25 noviembre, 2013

CUATRO RETIROS PARA EL ADVIENTO

Como empieza el tiempo de Adviento y TODOS tenemos que 'ponernos las pilas' para preparar bien la NAVIDAD, quiero compartir con vosotros cuatro retiros que preparé hace unos años. Si os sirven a vosotros o sirven para hacer el bien, ¡bendito sea Dios!

Lo único que no quiero es que los 'copien' como si fueran propios; eso es deshonesto, pero no me importa que algunas ideas se puedan usar en retiros, charlas, reuniones etc.

Son cuatro seguidos. Hay que leerlos 'poco a poco'. A veces se repiten, pues el material de un año sigue siendo válido para otros; pero los planteamientos son distintos, complementarios, nuevos.



1) Estoy haciendo algo nuevo, ¿no lo notáis?

2) Isaías y Jesús: de las expectativas a la esperanza

3) La esperanza tiene nombre propio: Jesús

4) Cuando llega el tiempo de Adviento: lectura esperanzada desde el corazón de la crisis


Un saludo ESPERANZADO en JESUS, DIOS QUE VIENE, a todos.



(1) ESTOY HACIENDO ALGO NUEVO, ¿NO LO NOTÁIS?

4 de Diciembre de 2010

Introducción: Volver a empezar otra vez

            Los cristianos cuando volvemos nuestra mirada hacia Dios en el tiempo de Adviento, repasamos nuestra vida desde la perspectiva de la esperanza.
-        ¿tenemos esperanza?
-        ¿en qué o qué esperamos?
-        ¿a quién esperamos?
-        ¿acaso no confundimos esperanzas con expectativas?

            Solemos decir ‘dime cómo vives y te diré en qué Dios crees’. En efecto, si vivimos en una rutina paralizante, si vivimos en una languidez pesante, si estamos sometidos al ‘laissez faire, laissez passer’, de una sociedad que nos pide no comprometernos, estamos poniendo a prueba nuestra fe en Dios.
En Adviento es necesario recordar, al menos, dos cosas fundamentales:

(1)  que el cristiano mira al futuro porque sabe que la historia le pertenece a Dios
(2)  que la esperanza tiene nombre propio, y ese nombre es Jesús.
           
(1) La historia le pertenece a Dios

            Lo propio del cristiano no es la fe ‘opiacea’ que ya denunció en su día Marx; ni ponernos en manos de una voluntad de poder que de entrada echa de la historia a todos los débiles, como profetizó Nietzsche; tampoco es un vagar en el sinsentido, de los filósofos existencialistas; ni tampoco recuperar el ‘carpe diem’ de los romanos, en una relectura postmoderna que dice: ‘lo quiero todo, y lo quiero ya’.
            Esta forma de pensar, muy extendida entre nuestra gente, es tremendamente anticristiana. Una de las diferencias entre vivir ‘a lo cristiano’ y vivir ‘a lo pagano’ es la forma de afrontar la vida diaria, el quehacer diario, y la historia en su conjunto. El ‘carpe diem’ (‘aprovecha el momento’) de los romanos hoy se traduce como ‘saca todo el partido al momento presente porque no sabemos si existe el futuro. La sociedad moderna lo dice de otra forma; dice ‘lo quiero todo y lo quiero ahora’, porque no sabemos si existe el mañana. No creemos que mañana será mejor. Pero el cristianismo no se «doblega» a estas propuestas:
            1º) El cristianismo mantiene siempre ese punto de ‘contracultualidad’ (¡es contracultural!). Si entendemos que la cultura actual ha abandonado los ‘grandes discursos’ para refugiarse en el fragmento, nosotros seguimos hablando de un Dios que tiene un proyecto de amor para toda la humanidad. Un Dios que no es del pasado, sino del presente y del futuro. Dios es el Señor de la historia, y esta fe tiene consecuencias en la vida diaria del creyente. No estamos abandonados a nuestra suerte, náufragos en un mundo desnortado.
            2º) El cristianismo cree que otro mundo es posible. no se contenta con lo mucho o poco que le da la vida, en un abandono total de cualquier tipo de compromiso, o de transformación. El cristianismo cree en las posibilidades del hombre porque es Dios mismo quien nos lo garantiza. Nos lo garantiza en su palabra, nos lo garantiza en su vida entregada y actualizada en la Eucaristía, nos lo garantiza en la vida de tantas personas que manifiestan que es posible vivir creyendo en los hombres.
            3º) El cristianismo no cede ante la dejación de responsabilidades, ni ante los cantos de sirena de un mundo que llama a la deserción general. El evangelio nos dice: ‘estad vigilantes’, ‘despertaos del sueño’. La crisis que estamos viviendo, en su tremenda tragedia, es una oportunidad para que volvamos a revisar tanto nuestra forma de vida, como la calidad de nuestro compromiso, como en quién ponemos la fe que salva.

