25 noviembre, 2013

CUATRO RETIROS PARA EL ADVIENTO

Como empieza el tiempo de Adviento y TODOS tenemos que 'ponernos las pilas' para preparar bien la NAVIDAD, quiero compartir con vosotros cuatro retiros que preparé hace unos años. Si os sirven a vosotros o sirven para hacer el bien, ¡bendito sea Dios!

Lo único que no quiero es que los 'copien' como si fueran propios; eso es deshonesto, pero no me importa que algunas ideas se puedan usar en retiros, charlas, reuniones etc.

Son cuatro seguidos. Hay que leerlos 'poco a poco'. A veces se repiten, pues el material de un año sigue siendo válido para otros; pero los planteamientos son distintos, complementarios, nuevos.



1) Estoy haciendo algo nuevo, ¿no lo notáis?

2) Isaías y Jesús: de las expectativas a la esperanza

3) La esperanza tiene nombre propio: Jesús

4) Cuando llega el tiempo de Adviento: lectura esperanzada desde el corazón de la crisis


Un saludo ESPERANZADO en JESUS, DIOS QUE VIENE, a todos.



(1) ESTOY HACIENDO ALGO NUEVO, ¿NO LO NOTÁIS?

4 de Diciembre de 2010

Introducción: Volver a empezar otra vez

            Los cristianos cuando volvemos nuestra mirada hacia Dios en el tiempo de Adviento, repasamos nuestra vida desde la perspectiva de la esperanza.
-        ¿tenemos esperanza?
-        ¿en qué o qué esperamos?
-        ¿a quién esperamos?
-        ¿acaso no confundimos esperanzas con expectativas?

            Solemos decir ‘dime cómo vives y te diré en qué Dios crees’. En efecto, si vivimos en una rutina paralizante, si vivimos en una languidez pesante, si estamos sometidos al ‘laissez faire, laissez passer’, de una sociedad que nos pide no comprometernos, estamos poniendo a prueba nuestra fe en Dios.
En Adviento es necesario recordar, al menos, dos cosas fundamentales:

(1)  que el cristiano mira al futuro porque sabe que la historia le pertenece a Dios
(2)  que la esperanza tiene nombre propio, y ese nombre es Jesús.
           
(1) La historia le pertenece a Dios

            Lo propio del cristiano no es la fe ‘opiacea’ que ya denunció en su día Marx; ni ponernos en manos de una voluntad de poder que de entrada echa de la historia a todos los débiles, como profetizó Nietzsche; tampoco es un vagar en el sinsentido, de los filósofos existencialistas; ni tampoco recuperar el ‘carpe diem’ de los romanos, en una relectura postmoderna que dice: ‘lo quiero todo, y lo quiero ya’.
            Esta forma de pensar, muy extendida entre nuestra gente, es tremendamente anticristiana. Una de las diferencias entre vivir ‘a lo cristiano’ y vivir ‘a lo pagano’ es la forma de afrontar la vida diaria, el quehacer diario, y la historia en su conjunto. El ‘carpe diem’ (‘aprovecha el momento’) de los romanos hoy se traduce como ‘saca todo el partido al momento presente porque no sabemos si existe el futuro. La sociedad moderna lo dice de otra forma; dice ‘lo quiero todo y lo quiero ahora’, porque no sabemos si existe el mañana. No creemos que mañana será mejor. Pero el cristianismo no se «doblega» a estas propuestas:
            1º) El cristianismo mantiene siempre ese punto de ‘contracultualidad’ (¡es contracultural!). Si entendemos que la cultura actual ha abandonado los ‘grandes discursos’ para refugiarse en el fragmento, nosotros seguimos hablando de un Dios que tiene un proyecto de amor para toda la humanidad. Un Dios que no es del pasado, sino del presente y del futuro. Dios es el Señor de la historia, y esta fe tiene consecuencias en la vida diaria del creyente. No estamos abandonados a nuestra suerte, náufragos en un mundo desnortado.
            2º) El cristianismo cree que otro mundo es posible. no se contenta con lo mucho o poco que le da la vida, en un abandono total de cualquier tipo de compromiso, o de transformación. El cristianismo cree en las posibilidades del hombre porque es Dios mismo quien nos lo garantiza. Nos lo garantiza en su palabra, nos lo garantiza en su vida entregada y actualizada en la Eucaristía, nos lo garantiza en la vida de tantas personas que manifiestan que es posible vivir creyendo en los hombres.
            3º) El cristianismo no cede ante la dejación de responsabilidades, ni ante los cantos de sirena de un mundo que llama a la deserción general. El evangelio nos dice: ‘estad vigilantes’, ‘despertaos del sueño’. La crisis que estamos viviendo, en su tremenda tragedia, es una oportunidad para que volvamos a revisar tanto nuestra forma de vida, como la calidad de nuestro compromiso, como en quién ponemos la fe que salva.

