03 noviembre, 2017

SABER ESPERAR

Tiempos recios. Nos tocan vivir «tiempos recios». Esta frase, como sabe muy bien el lector, no me la puedo apropiar; es de Santa Teresa de Jesús. Lo que sí podemos decir es que en la historia siempre ha habido «tiempos recios»; cada sociedad y cada época ha tenido los suyos. ¿Acaso son más «recios» estos tiempos que los de las distintas persecuciones religiosas donde se mataba a causa de la fe? ¿Acaso son más recios estos tiempos que los de las Revoluciones francesas o mexicanas, abiertamente antirreligiosas? ¿Acaso son más recios estos tiempos que los que llevaron a la Iglesia de nuevo a las catacumbas en todo el mundo del bloque comunista? Ahora tocan otros tiempos; para algunos más duros, pues tras la «tolerancia» se esconde la «indiferencia»: “el mayor desprecio es no hacer aprecio, dice el refrán español”. Para otros son tiempos de confrontación, de poner en duda y en valor las distintas formas de expresión religiosa. 


Tiempos de espiritualidad. Lo que sí podemos afirmar es que estamos viviendo por todas partes un «renacimiento de la espiritualidad». No decimos renacimiento del «discipulado de Jesucristo» o de «espiritualidad confesante». Son cosas distintas. Algunos buscan espiritualidad fuera de las tradiciones religiosas, principalmente el cristianismo. Muchas formas de relajación, de meditación, de silenciamiento interior solo quieren eso, «paz interior» que no esté unida a ninguna profesión de fe. El debate hace tiempo que está abierto. ¿Cómo vivimos los discípulos de Jesús, los que vivimos la fe en la Iglesia, estas nuevas formas de espiritualidad no confesante?

La espiritualidad necesita tiempo, y sobre todo lentitud. En una de las muchas obras que retoman este tema, el autor después de criticar la aceleración en la que vivimos, hablaba precisamente de esto: la verdadera espiritualidad necesita tiempo y sobre todo lentitud. Precisamente porque la verdadera espiritualidad tiene que ver con las relaciones interpersonales, hay que dedicarle tiempo, como se dedica a los amigos. Las relaciones con las personas son de largo alcance; hay que invertir horas, espacios, escuchas, serenamientos, novedades, conflictos, diálogos. Lo mismo en las relaciones espirituales.

La paciencia y la espera como aprendizaje. Hay que tender puentes, sin renunciar a lo esencial; para nosotros la fe en Jesús como Señor. Uno de esos puentes que podemos tender lo encontramos en el evangelio: aprender a esperar, cultivar la espera. Dios con frecuencia se hace esperar; no porque juegue con nosotros, sino porque el tiempo es pedagógico. Dios no necesita dilatar el tiempo de su amor, pero nosotros sí que necesitamos percibir este amor, de forma lenta, paulatina, progresiva. Dios no tensa la paciencia para forzar nuestras decisiones, pero sí nos enseña a madurar, a sopesar, a leer nuestra vida con perspectiva. Sabemos que el encuentro con Dios es seguro; pero no sabemos cuándo. No podemos apresurarnos, provocar fracasos por nuestra impaciencia; forzar las situaciones. Nuestra espera debe ser atenta, vigilante.

El tiempo en la historia de la salvación. El sentido del tiempo en las tradiciones y filosofías religiosas es muy distinto de unas a otras. Las propuestas religiosas de carácter cósmico proponen un tiempo circular, cíclico, de eterno retorno. La Palabra de Dios nos propone un tiempo pedagógico, de esperanza, de futuro. Un tiempo donde las promesas y la confianza son fundamentales. Un tiempo donde la paciencia no es solo una virtud humana, sino la forma de esperar la presencia siempre novedosa y siempre sorprendente de Dios. Un tiempo salvífico.

Pedro Ignacio Fraile