LA BIBLIA PASO A PASO


PRIMERA LECCIÓN: ESCRITURAS Y LIBROS SAGRADOS

Todos los viajes abren la mente. Lo peor que le puede pasar a una persona es no haber salido nunca de su calle, de su casa o de su pueblo y explicar a todos cómo funciona el mundo y cómo se comporta el ser humano. A eso se llama, suavemente, presunción; mucho más fuerte, necedad. Podríamos decir en su defensa que hay personas ‘leídas’, ‘instruidas’, con la ‘sabidurencia’ de los mayores, de las tradiciones, del saber posado y reposado. No olvidemos que en la antigüedad la sabiduría para la mayor parte de las personas se adquiría no en largos viajes (que sólo hacían unos pocos privilegiados o los soldados, que pateaban los caminos de los imperios), sino en las tertulias al calor del hogar en invierno y en las fogatas al aire libre en verano. Me dirijo, más bien, a los nuevos predicadores de hoy que sólo saben lo que han visto en la tele (de forma no crítica) o que repiten sin criterio lo último que han escuchado.

El viajar a Tierra Santa te obliga desde el primer momento a que reorganices tus conocimientos religiosos. Es como si te dijeran, sin pedirte permiso: «ponga usted orden en estas palabras: Biblia, Corán, Escrituras, Palabra de Dios, Evangelios canónicos, evangelios apócrifos…». No te dan tiempo, porque el «guía» o comentarista va pasando de una a otra con rapidez, sin pararse a matizar. El último día (esto me ha pasado más de una vez), un peregrino que tiene más confianza te dice: «bueno, Pedro,… me parece que me voy a tener que poner a estudiar».

Es evidente que hay que hilar muy fino. Por ejemplo, si usted es cristiano ¿piensa que el Corán es la «Palabra de Dios»? ¿los ortodoxos judíos, que leen sin descanso en unas curiosas «bibliotecas-sinagogas», conocen y valoran el Nuevo Testamento? Los musulmanes, que incorporan a Jesús como «profeta» y a María como «madre del profeta Jesús, ¿cómo leen en su conjunto la Biblia cristiana?  Dicho de otro modo: no todas las personas le damos el mismo «valor» religioso a todos los libros de las religiones monoteístas. No todos tienen para nosotros el mismo carácter «normativo».

Los temas hay que afrontarlo desde distintas perspectivas; por eso pregunto lo mismo desde otro punto de vista; veamos: ¿puede tener un cristiano en su casa, y leerlo, aunque no sea musulmán, un Corán? ¿Puede tener un judío en su casa, y leerlo, aunque no sea cristiano, unos «evangelios»? ¿Puede tener un musulmán, en su casa, y leerlos, aunque no sea cristiano, una Biblia? ¿Puede una persona no adscrita a ninguna religión, tener en su casa y leer unas «Escrituras» de los judíos, una «Biblia» cristiana y un «Corán»? Por supuesto que sí. Los textos sagrados de una comunidad religiosa son «patrimonio de la humanidad». Se puede dar el caso, y de hecho se da, que una persona conozca perfectamente una religión, que cite incluso de memoria sus textos, pero que no pertenezca a ella. En este mundo de la expresión religiosa, «tener conocimientos» de una religión no quiere decir que «se profese» esa fe que se conoce.

Hay una postura que no vale; es el decir: «no me interesa lo que digan otros; yo sólo leo la Biblia»; indica bien poca inquietud cultural, bien inseguridad en tu fe y criterios. Tampoco vale el decir: «todas dicen lo mismo», porque no es cierto; las diferencias son importantes y no podemos solucionar un tema abierto reduciéndolo a una especie de «todo el mundo es bueno», «lo mismo da Juana que su hermana».

Tierra Santa te «abre el apetito» de las religiones monoteístas. Las preguntas se acumulan una tras otra ¿Por qué hoy sigue siendo tan importante la religión? ¿Por qué una religión, mal planteada, puede degenerar en fundamentalismo y en violencia? ¿Por qué escuchar un texto antiguo y ver en él que Dios está diciendo algo muy importante? Es más, ¿por qué aceptar como «normativo» para tu vida unos textos, a los que les das el carácter de «canónicos»? Como dice el peregrino que me tiene confianza: «Pedro, ¡me tengo que poner a estudiar!»

