25 julio, 2013

DIEZ POSTURAS RELIGIOSAS (O NO) ANTE LA TRAGEDIA DE SANTIAGO DE COMPOSTELA EN LA SOLEMNIDAD DE SANTIAGO APOSTOL

 
 
 
            La vida es comedia, y es drama y es tragedia. La primera es necesaria, pero en exceso nos cansa. El drama forma parte de nuestro quehacer y quevivir diario; convivimos más o menos serenamente con él. La tragedia nos asusta, nos hunde, nos emboca al grito más desesperanzado, o al silencio más ruidoso, o a la maldición incluso de lo más bendito.
            Ayer, en las vísperas de la Solemnidad del Apóstol Santiago, Patrón de España, se produjo una tragedia de las que quitan el aliento, estrechan por detrás y delante sin atreverse siquiera a decir una palabra más alta que otra. ¿Y qué dice Dios de estas y de otras tragedias? Pareciera que el ser humano occidental prescinde en su vida de Dios (muchos de ellos, no todos, evidentemente) hasta que llega la tragedia y vuelve su mirada y su grito a Dios. Como este blog es religioso quiero hacer una serie de reflexiones sobre la tragedia y Dios.
            (1) Para las personas que recibieron una formación religiosa en su infancia/adolescencia y que se han ido desplazando progresivamente hacia el mundo de la «no creencia», la fe en Dios no soluciona nada. En sus cabezas el dilema entre la fe en un Dios bueno que lo puede todo, pero que no hace nada, no tiene salida. Pierde la fe en Dios en aras de un enraizamiento creciente en este mundo: la aceptación serena de nuestra inmanencia. Es la «instalación en la finitud» de Tierno Galván.
            (2) Para las personas que nunca han sido religiosas, y que tienen formación filosófica, Dios no deja de ser una «solución antropológica» del pasado que hay que superar. Para ellos la palabra Dios no tiene valor; o todo lo más, un valor nominativo, conceptual, cultural, hipotético, pero no tiene capacidad de responder a nada porque consideran que es una palabra vacía de contenido real, de vida y efectividad.
            (3) Las personas sencillas y buenas, sin mucha formación religiosa, que creen en Dios de forma espontánea, natural, no entienden la tragedia, pero tampoco se atreven a juzgar a Dios. Ni entienden, ni protestan. Callan.
            (4) Las personas justicieras y engreídas, que se atreven a poner pleitos a todo el mundo, pide que se haga un «juicio a Dios», y si sale culpable, hay que echarlo de nuestras vidas. Nunca más hay que pronunciar su nombre.
 
 
            (5) Las personas «new age», panteístas (Dios no es personal), sino que «todo es divino», que creen en «energías», en «destinos» que nadie controla, donde el ser humano está al albur de lo que la fortuna le haya preparado, sólo pueden pensar: ¡Cuánta energía negativa se ha concentrado en ese tren! Pero ni explican nada ni dan esperanza. Porque no pueden.
            (6) Las personas de corte humanista recuerdan: «lo mejor es acompañar con el silencio»; «no decir nada»; «la mejor palabra es la que no se dice». Nada, nada, nada… ¿Y el consuelo? ¿También es «nada»?
            (7) Las personas que quieren creer y luchan con Dios, como Jacob, como Abrahán, como Job, como Jeremías, le dicen cara a cara: «no te entiendo», «no tienes defensa», «no sé qué quieres», «no sé adónde quieres llegar», «no puedo anunciarte». «Quiero que algún día me lo expliques».
            (8) Los creyentes de matriz humana, trágica, insumisa y poética, gritan como Dámaso Alonso en su poema ‘Insomnio’: ‘Paso largas horas preguntándole a Dios,
(…) ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?’
. Aceptan con hondo silencio como Antonio Machado ante la muerte de su esposa, ‘tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía; ya estamos solos mi corazón y el mar’. Teresa de Jesús aporta su brillante ingenio iluminado por la fe: ‘¿Así tratas a tus amigos? Por eso tienes tan pocos...’
            (9) El predicador de oficio tira de tablas y afirma: ‘Con Dios, no lo entiendo; sin Dios, me desespero’. Y añade, ‘estamos amenazados sí; pero desde la Vida plena de Cristo, no estamos amenazados de muerte, sino de Resurrección’.
            (10) El creyente cristiano, ¿qué dice?, ¿qué hace? Se abandona pero a la vez pregunta; protesta y a la vez deja que Dios sea Dios; renuncia a decir «nada», porque la palabra de Dios es de Vida; reza por los difuntos y por los vivos. Calla y reza, con dolor, pero un dolor esperanzado. La cruz de Cristo, para el creyente, se hace presente en la vida (no es el destino); no es la sentencia de un Dios cruel; no es el capricho de un Dios que juega con los frágiles humanos. Dios está llorando en Santiago. Santiago Apóstol está llorando en Santiago de Compostela. Jesús, el Señor, crucificado y Resucitado está llorando con Santiago en Santiago. Volvemos a la vida, la de cada día… y nos decimos… el hombre busca a Dios y Dios sale al encuentro del hombre. Con recuerdo, con mucho amor y con esperanza.
 
Pedro Ignacio Fraile Yécora
Solemnidad de Santiago Apóstol (25 de Julio de 2013)
 
 
 

 

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