(2) La esperanza cristiana tiene un nombre: Jesús

¿Un deseo infantil o una ensoñación adolescente? La esperanza cristiana no es un ‘ramillete’ de buenos propósitos, queriendo cambiar nuestra vida y el mundo a golpe de voluntad; tampoco es un estado psicológico de ‘ingenuidad infantil’ o de sueños de adolescente, pensando en un mundo de ilusión.
La esperanza cristiana es una «vigilancia activa», con sentido (el sentido lo da el evangelio) y con nombre propio, Jesús.
            La esperanza es Jesús. Jesús no es un personaje tomado de la alacena o de los grandes personajes de la historia. Jesús es el mismo ayer, cuando caminaba por los senderos de Palestina, y hoy, caminando con nosotros. Además, no sólo es ‘el que vino’, sino ‘el que viene’ hoy.
Yo soy el alfa y la omega, dice el Señor Dios, el que es, el que era y el que viene, el todopoderoso. (Ap 1,8)

Adviento  de Jesús hoy. La Iglesia, en su pedagogía, nos va marcando los tiempos de gracia, como una madre se preocupa de que sus hijos vayan creciendo y madurando. Cada uno a su ritmo. Está el hijo nervioso y activo que quiere llegar el primero, y el hijo tranquilo que no tiene prisas en llegar. Está el hijo miedoso que no sabe si será capaz y será digno, y el hijo despreocupado que no ve dificultades.
El Adviento es «tiempo de gracia» que nos regala Dios en la Iglesia, con la Iglesia, por medio de la Iglesia.
a) El adviento es tiempo de gracia porque es «tiempo propicio». Dios tiene un ‘tiempo oportuno’ para cada uno de nosotros. Es la gran oportunidad de ‘volver a casa’. No como los anuncios de turrones, que se supone que luego se vuelven a ir, sino para quedarse.
b) El adviento es tiempo de espera activa. Vemos la ceniza encima de las brasas humeantes. Podemos esperar a que se apague el fuego; o que otro venga a soplar; o podemos nosotros mismos quitar las cenizas de nuestras brasas casi apagadas; podemos volver a soplar con la convicción de que es Dios mismo quien renueva nuestra esperanza.
c) El adviento es tiempo de encuentro. «Adventus» significa «llegada». Pero es una ‘llegada personal’. Al que ‘llega’, no se le espera sino que se le acoge. Si Jesús llega, la actitud es la de ‘dejar que entre’.
Jesús tiene un enorme respeto por las personas, por todos y cada uno de nosotros. Él llama a la puerta y dice con humildad, sin avasallar, ‘¿puedo pasar?’. Si le decimos que no, no fuerza… pero sabemos que volverá a intentarlo.
Es Adviento, Jesús llama a la puerta… ¿esperaremos hasta el año que viene?