Por concluir esta primera «lección» del «Curso de Biblia en Tierra Santa», una última reflexión. El peregrino «escucha» con el corazón la Biblia, que para el creyente es «Palabra de Dios», y con los ojos «lee» la Biblia que se presenta de forma plástica ante él. El peregrino escucha con los ojos cerrados las palabras de Jesús en el evangelio y asiente: «son palabras de vida»; luego abre los ojos y dice: «esta es tu tierra, Jesús, que amabas; éste es tu paisaje, estas son las costumbres de tu gente…». El peregrino va con el corazón abierto, muy abierto, para que sea Dios el que se lo llene; en la mochila… la «Biblia», los «evangelios», para releer con los ojos, repasar con el corazón, y saborear muy despacio, muy quedamente.

Si el tiempo lo  permite… seguirán estas «lecciones de Biblia en Tierra Santa».

Pedro Ignacio Fraile Yécora . 27 de Mayo de 2013



SEGUNDA LECCIÓN: JESÚS DESTROZÓ LOS CÍRCULOS
DE PUREZA RITUAL 


Hace muchos años tuve una intuición que poco a poco iba confirmando conforme estudiaba la Biblia. A todos nos ha pasado alguna vez pensar que «descubríamos el Mediterráneo» y nos sentíamos orgullosos de nosotros mismos y de nuestra conquista; de repente una voz nos decía, entre humorística y tierna: «el Mediterráneo hace muchos siglos que fue descubierto». Algo así me pasó cuando estaba satisfecho con mi hallazgo de los «círculos concéntricos bíblicos» y pronto llegué a la conclusión de que era algo sabido.

               Para muestra un botón. Para entenderlo un ejemplo; o mejor, dos ejemplos. Ya dediqué uno de los artículos del blog a explicar el «ombligo del mundo» como una forma muy humana y muy bíblica de autocomprenderse y de comprender la realidad. En el fondo subyace esa manía humana de creer que «yo», o que «mi calle», o «mi pueblo», o «mi monte», o «mi provincia», o «o mi nación» es el centro del mundo. El que así piensa está convencido de que todo gira en torno a él. Este es un problema generalizado, si bien ahora sólo me interesa su presencia en la Biblia. Para los que escriben desde la mentalidad del Antiguo Testamento, primero antes del exilio en Babilonia y más tarde a su regreso, el centro del mundo está en el Monte Sión de Jerusalén. Allí, en su cima, el rey Salomón erigió el Templo de Dios, donde reside su «Gloria» (primer círculo, el interior). Este monte no está en cualquier ciudad, sino en la «Ciudad de Dios», Jerusalén (segundo círculo, exterior). Jerusalén, a su vez, en el Israel postexílico, se considera la «nación que Dios ha elegido como pueblo suyo» (tercer círculo, exterior). Por último, Israel no es una nación cualquiera, sino que es el «centro del mundo» (último círculo exterior que incluye a los otros).

               Un segundo ejemplo, en esta misma línea de «círculos concéntricos» lo podemos ver en el Templo de Salomón, ubicado en la magnífica maqueta del Museo de Israel, en Jerusalén. Explico que en el Templo de Salomón había «círculos» que pretendían salvaguardar la «santidad de Dios». No podías acceder a Dios directamente, sino que cada persona debía quedarse en su «círculo de pureza ritual». El «patio de los gentiles» era el círculo externo: todos podían entrar allí, incluso los no judíos: allí se podía comerciar con animales para el sacrificio diario y se cambiaba dinero para poder llevar acabo esas compras. A continuación se pasaba al «patio de Israel», tanto para varones como mujeres; eso sí, a condición de que fueran del «pueblo elegido». Ahí no acaban las «separaciones», porque al siguiente «círculo de pureza ritual» sólo pueden pasar los varones, ni siquiera las mujeres de Israel pueden traspasar la línea divisoria (aquí es cuando las mujeres me increpan, como si yo tuviera la culpa: «machistas, que sois todos unos machistas», dicen. Yo como me lo sé de una vez para otra, me río). El siguiente «círculo de pureza» ya no es ni siquiera para los varones, sino sólo para los «sacerdotes», que sin duda tienen un «pedigrí» superior (cuchicheo en los oyentes). Por último, el círculo final, está reservado para el «Sumo Sacerdote», que sólo puede entrar una vez al año al «Sancta Sanctorum», para pedir perdón por sus pecados, primero, y por los pecados del pueblo después. El Sumo Sacerdote, sabedor de que era un rito ineficaz, lo repetía año tras año en la «Fiesta de la Expiación».

