11)
La oración de Jesús. Jesús, en su oración. se dirige a Dios como «Padre»: En aquel tiempo Jesús dijo: "Yo te alabo, Padre,  Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y se las has manifestado a los sencillos. (Mt 11,25).
En Getsemaní, Jesús llama a Dios «Padre» en medio de la prueba. En san Marcos,  Jesús llama a Dios «Abba», Padre. En la agonía, no le dice a Dios ¿quién eres tú? ¿o qué clase de Dios eres? sino que le llama «abba»:  ‘Decía: "¡Abba, Padre!, todo te es posible; aparta de mí este cáliz, pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú". (Mc 14,36)
Tanto san Mateo como san Lucas recogen este mismo pasaje en el que Jesús llama a Dios Padre. San Mateo lo repite por dos veces: ‘(Jesús) Avanzó unos pasos más, cayó de bruces y se puso a orar así: "Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú". (Mt 26,39)
‘De nuevo, por segunda vez, se fue a orar, diciendo: ‘Padre mío, si no es posible que este cáliz pase sin que yo lo beba, hágase tu voluntad". (Mt 26,42)
Por último, en san Lucas, encontramos que Jesús, en la cruz, le llama también «Padre». ‘Jesús decía: ‘Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen". Y se repartieron sus vestidos a suertes.’ (Lc 23,34)

2.3. Dios es Todopoderoso

De todos los atributos divinos que intentan intuir cómo es (misericordioso, bondadoso, omnisciente, omnipresente etc.) sólo uno aparece en el credo: «Todopoderoso». No es fácil explicarlo, sobre todo si lo entendemos desde una perspectiva filosófica, porque pronto aparece la pregunta: ‘si lo puede todo…¿por qué no evita el mal en el mundo? La pregunta sobre el mal es, sin duda, la que más afecta no sólo a la propia existencia de Dios, sino a su bondad.  La experiencia de los creyentes de todos los siglos nos hablan de que ‘Dios escribe recto con renglones torcidos’, de forma que su «poder» no se manifiesta ni se explica con nuestros criterios para ver la realidad ni con nuestras valoraciones. 
Dios sabe más. La fe en un Dios «todopoderoso» nos lleva a no ser engreídos queriendo enseñar a Dios o explicarle sus planes sobre la historia, sobre la humanidad y sobre cada uno de nosotros. Las criaturas somos limitadas en nuestro saber, entender y hacer. Sabemos un ‘poquito’ y pretendemos establecer juicios universales de valor que afecten a todo y a todos. Esta limitación, propia de nuestro ser criaturas, no le afecta a Dios.
Dios ama más. Dios es Dios; cuando hablamos de él sólo lo podemos hacer por aproximación, y no podemos reducirlo a nuestros esquemas de «poder» y de «saber»; de «fuerza» y de «sometimiento»; de «control» y de «imposición».
El lenguaje sobre Dios todopoderoso no puede ir al margen del Dios que es amor. El poder de Dios se ilumina con su condición de amor, de forma que no es arbitrario ni impositivo. Por otra parte el amor de Dios se desgaja de la imposibilidad si afirmamos que es un «amor que todo lo puede». Puede perdonar, puede comprender, puede renovar, puede rehacer, puede recomponer.
Dios espera más. La fe en Dios «todopoderoso» nos libera tanto de un «diosecillo» particular, casi regional, que extiende su dominio sobre un mínimo campo de la realidad, como de un Dios sometido al «destino», al «fatum», a la «fatalidad».
Nuestra fe no es fatalista, sino providente. La historia no está desbocada, dejada a su suerte, sino que tiene su origen en el Dios de la vida y se dirige a su plenitud en el Dios de la vida. La fe en Dios es esperanzada, no amenazada.

2. 4. Dios es creador

Las preguntas fundamentales. Muchas personas (no todas) se plantean a lo largo de su vida las preguntas fundamentales sobre ellas mismas, sobre lo que les rodea, sobre su suerte: ‘Quiénes somos?, ¿a dónde vamos?, ¿cuál es nuestro origen y nuestro fin?
La fe en el Dios creador nos libera precisamente de vernos sometidos al sinsentido, a la arbitrariedad, a la casualidad o al azar.
Las personas no somos ‘granos’ que le han salido al mundo, ni ‘monos con suerte’, ni ‘máquinas mejorables’. La condición de ser ‘criaturas’ a imagen y semejanza del mismo Dios, en diálogo con él, otorga una dignidad y una responsabilidad que no tiene parangón. El hombre sólo se mide con Dios y sólo acepta mirarse en el espejo de Dios.
Mundo creado y criaturas amadas. Al afirmar que Dios ha creado el mundo no negamos que el mundo pueda comprenderse desde su propia autonomía (fuerzas dinámicas, continuos cambios, progreso real y permanente etc.) sino que afirmamos su condición de que no es ni autosuficiente ni eterno.
El hombre, por su parte, cuando se mira en el espejo de Dios, se sabe limitado y débil (pecador), pero no ello abandonado.
La mirada cristiana sobre el mundo es una mirada de amor, que incluye el respeto por la obra creada, por la naturaleza, y el amor a las personas. Podemos hablar de un sentido ecológico religioso, incluso cristiano, porque la naturaleza es un regalo de Dios.
El Dios cercano que nos trasciende. La oración de Jesús dice ‘que estás en el cielo’. Nosotros sabemos que Dios no está ‘ni arriba, ni abajo’, porque no se mueve en nuestros espacios humanos. Muchas veces usamos nuestras ‘torpes’ limitaciones para intentar abarcar y delimitar a Dios. Tarea inútil y necia. San Agustín insiste en que a Dios no lo podemos atrapar, como se atrapa a una hermosa mariposa. Dios se nos revela, pero sigue siendo misterio inefable: ‘Si lo comprendieras, ya no sería Dios’ (S. Agustín, Sermones 52,6,16).