            Os propongo dos puntos de reflexión. El primero sobre la palabra de Dios en nuestra vida; el segundo sobre la capacidad que tenemos para acoger lo nuevo.

1. LA PALABRA DE DIOS NO PASA


            Podríamos hacer un juego de palabras moderno diciendo que en esta sociedad todo es caduco: los alimentos, las medicinas, los documentos, las modas, hasta las ideologías. También los políticos y sus políticas. Todo tiene ‘fecha de caducidad’ menos la Palabra de Dios.
Se seca la hierba, se marchita la flor,
pero permanece para siempre
la palabra de nuestro Dios (Is 40,8)
1. Palabra de Dios y crisis

            La palabra de Dios se sirve de las crisis para avanzar. Es la paradoja permanente de la Sagrada Escritura: Dios saca vida y hace el bien de donde aparentemente no se puede sacar nada o es incluso negativo. El Antiguo Testamento nace en dos grandes crisis: la primera, la de la esclavitud inhumana. La segunda, la de la deportación que llevaba a la desaparición.
            Esclavitud. La primera crisis, la de la esclavitud en Egipto, dio lugar a la experiencia liberadora del Éxodo. El pueblo de Israel descubrió que su Dios no estaba con los opresores, sino con ellos. Hoy nosotros decimos de forma ‘escueta’, casi telegráfica, que ‘Dios toma partido’ por los pobres. Ellos lo escribieron de forma hermosa e hicieron una epopeya.
La palabra de Dios no se limita a relatar noticias del pasado, como si de un telediario de los tiempos pasados se tratara o como si fuera un canal de historia de la humanidad. La crisis de la esclavitud, que acaba en liberación, es arquetipo para toda la historia y toda la teología: Dios no está con cualquiera, mucho menos con los que son antihumanos. Dios está con los humanos, con lo que humaniza, con lo que levanta al hombre de su postración. Al revés: Dios no está ni con los esclavizadores, ni con los faraones que se sirven de los débiles para edificar megalómanas construcciones.
            Desaparición. La segunda crisis, la de la deportación y desaparición en Babilonia. La opción era: o desaparecer allí en medio de una ‘plácida vida de deportados’, o rebelarse y volver a la tierra de donde habían venido. Es verdad que no se ‘sublevaron’, pues fue Ciro quien derrotó a los babilonios y propició de este modo su retorno, pero es verdad también que la mayor parte de ellos no se quería mover: ‘estaban inmovilizados’, estaban ‘drogados’. ¿Hay que dejar la buena vida para ir a vivir a una ciudad árida? ¿no se puede servir a Dios en Babilionia? La respuesta que da la Biblia es «no». En efecto, no se puede servir a Dios en medio de la dejación y del abandono paralizante.
            Abandono. Si hoy miramos nuestra vida cristiana, podemos decir que estamos en crisis. Unos hablan de ‘sociedad postcristiana’, indicando así que el cristianismo ha pasado al cuarto de los trastos viejos, que se sacan en carnaval o para disfraces, pero que nadie se viste con ellos. Es verdad que nos falta «frescura»; la mochila pesada de la historia no nos la podemos quitar, pero tampoco sabemos recuperar un cristianismo «con frescura»: la «frescura» de lo nuevo, de lo reciente, del pan recién horneado o del buen olor de los niños pequeños. Tenemos el riesgo de «oler a rancio», de proponer ideas «casposas» que por sí mismas se desautorizan.
            Otros optan por el ‘abandono progresivo’ o una especie de ‘apostasía callada’. El número de practicantes cae de forma progresiva. No podemos cerrar los ojos. Es el abandono silente de los que se dejan seducir por los falsos profetas anticristianos: ‘la Iglesia es inquisición, son las cruzadas… la Iglesia es antiprogreso’. Muchos, sin ser conscientes, participan de esta nueva forma de opinión.
            Otros hablan de ‘nuevos paradigmas’. Hay que cambiar los «modelos»; pero no sabemos bien en qué consisten las nuevas propuestas y tampoco si estos nuevos «marcos» o «modelos» tienen que ver con el evangelio de Jesús y de la Iglesia.
            Pues bien, en este panorama de ‘movilidades’, donde todo parece inestable y pasajero, donde «nada es para siempre»,  sigue estando como testigo vivo la Palabra de Dios. Ella fue capaz de engendrar vida en dos momentos graves de crisis; ella engendrará vida, sin duda, en los momentos actuales.