(2) La esperanza cristiana tiene un nombre: Jesús

¿Un deseo infantil o una ensoñación adolescente? La esperanza cristiana no es un ‘ramillete’ de buenos propósitos, queriendo cambiar nuestra vida y el mundo a golpe de voluntad; tampoco es un estado psicológico de ‘ingenuidad infantil’ o de sueños de adolescente, pensando en un mundo de ilusión.
La esperanza cristiana es una «vigilancia activa», con sentido (el sentido lo da el evangelio) y con nombre propio, Jesús.
            La esperanza es Jesús. Jesús no es un personaje tomado de la alacena o de los grandes personajes de la historia. Jesús es el mismo ayer, cuando caminaba por los senderos de Palestina, y hoy, caminando con nosotros. Además, no sólo es ‘el que vino’, sino ‘el que viene’ hoy.
Yo soy el alfa y la omega, dice el Señor Dios, el que es, el que era y el que viene, el todopoderoso. (Ap 1,8)

Adviento  de Jesús hoy. La Iglesia, en su pedagogía, nos va marcando los tiempos de gracia, como una madre se preocupa de que sus hijos vayan creciendo y madurando. Cada uno a su ritmo. Está el hijo nervioso y activo que quiere llegar el primero, y el hijo tranquilo que no tiene prisas en llegar. Está el hijo miedoso que no sabe si será capaz y será digno, y el hijo despreocupado que no ve dificultades.
El Adviento es «tiempo de gracia» que nos regala Dios en la Iglesia, con la Iglesia, por medio de la Iglesia.
a) El adviento es tiempo de gracia porque es «tiempo propicio». Dios tiene un ‘tiempo oportuno’ para cada uno de nosotros. Es la gran oportunidad de ‘volver a casa’. No como los anuncios de turrones, que se supone que luego se vuelven a ir, sino para quedarse.
b) El adviento es tiempo de espera activa. Vemos la ceniza encima de las brasas humeantes. Podemos esperar a que se apague el fuego; o que otro venga a soplar; o podemos nosotros mismos quitar las cenizas de nuestras brasas casi apagadas; podemos volver a soplar con la convicción de que es Dios mismo quien renueva nuestra esperanza.
c) El adviento es tiempo de encuentro. «Adventus» significa «llegada». Pero es una ‘llegada personal’. Al que ‘llega’, no se le espera sino que se le acoge. Si Jesús llega, la actitud es la de ‘dejar que entre’.
Jesús tiene un enorme respeto por las personas, por todos y cada uno de nosotros. Él llama a la puerta y dice con humildad, sin avasallar, ‘¿puedo pasar?’. Si le decimos que no, no fuerza… pero sabemos que volverá a intentarlo.
Es Adviento, Jesús llama a la puerta… ¿esperaremos hasta el año que viene?



            Os propongo dos puntos de reflexión. El primero sobre la palabra de Dios en nuestra vida; el segundo sobre la capacidad que tenemos para acoger lo nuevo.

