27 octubre, 2013

SABERES Y SABORES DE TIERRA SANTA



             Los sabios ‘saben’, y los sabores ‘saben’. La sabiduría ‘se sabe’ y ‘se saborea’. Tierra Santa es la tierra de los ‘sabores’ y de los ‘saberes’. Es la tierra de la ‘sabiduría’ y de los ‘ensaboramientos’.

            Acabo de llegar de una peregrinación a Tierra Santa. Allí he podido saborear las palabras de Jesús en el «Monte de las Bienaventuranzas» y he podido saborear la brisa de la tarde, cuando el sol se esconde en la hendidura del Valle de Esdrelón camino del mar, en el «Monte Tabor».

En el primer monte Jesús dijo palabras «sabias» que nacían no sólo de su experiencia religiosa como tantos hombres de Dios, sino palabras llenas de la «sabidurencia» amasada día a día en largas e intensas horas de oración. San Lucas nos dice que, con frecuencia, Jesús se retiraba al monte, él solo, a orar; «y pasaba la noche orando»: ‘felices los limpios de corazón’, ‘felices los que tienen a Dios como su única riqueza’, ‘felices los que son pacíficos y trabajan por la paz’, ‘felices los que saben llorar y abrazan a los que lloran’… Dios es su Padre, Dios los quiere con pasión, son los preferidos de Dios…

En el segundo monte Jesús se puso en presencia amorosa de Dios y se dejó llenar y transfigurar por su padre. ¿Todo lo que estaba predicando por los caminos de Galilea era lo correcto, lo que tenía que hacer en voluntad amorosa a su padre? ¿Las curaciones, las liberaciones de falsas ataduras, las rehabilitaciones de las personas marginadas y las reincorporaciones a la sociedad, eran lo que Dios quería de él? Jesús sabía que debía continuar camino de Jerusalén. Jesús sabía que la «Buena Noticia de Dios» debía proclamarse en el corazón del judaísmo, en el Templo, en la ciudad santa. La sabiduría de Dios manifestada en Jesús se transformó en un «rostro resplandeciente», en una manifestación de su «gloria». Un rostro y unas palabras: «este es mi hijo, muy amado, en quien me complazco». Dios revela su sabiduría y el ser humano se goza saboreando la manifestación amorosa y gloriosa de Dios.

El camino de Jesús conduce a Jerusalén. El sabor se torna agridulce: allí le esperan «porque le tienen ganas», como se diría en castizo, los que hace tiempo han hecho sonar todas las alarmas: ¿se puede consentir que un profeta galileo ponga en riesgo toda la religión del Templo de Jerusalén, que tantos años ha costado levantar y que tantos beneficios económicos, políticos y sociales nos produce? La fidelidad saboreada de Jesús a su Padre le llevará al Gólgota, monte de la muerte en cruz. Sólo los que se atreven a bucear en la «sabiduría» de la cruz entenderán quién es Jesús y su misterio de amor entregado, pacífico, humano, abrazador, nunca culpabilizador. El «sabor» amargo de la cruz se torna en «sabiduría» de Dios, revelándonos que sólo el amor entregado salva.

Peregrinar a Tierra Santa es entrar en una tierra de «sabores» y de «saberes», llevados de la mano por Jesús. Cuando vayas a Tierra Santa, nunca vayas con la actitud del «mal turista» que corre, sube y baja, entra y sale, deprisa, sin saber dónde está y por qué está allí. Cuando vayas a Tierra Santa, saca tiempo para sentarte, para oler, para ver despacio un paisaje, para hacer «memoria cordial» de la presencia de Jesús, para «escuchar el evangelio» como si nunca antes lo hubieras hecho. Cuando vayas a Tierra Santa, saborea y encontrarás sabiduría.



Pedro Ignacio Fraile Yécora

http://pedrofraile.blogspot.com.es/

Octubre 2013

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