2. La pedagogía del desierto

            La Escritura habla mucho del desierto, pero no siempre con el mismo valor. Puede tener distintas apreciaciones según desde donde se lea. Es tiempo y lugar de paso, de transición, de maduración, de soledad, de abandono, de prueba, de discernimiento, de tentación…
            Siguiendo con los dos modelos bíblicos arriba indicados, podemos pensar en el desierto como oportunidad y como pedagogía que usa el mismo Dios.

El desierto en el Éxodo: prueba y discernimiento

            Cuando Israel sale de Egipto, el pueblo se adentra en un espacio y en un tiempo terrible dominado por las carencias de todo. Es un tema amplio, pero sólo nos fijamos en dos aspectos: la tentación de ‘volver a la esclavitud’ y la tentación de la ‘idolatría’.
            El pueblo de Israel no está dispuesto a pasar por el desierto de las carencias.  Prefieren tener que comer siendo esclavos, que ser libres y pasar necesidad.  4 La gente que se les había unido tenía tanta hambre que los mismos israelitas, contagiados, se pusieron a llorar, gritando: "¡Quién nos diera carne que comer! 5 Nos acordamos del pescado que comíamos en Egipto de balde, de los pepinos, de los melones, de los puerros, de las cebollas,  de los ajos.  6 Ahora nos morimos de hambre y no vemos más que maná". (Num 11, 4-6)
            No estamos hablando, como bien sabemos, de una exaltación de la pobreza. Estamos hablando de algo más importante: vender la libertad a cambio de una estabilidad y de una seguridad que incluye tener cubiertas las necesidades mínimas. Esto también nos paraliza hoy: callar a cambio de vivir decentemente.
            El segundo aspecto, terrible, es el de la idolatría. Dicen que «adoran», pero no adoran a Dios, sino a una figura hecha por sus manos. Cambian al Dios de la libertad por un becerro de oro. (Ex 32, 1-35). El Dios de la historia, el que hace camino con nosotros, es sin duda mucho más exigente que el ‘diosecillo de oro’ que queremos controlar. El desierto es un lugar de discernimiento ¿a quién queremos servir? No basta con decir «somos religiosos, somos piadosos». El pueblo de Israel quería adorar un becerro, quería se piadoso. ¿Queremos servir a los ídolos o al Dios de la libertad y de la alianza?

El desierto en el Exilio: caminos en la estepa

El desierto que nace de Babilonia y va camino de Jerusalén es distinto. El Segundo Isaías anuncia ‘torrentes en la estepa’. Ahora se trata de una fiesta, pero hay que atravesarlo, y para atravesarlo hay que ponerse a caminar.
      La dificultad del Israel exiliado era, precisamente, que no querían dejar Babilonia. La travesía quizá era lo de menos, lo de más era la comodidad y el miedo al futuro. ¿Merecía la pena ese viaje? ¿Y si después de dejar Babilonia no había nada que mereciese la pena?