               Cuando parece que la buena gente de la peregrinación se queda como cariacontecida por la explicación de los círculos, viene la guinda. ¿Habéis oído alguna vez en Misa una lectura de la «Carta a los Hebreos» que casi nadie entiende? La gente asiente con satisfacción, «sí, sí», dice. Yo les digo: «pues mirad, la Carta a los Hebreos es el final de los “círculos de pureza ritual” para acceder a Dios. Nos explica que Jesús entró una sola vez en el «Santo de los Santos»; no lo hizo como el «Sumo Sacerdote», que sacrificaba animales para obtener el perdón de Dios, sino que toda su vida entregada incluso hasta la muerte, por amor, obtuvo para toda la humanidad el perdón de los pecados. Jesús «destrozó» los «círculos concéntricos» de pureza ritual y nos metió en el corazón de Dios.

Pedro Ignacio Fraile Yécora. 28 de Mayo de 2013





TERCERA LECCION:
¿HISTORIA OCCIDENTAL O SABIDURÍA ORIENTAL?

               Cuando un occidental, sea creyente o no, se pone a leer la Biblia, se pone las gafas de «científico», «filósofo», «geógrafo» o «historiador». No lo pude evitar. Tiene  una especie de «incapacidad congénita» para no leer todo con el tic filosófico «verdad/mentira», o  en términos asertivos «sí/no», o en términos eléctricos «on/off», o en términos digitales «0/1». Las cosas «son o no son»; «o funciona o no funciona»; o «esto es así, o no es así», decimos. Discúlpeme el amable lector, pero el que se enfrenta a la Biblia con estos criterios va a tener serias dificultades para comprender muchas páginas. Me podrá objetar que la misma Iglesia católica ha sido la primera en enseñar este tipo de lectura «historicista/cientifista»; es verdad: la Iglesia ha sido la primera en insistir en que había que leer toda la Biblia, incluidas las páginas más sorprendentes, con estos criterios «ad pedem litterae» (al pie de la letra). La creación fue tal como se narra; el diluvio sucedió como dice el texto bíblico; el paso del mar Rojo fue tal como leemos, con pelos y señales etc.

¿Dónde está el meollo de la cuestión? Se trata de un nudo con varias caras. Una cara es la del hombre moderno con espíritu científico que se ha preocupado por formarse bien; no le puedes decir a una persona inteligente y culta que los orígenes, tal como los relata la Biblia, hay que leerlos y aceptarlo sin rechistar ni plantear ningún tema de discusión… porque estás haciendo que esa persona recoja los bártulos y diga: «hasta aquí hemos llegado». Otra cara es la del historiador que quiere hacer un relato seguido y coherente de la historia; quiere desarrollar un discurso que tenga «cuerpo»; no se le puede decir que admita como «dato histórico» incuestionable narraciones que son muchas veces tradiciones locales hinchadas y desarrolladas. La cara del «geograficista» (¡toma neologismo o barbarismo!) preguntará al guía que le explica sesuda y profundamente un pasaje del evangelio : '¿pero fue aquí o no fue aquí?'. Está, por fin la cara del «filósofo rancio» que llevamos todos (unos más y otros menos), que mira la vida con socarronería, con gracejo escéptico, con distancia saludable; esta persona, a medio camino entre la higiene de mente y la incredulidad que dan los años, dice: «tomémoslo todo con moderación, sin demasiadas exageraciones ni estridencias».




 

 
 
 
 