1. LA PALABRA DE DIOS NO PASA


            Podríamos hacer un juego de palabras moderno diciendo que en esta sociedad todo es caduco: los alimentos, las medicinas, los documentos, las modas, hasta las ideologías. También los políticos y sus políticas. Todo tiene ‘fecha de caducidad’ menos la Palabra de Dios.
Se seca la hierba, se marchita la flor,
pero permanece para siempre
la palabra de nuestro Dios (Is 40,8)
1. Palabra de Dios y crisis

            La palabra de Dios se sirve de las crisis para avanzar. Es la paradoja permanente de la Sagrada Escritura: Dios saca vida y hace el bien de donde aparentemente no se puede sacar nada o es incluso negativo. El Antiguo Testamento nace en dos grandes crisis: la primera, la de la esclavitud inhumana. La segunda, la de la deportación que llevaba a la desaparición.
            Esclavitud. La primera crisis, la de la esclavitud en Egipto, dio lugar a la experiencia liberadora del Éxodo. El pueblo de Israel descubrió que su Dios no estaba con los opresores, sino con ellos. Hoy nosotros decimos de forma ‘escueta’, casi telegráfica, que ‘Dios toma partido’ por los pobres. Ellos lo escribieron de forma hermosa e hicieron una epopeya.
La palabra de Dios no se limita a relatar noticias del pasado, como si de un telediario de los tiempos pasados se tratara o como si fuera un canal de historia de la humanidad. La crisis de la esclavitud, que acaba en liberación, es arquetipo para toda la historia y toda la teología: Dios no está con cualquiera, mucho menos con los que son antihumanos. Dios está con los humanos, con lo que humaniza, con lo que levanta al hombre de su postración. Al revés: Dios no está ni con los esclavizadores, ni con los faraones que se sirven de los débiles para edificar megalómanas construcciones.
            Desaparición. La segunda crisis, la de la deportación y desaparición en Babilonia. La opción era: o desaparecer allí en medio de una ‘plácida vida de deportados’, o rebelarse y volver a la tierra de donde habían venido. Es verdad que no se ‘sublevaron’, pues fue Ciro quien derrotó a los babilonios y propició de este modo su retorno, pero es verdad también que la mayor parte de ellos no se quería mover: ‘estaban inmovilizados’, estaban ‘drogados’. ¿Hay que dejar la buena vida para ir a vivir a una ciudad árida? ¿no se puede servir a Dios en Babilionia? La respuesta que da la Biblia es «no». En efecto, no se puede servir a Dios en medio de la dejación y del abandono paralizante.
            Abandono. Si hoy miramos nuestra vida cristiana, podemos decir que estamos en crisis. Unos hablan de ‘sociedad postcristiana’, indicando así que el cristianismo ha pasado al cuarto de los trastos viejos, que se sacan en carnaval o para disfraces, pero que nadie se viste con ellos. Es verdad que nos falta «frescura»; la mochila pesada de la historia no nos la podemos quitar, pero tampoco sabemos recuperar un cristianismo «con frescura»: la «frescura» de lo nuevo, de lo reciente, del pan recién horneado o del buen olor de los niños pequeños. Tenemos el riesgo de «oler a rancio», de proponer ideas «casposas» que por sí mismas se desautorizan.
            Otros optan por el ‘abandono progresivo’ o una especie de ‘apostasía callada’. El número de practicantes cae de forma progresiva. No podemos cerrar los ojos. Es el abandono silente de los que se dejan seducir por los falsos profetas anticristianos: ‘la Iglesia es inquisición, son las cruzadas… la Iglesia es antiprogreso’. Muchos, sin ser conscientes, participan de esta nueva forma de opinión.
            Otros hablan de ‘nuevos paradigmas’. Hay que cambiar los «modelos»; pero no sabemos bien en qué consisten las nuevas propuestas y tampoco si estos nuevos «marcos» o «modelos» tienen que ver con el evangelio de Jesús y de la Iglesia.
            Pues bien, en este panorama de ‘movilidades’, donde todo parece inestable y pasajero, donde «nada es para siempre»,  sigue estando como testigo vivo la Palabra de Dios. Ella fue capaz de engendrar vida en dos momentos graves de crisis; ella engendrará vida, sin duda, en los momentos actuales.

2. La pedagogía del desierto

            La Escritura habla mucho del desierto, pero no siempre con el mismo valor. Puede tener distintas apreciaciones según desde donde se lea. Es tiempo y lugar de paso, de transición, de maduración, de soledad, de abandono, de prueba, de discernimiento, de tentación…
            Siguiendo con los dos modelos bíblicos arriba indicados, podemos pensar en el desierto como oportunidad y como pedagogía que usa el mismo Dios.