3. La eficacia y la firmeza de la palabra de Dios


El conjunto de Is 40-55 ofrece una mayor sensación de unidad y coherencia que el resto del libro de Isaías. Su autor, magnífico teólogo, es también un destacado poeta que domina los recursos de la lengua (amplias construcciones, efectos sonoros, variedad de imágenes) y los géneros proféticos (oráculos de salvación, anuncios de salvación, himnos, pleitos judiciales, diatribas, cantos etc.). En todo el conjunto de su obra es posible identificar una sólida estructura bipartita enmarcada por un prólogo y un epílogo en perfecta inclusión:

A
PRÓLOGO (40,1-11):
Anuncio de un nuevo éxodo.
La palabra de Dios es firme. (Is 40,8)




B
PRIMERA PARTE (40,12-48,22):
Liberación de Babilonia.
Retorno a Jerusalén.
Primer poema del Siervo
Las palabras de los ídolos son vanas
(Is 41,26)
La palabra de Dios se cumple (Is 44,26) y es irrevocable (Is 45,23)



B’
SEGUNDA PARTE (49,1-55,5):
Restauración de Jerusalén.
2º, 3er y 4º  Poema del Siervo

Palabra que sostiene al débil (Is 50,4)
Palabra que es de Dios (Is 51,16)



A’
EPÍLOGO (55,6-13).
Salida de Babilonia: nuevo éxodo.

La palabra de Dios es fecunda.(Is 55,11)

            El Segundo Isaías Sigue la línea del profeta del siglo VIII, del que toma el nombre, pero a la vez aporta una teología novedosa. Uno de los rasgos de esta teología es, precisamente, que es el primero que reflexiona sobre el valor propio de la ‘palabra de Dios’.Podríamos decir, incluso, que ‘personifica’ la palabra: ella es débil porque se proclama y deja de existir, pero es fuerte porque se cumple. Ella es débil porque el hombre puede fallar, pero es fiel porque Dios no falla nunca.
El segundo Isaías marca tres rasgos de la palabra: es fiel y se cumple siempre porque tiene como garante al mismo Dios. Por otra parte insiste en su condición de eficacia fecunda, de fertilidad:

Hay esperanza

Las estructuras bíblicas piden ser leídas con coherencia interna. Eso es lo que vamos a intentar siguiendo las dos partes, con sus correspondientes prólogo y epílogo, en el que hemos dividido el texto.
El hilo conductor es que hay esperanza porque Dios mismo garantiza ese futuro y porque su palabra es firme y no falla.



A) Prólogo: la palabra de Dios es firme

La palabra de Dios no es ‘flor de un día’, ni tiene «fecha de caducidad», sino que permanece para siempre porque es Dios mismo quien la sostiene:

Se seca la hierba, se marchita la flor,
pero permanece para siempre
la palabra de nuestro Dios (Is 40,8)

            Hoy estamos inmersos en la cultura de lo efímero: «nada es para siempre». Todo es revocable. Sin embargo, la palabra de Dios se presenta como estable, permanente, segura.
            También estamos en la cultura del «usar y tirar», del «kleenex». Las cosas duran lo que dura su uso o su utilidad. La Palabra de Dios no se somete a esta ley, sino que fue palabra para el pasado, lo es para hoy lo será para el futuro.

B) Primera parte: Palabra que se cumple de forma irrevocable

            La palabra de Dios es «veraz», por contraposición a los dioses que son «falsedad». Dios le pone un «pleito» a los dioses. El Señor reivindica con insistencia que sólo él es Dios y que los dioses y los ídolos no son nada. En un pleito contra los ídolos, Dios, el Creador, el Libertador, el Go’el de Israel, les echa en cara a los ídolos que sus palabras son vanas, y que nadie les presta atención:

            ¿Quién lo anunció desde el principio
            Para que pudiéramos saberlo?
            ¿Quién lo predijo de antemano
            Para que se pueda decir «es verdad»?
            Nadie lo anunció, nadie dijo nada
            Nadie oyó vuestras palabras (Is 41,26)

Palabra que se cumple

            Yo realizo la palabra de mi siervo
            Cumplo el plan de mis mensajeros
             (Is 44,26)

            El profeta Jeremías tiene un texto semejante: ‘Yo velo por mi palabra, para que se cumpla (dice el Señor)’ (Jer 1,12)
En una época en que todo parece ser ‘sí pero no’, la palabra de Dios es irrevocable; permanece para siempre.