               La Biblia hay que leerla intentando situarse en la misma onda en que fue escrita: una forma de ver la realidad con sabor oriental: las cosas no siempre son como las vemos; la verdad tiene muchos caminos para expresarse, no sólo el silogismo filosófico; Dios no se puede reducir a un teorema; los sentimientos humanos caben difícilmente en estereotipos de laboratorio; las experiencias que nacen del corazón humano y que lo fundamentan están hechas de amor mezclado con barro; de fuerza mezclada con ternura; de pasión mezclada con temor y temblor. El misterio del corazón humano y de su relación con Dios se escapa de las hipótesis y enunciados cientifistas e historicistas. El ser humano es historia narrada con pasión por tres protagonistas: el hombre, Dios, y la vida que se vive.
               Hay una imagen que me encanta: la de la persona que está viendo pasar la vida y lo hace con paz interior y con sensibilidad. En la zona del Moncayo, pueblos altos, adustos, recónditos, entre Zaragoza y Soria,  hay una expresión que se repite y que he oído en varias ocasiones. Cuando le preguntas a una persona, normalmente entrada en años, qué hace una tarde entera sentada al sol, en un poyete, sin leer, ni coser, sino viendo cómo pasa ante ella la vida dice con mucha gracia: «aquí estoy estándome». ¡Qué sabiduría! ¡Qué lejos está de las locuras, prisas, atropellos y ansiedad que nace del «quererlo todo y quererlo ya»! Esa persona dice de forma entrañable algo que un filósofo cínico griego, Diógenes, formuló hace muchos años; cuando le comunicaron que  estaba ante él Alejandro Magno, y que le buscaba porque quería conocerle, le dijo al general invicto: «aparta, que no me dejas ver el sol». También la Biblia conoce esta figura: Abrahán «estaba sentado ante su tienda a la hora del calor« (Gén 18,1) cuando se le aparecen los tres hombres que habían ido a visitarle (escena de Mambré). Los italianos lo llamarían a esto el «dolce far’ niente». El sabio del Eclesiastés diría que agobiarse por las cosas que no sacian ni pueden darte la felicidad es «vanidad y caza de vientos».
               La Biblia está escrita con una sabiduría de siglos. Habla del corazón del ser humano y de Dios; ambos, en la vida. Por eso, para leerla, no tenemos que renunciar a nuestros criterios occidentales: primero porque sería un grave error que nos llevaría fatalmente al fundamentalismo; luego porque los textos deben ser leídos con criterios históricos y literarios. Sin embargo, tenemos que saber leerla con las «gafas» de la inteligencia y del corazón; de la vida saboreada, de las horas pasadas en compañía; de largos momentos en soledad; de ratos de oración ante Dios y de escucha de los demás. Esta clave de «sabidurencia oriental» es imprescindible para adentrarse en el mundo hermoso y siempre sugerente de la Biblia.
Pedro Ignacio Fraile Yécora; 3 de Junio de 2013

CUARTA LECCION: LA BIBLIA EN FORMATO DE “CUÉNTAME” 
 
Lo primero de todo, cuidarme en salud. Con este titular no pretendo una mofa de la Biblia, nada más lejos de mí, sino proponer una nueva «clave» de lectura. En realidad es la  «clave» de siempre, puesta en palabras y estilos actuales.  La idea no es mía, sino que me la ha proporcionado Carmen cuando comentó una de las últimas entradas de este blog: ‘Jesús: una revisión dolorosa, personal y necesaria’.  Carmen decía que al comenzar a leer mi post parecía que estaba viendo «Cuéntame». Yo pensé… ¡has dado en el clavo! ¡la Biblia tiene formato de «cuéntame»!
            Recordemos, o expliquemos para los lectores que no son de España, que en la televisión española ha triunfado una serie que narra los últimos cuarenta años de nuestra vida de una forma amena y simpática a la vez que rigurosa. Una voz en «off» va narrando en primera persona (en dos o tres momentos de cada capítulo, si no sería insoportable) los recuerdos de un muchacho y de su familia, los Alcántara; comienza en la infancia, pasando por su adolescencia, juventud… Con este hilo narrativo se repasa toda la historia de España, sus costumbres sociales, sus principales hechos históricos, sus miedos y sus devociones. Por ahí pasa el comienzo de la democracia en España, la movida madrileña, la Iglesia católica y sus cambios, la mili obligatoria, el golpe de Estado del ’23-F’, el tremendo problema de la heroína a finales de los 80... todo. Los que lo vemos nos identificamos con la forma de vestir (yo también llevé pantalones cortos por encima de la rodilla, calcetines altos y flequillo recto, y «trenka» en invierno); nos identificamos con las canciones, con los carteles de las primera elecciones democráticas… En realidad no es un formato original de los productores españoles, sino la adaptación de un formato de la televisión norteamericana ‘Aquellos maravillosos años (The Wonders Years)’ que triunfó en todas las televisiones occidentales entre 1988 y 1993.  La idea es muy sencilla: conseguir que el espectador se sienta protagonista: «esto lo viví yo»; es «mi historia»; es «mi vida» y «me reconozco».

            Hay una segunda clave fundamental para lo que quiero explicar: gusta a todos, también a los que no lo vivieron. Una sobrina mía de diez años me decía que la veía siempre. Yo le dije, ‘pero si tú no lo viviste, si no lo puedes entender’; ‘ya, pero así veo cómo erais vosotros’, me dijo. Esta segunda clave es de una enorme importancia.