El desierto en el Éxodo: prueba y discernimiento

            Cuando Israel sale de Egipto, el pueblo se adentra en un espacio y en un tiempo terrible dominado por las carencias de todo. Es un tema amplio, pero sólo nos fijamos en dos aspectos: la tentación de ‘volver a la esclavitud’ y la tentación de la ‘idolatría’.
            El pueblo de Israel no está dispuesto a pasar por el desierto de las carencias.  Prefieren tener que comer siendo esclavos, que ser libres y pasar necesidad.  4 La gente que se les había unido tenía tanta hambre que los mismos israelitas, contagiados, se pusieron a llorar, gritando: "¡Quién nos diera carne que comer! 5 Nos acordamos del pescado que comíamos en Egipto de balde, de los pepinos, de los melones, de los puerros, de las cebollas,  de los ajos.  6 Ahora nos morimos de hambre y no vemos más que maná". (Num 11, 4-6)
            No estamos hablando, como bien sabemos, de una exaltación de la pobreza. Estamos hablando de algo más importante: vender la libertad a cambio de una estabilidad y de una seguridad que incluye tener cubiertas las necesidades mínimas. Esto también nos paraliza hoy: callar a cambio de vivir decentemente.
            El segundo aspecto, terrible, es el de la idolatría. Dicen que «adoran», pero no adoran a Dios, sino a una figura hecha por sus manos. Cambian al Dios de la libertad por un becerro de oro. (Ex 32, 1-35). El Dios de la historia, el que hace camino con nosotros, es sin duda mucho más exigente que el ‘diosecillo de oro’ que queremos controlar. El desierto es un lugar de discernimiento ¿a quién queremos servir? No basta con decir «somos religiosos, somos piadosos». El pueblo de Israel quería adorar un becerro, quería se piadoso. ¿Queremos servir a los ídolos o al Dios de la libertad y de la alianza?

El desierto en el Exilio: caminos en la estepa

El desierto que nace de Babilonia y va camino de Jerusalén es distinto. El Segundo Isaías anuncia ‘torrentes en la estepa’. Ahora se trata de una fiesta, pero hay que atravesarlo, y para atravesarlo hay que ponerse a caminar.
      La dificultad del Israel exiliado era, precisamente, que no querían dejar Babilonia. La travesía quizá era lo de menos, lo de más era la comodidad y el miedo al futuro. ¿Merecía la pena ese viaje? ¿Y si después de dejar Babilonia no había nada que mereciese la pena?

3. La eficacia y la firmeza de la palabra de Dios


El conjunto de Is 40-55 ofrece una mayor sensación de unidad y coherencia que el resto del libro de Isaías. Su autor, magnífico teólogo, es también un destacado poeta que domina los recursos de la lengua (amplias construcciones, efectos sonoros, variedad de imágenes) y los géneros proféticos (oráculos de salvación, anuncios de salvación, himnos, pleitos judiciales, diatribas, cantos etc.). En todo el conjunto de su obra es posible identificar una sólida estructura bipartita enmarcada por un prólogo y un epílogo en perfecta inclusión:

A
PRÓLOGO (40,1-11):
Anuncio de un nuevo éxodo.
La palabra de Dios es firme. (Is 40,8)




B
PRIMERA PARTE (40,12-48,22):
Liberación de Babilonia.
Retorno a Jerusalén.
Primer poema del Siervo
Las palabras de los ídolos son vanas
(Is 41,26)
La palabra de Dios se cumple (Is 44,26) y es irrevocable (Is 45,23)



B’
SEGUNDA PARTE (49,1-55,5):
Restauración de Jerusalén.
2º, 3er y 4º  Poema del Siervo

Palabra que sostiene al débil (Is 50,4)
Palabra que es de Dios (Is 51,16)



A’
EPÍLOGO (55,6-13).
Salida de Babilonia: nuevo éxodo.