Esto dice el Señor, el que creó los cielos,  el que es Dios, el que formó la tierra y la creó, el que la estableció y no la creó vacía,  sino que la formó para ser habitada (…) Volveos a mí y os salvaréis,  confines todos de la tierra, porque yo soy Dios y nadie más. Por mí mismo lo juro;  de mi boca sale la verdad, una palabra irrevocable: Ante mí se doblará toda rodilla,  toda lengua jurará por mí, diciendo: ¡Sólo en el Señor está la salvación!  (Is 45,18-24)



B’)  Segunda parte: Palabra que sostiene, palabra que es de Dios

            En el Tercer poema del Siervo aparece la palabra de Dios que sostiene al débil. Los pueblos que se dirigen a Sión están formados no por ejércitos poderosos y nobles, sino por los pobres que confían en Dios. Dios, con su palabra, le sostiene en su marcha.

El Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo
para que yo sepa sostener
con mi palabra al cansado.
Cada mañana me despierta el oído
para escuchar como un discípulo (Is 50,4)

            Como en la vocación de Jeremías, el texto bíblico nos recuerda que la palabra no es del hombre, no brota de sus deseos, sino de Dios mismo. La fórmula se repite de nuevo.

            He puesto mis palabras en tu boca
            Te he cobijado al amparo de mi mano (Is 51,16)

A’) Epílogo: Palabra fecunda

El Epílogo vuelve a recoger el tema del «Segundo Éxodo». Es un grito que proclama que es posible renacer como Pueblo de Dios, que Dios mismo es el que guía a su pueblo, y que Dios lo promete. La Palabra de Dios no se puede tomar a broma, sino que es fecunda. Hay que dejarse «mojar», «empapar»; hay que «calarse» de la palabra de Dios y ella no dejará de ser fecunda.

Esto dice el Señor:
Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo,
y no vuelven allá, sino después de empapar la tierra,
de fecundarla y hacerla germinar,
para que dé semilla al sembrador
y pan al que come,
así será mi palabra que sale de mi boca:
no volverá a mí vacía,
sino que hará mi voluntad
y cumplirá mi encargo. (Isaías 55, 10‑11)

Isaías hace un elogio de la palabra de Dios, pero somos conscientes igualmente de la fragilidad inherente a al palabra: la palabra es «fuerte» porque es de Dios y es «débil» porque quien la escucha y la acoge es un hombre.

PALABRA FUERTE
PALABRA DÉBIL
Duradera, permanece para siempre
El hombre está sujeto a la caducidad
Se cumple. Dios no falla nunca
El hombre la escucha, pero puede callar
Dios la pronuncia y es irrevocable
El hombre la pronuncia y desaparece
Es fecunda: empapa la tierra
La tierra debe estar mullida para aceptarla





2. OS DARÉ UN CORAZÓN NUEVO (Ez 36)

1. La realidad.

            Tres posibilidades:
1)     Negar la novedad
2)     Pretender engañar
3)     Disyuntiva ¿retroceder o avanzar?

            No hay nada nuevo. El libro del Eclesiastés es terrible en su crudeza, pero es totalmente actual. Es un baño de ‘realismo’ escéptico que nos cura de nuestras ingenuidades:

                    9 Lo que fue, eso mismo será; y lo que se hizo, eso mismo se hará; no hay nada nuevo bajo el sol.
            10 Si hay una cosa de la que dicen: "Mira, esto es nuevo”,  esa cosa existió ya en los siglos que nos precedieron. (Ecl 1,9-10)