            Cuando queremos explicar cómo leer la Biblia, nos volvemos locos intentando que nuestra buena gente comprenda qué son los «géneros literarios» para que no separen la «forma» como se cuenta, de la «verdad» que se transmite. Una «narración» es verdad; una «poesía» es verdad; un «oráculo profético» es verdad; una «parábola» es verdad… La gente se nos vuelve tarumba con tanto «género literario».

            La Biblia sigue un formato «Cuéntame» porque sigue la historia de un pueblo y va contando todo lo que le pasaba: lo bueno y lo malo. Hay varios personajes que no siguen un guión marcado, sino que se salen por donde menos piensas (¡es la vida!). Cada capítulo te puede sorprender con situaciones inimaginables (¿quién pone puertas al campo?). Las soluciones tampoco son evidentes. El «cuéntame» es un drama en el que no hay que inventar argumentos raros, sino sólo «contar» lo que pasaba. La Biblia no habla tampoco de cosas raras, sino que sólo «cuenta» lo que le pasaba a un pueblo llamado Israel.

            Esta idea que explico a vuelapluma la han desarrollado los estudiosos de forma compleja. Hablan de la «Historia del Deuteronomista», y de la «Historia del Cronista»; explican que incluso podríamos leer los primeros nueve capítulos de la Biblia (desde el Génesis hasta el segundo libro de los Reyes), como si de una narración continua se tratara. La Biblia hay que leerla como si fuera una «serie» de muchos capítulos; se pueden entender a veces «sueltos», pero es mejor leerlos todos seguidos.

            En la Biblia aparece Noé, un hombre anciano con cara de bonachón, con el arca llena de animales, dando una segunda oportunidad a la humanidad… También hizo algo importante: ¡fue el primero que cultivó una viña y que hizo vino! Luego aparece Abrahán, persona seria, íntegra, de esos a los que no se les puede llamar nunca la atención, que cumple su palabra aunque su hijo único le vaya en el intento… Jacob es el hombre que ningún padre querría para su hija: pendenciero, tramposo, caradura, listo… pero un personaje que se lleva a todos de calle… Es el tipo listo… que dará origen y nombre al pueblo de Israel. Por el contrario, José es el joven que todos los padres querrían para sus hijas: bondadoso, formal, con porvenir… Me da pena el pobre Moisés; Dios le fastidió la vida: primero le saca de su casa y de su familia para que se vaya a dar la tabarra al faraón en una misión casi imposible (como en las películas de acción norteamericanas); luego se pasa toda su vida en el desierto guiando a una gente insoportable que no hacía más que protestar; para colmo… no entra en la Tierra prometida (¿no os da pena Moisés?). Sansón es un gigantón que se deja seducir por los encantos de Dalila. David es un truhán, un político listo, un militar sin escrúpulos, un seductor de hermosas mujeres… que llega a ser el «rey triunfador» por excelencia; a día de hoy nadie le quita su primacía mundial. Elías tenía mal genio; se tomaba tan en serio la religión judía que estaba siempre luchando contra los herejes y contra los paganos. Tobías es sinónimo de «hombre bueno» y Jonás de «intolerante recalcitrante» ¿Qué decir de las mujeres de Israel? Unas son celosas de su primacía como Sara; otras listas como Rebeca; madres y esposas amantes como Raquel; buenas, trabajadoras y generosas como Ruth; líderes en la batalla como Débora; íntegras ante la calumnia como Susana…

            Cuando el creyente lee la Biblia con los ojos apropiados dice: «esta es mi historia». Porque, querido lector: ¿conoce usted a personas serias y formales como Abrahán? ¿conoce usted a caraduras listos y triunfadores como Jacob? ¿a personas que siempre están defendiendo a Dios como Elías? ¿conoce usted a trabajadores que no ven su fruto como Moisés? ¿a personas con un corazón sin fronteras como Ruth? Además, todas esas personas eran creyentes; porque la Biblia no se puede leer sin la fe en Dios.
            Una tarea para todos… aprendamos a leer la Biblia como esa gran narración del paso de Dios por nuestras vidas, como lo sabe hacer la exitosa serie de televisión.

 Pedro Ignacio Fraile Yécora  11 de Junio de 2013

 
 


 
 




 

 

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