            Hay que decir que esta forma de pensar es tremendamente anticristiana. Si no existe la novedad, no existe la vida nueva del Espíritu; no existe la posibilidad de cambio ni personal ni comunitariamente. Estamos condenados al determinismo.
            Hay que decir también que este toque de ‘escepticismo’ es saludable para quienes se arrojan en los brazos de las «últimas novedades del mercado». En el mercado del mundo, cada temporada se cambia de moda… y la persona en su estabilidad emocional y espiritual no puede estar cambiando de moda. ‘Nada es nuevo’ o al menos ‘nada es tan nuevo como quieren hacernos creer’.
            Lo «viejo» camuflado.  La Escritura nos presenta un caso a tener en cuenta. Un «faraón» al que se califica de «nuevo». Sería «nuevo» según la sucesión, pero no en forma de ejercer el poder. Un «faraón», llamémoslo como lo llamemos, siempre será un «faraón»; nunca es novedoso:  Surgió en Egipto un «nuevo faraón» que no había conocido a José’ (Éx 1,8). Es el engaño de querer vender como nuevo lo «caduco», lo que ya no sirve, lo que no funciona.
            ¿Retroceder o avanzar? Cuando entra el vértigo de lo novedoso, siempre está el riesgo de volver atrás. En el desierto, Dios advierte contra la abandonarle a él y sus exigencias, con el riesgo real de desandar el camino. El libro del Deuteronomio, después de pedirle al pueblo a que cumpla escrupulosamente la Ley, Dios le advierte de las consecuencias de que no lo haga:
            1º) Exterminio en su propia tierra
            2º) Dispersión
            3º) Peligros, miedos
            4º) Volver a Egipto
                   
58 Si no pones en práctica todas las palabras de esta ley, escrita en este libro; si no respetas este glorioso e imponente nombre del Señor, tu Dios, (…) 68 El Señor te llevará de nuevo a Egipto por el camino del que yo te había dicho: No lo volverás a ver más. Allí os ofreceréis a vuestros enemigos en venta como esclavos y no encontraréis comprador. 69 Éstos son los términos de la alianza que el Señor mandó hacer a Moisés con los israelitas en Moab, aparte de la alianza que hizo con ellos en el Horeb.

            La otra posibilidad es avanzar. Ante el riesgo de retroceder, siempre queda la llamada a seguir. Hay que mirar hacia delante. Pero no es un ‘andar por andar’, (que no vale la pena el andar por andar) sino que hay que convertirse «de nuevo». (Dt 30). Para la escritura el «volverse» a Dios y «convertirse» es lo mismo.

2 si de nuevo te vuelves hacia él y le obedeces, tú y tus hijos, con todo tu corazón y toda tu alma, según todo lo que yo te mando hoy,
 3 él cambiará tu suerte, tendrá misericordia de ti y te reunirá de nuevo de todos los pueblos, en medio de los cuales te había arrojado.
 4 Aunque tus desterrados estuvieran en el confín del cielo, de allí iría a buscarte
 5 para llevarte de nuevo a la tierra que poseyeron tus padres, darte posesión de ella, hacerte feliz y más numeroso todavía que ellos.
 6 El Señor, tu Dios, circuncidará tu corazón y el de tus descendientes para que le ames con todo tu corazón y toda tu alma, y así vivas. (…)
9 y él te hará prosperar en todas tus empresas, en el fruto de tus entrañas, en el fruto de tus ganados y en el producto de tu tierra. El Señor se complacerá de nuevo en tu prosperidad, como se había complacido en la de tus padres (Dt 30)

2. Los profetas de la novedad

a) Segundo Isaías: abrir las puertas a la novedad

            Isaías anuncia que no estamos condenados a repetir lo mismo. Primero nos dice que «algo nuevo está naciendo» y luego que «todo es posible» para Dios.

            ‘Os voy a anunciar algo nuevo’ (Is 42,9)

No recordéis las cosas pasadas,
no penséis en lo antiguo.
                        Mirad, yo voy a hacer una cosa nueva;
                        ya despunta, ¿no lo notáis?
Sí, en el desierto abriré un camino,
y ríos en la tierra seca.(Is 43,19)