La palabra de Dios es fecunda.(Is 55,11)

            El Segundo Isaías Sigue la línea del profeta del siglo VIII, del que toma el nombre, pero a la vez aporta una teología novedosa. Uno de los rasgos de esta teología es, precisamente, que es el primero que reflexiona sobre el valor propio de la ‘palabra de Dios’.Podríamos decir, incluso, que ‘personifica’ la palabra: ella es débil porque se proclama y deja de existir, pero es fuerte porque se cumple. Ella es débil porque el hombre puede fallar, pero es fiel porque Dios no falla nunca.
El segundo Isaías marca tres rasgos de la palabra: es fiel y se cumple siempre porque tiene como garante al mismo Dios. Por otra parte insiste en su condición de eficacia fecunda, de fertilidad:

Hay esperanza

Las estructuras bíblicas piden ser leídas con coherencia interna. Eso es lo que vamos a intentar siguiendo las dos partes, con sus correspondientes prólogo y epílogo, en el que hemos dividido el texto.
El hilo conductor es que hay esperanza porque Dios mismo garantiza ese futuro y porque su palabra es firme y no falla.



A) Prólogo: la palabra de Dios es firme

La palabra de Dios no es ‘flor de un día’, ni tiene «fecha de caducidad», sino que permanece para siempre porque es Dios mismo quien la sostiene:

Se seca la hierba, se marchita la flor,
pero permanece para siempre
la palabra de nuestro Dios (Is 40,8)

            Hoy estamos inmersos en la cultura de lo efímero: «nada es para siempre». Todo es revocable. Sin embargo, la palabra de Dios se presenta como estable, permanente, segura.
            También estamos en la cultura del «usar y tirar», del «kleenex». Las cosas duran lo que dura su uso o su utilidad. La Palabra de Dios no se somete a esta ley, sino que fue palabra para el pasado, lo es para hoy lo será para el futuro.

B) Primera parte: Palabra que se cumple de forma irrevocable

            La palabra de Dios es «veraz», por contraposición a los dioses que son «falsedad». Dios le pone un «pleito» a los dioses. El Señor reivindica con insistencia que sólo él es Dios y que los dioses y los ídolos no son nada. En un pleito contra los ídolos, Dios, el Creador, el Libertador, el Go’el de Israel, les echa en cara a los ídolos que sus palabras son vanas, y que nadie les presta atención:

            ¿Quién lo anunció desde el principio
            Para que pudiéramos saberlo?
            ¿Quién lo predijo de antemano
            Para que se pueda decir «es verdad»?
            Nadie lo anunció, nadie dijo nada
            Nadie oyó vuestras palabras (Is 41,26)

Palabra que se cumple

            Yo realizo la palabra de mi siervo
            Cumplo el plan de mis mensajeros
             (Is 44,26)

            El profeta Jeremías tiene un texto semejante: ‘Yo velo por mi palabra, para que se cumpla (dice el Señor)’ (Jer 1,12)
En una época en que todo parece ser ‘sí pero no’, la palabra de Dios es irrevocable; permanece para siempre.

Esto dice el Señor, el que creó los cielos,  el que es Dios, el que formó la tierra y la creó, el que la estableció y no la creó vacía,  sino que la formó para ser habitada (…) Volveos a mí y os salvaréis,  confines todos de la tierra, porque yo soy Dios y nadie más. Por mí mismo lo juro;  de mi boca sale la verdad, una palabra irrevocable: Ante mí se doblará toda rodilla,  toda lengua jurará por mí, diciendo: ¡Sólo en el Señor está la salvación!  (Is 45,18-24)



B’)  Segunda parte: Palabra que sostiene, palabra que es de Dios

            En el Tercer poema del Siervo aparece la palabra de Dios que sostiene al débil. Los pueblos que se dirigen a Sión están formados no por ejércitos poderosos y nobles, sino por los pobres que confían en Dios. Dios, con su palabra, le sostiene en su marcha.

El Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo
para que yo sepa sostener
con mi palabra al cansado.
Cada mañana me despierta el oído
para escuchar como un discípulo (Is 50,4)

            Como en la vocación de Jeremías, el texto bíblico nos recuerda que la palabra no es del hombre, no brota de sus deseos, sino de Dios mismo. La fórmula se repite de nuevo.

            He puesto mis palabras en tu boca
            Te he cobijado al amparo de mi mano (Is 51,16)

A’) Epílogo: Palabra fecunda

El Epílogo vuelve a recoger el tema del «Segundo Éxodo». Es un grito que proclama que es posible renacer como Pueblo de Dios, que Dios mismo es el que guía a su pueblo, y que Dios lo promete. La Palabra de Dios no se puede tomar a broma, sino que es fecunda. Hay que dejarse «mojar», «empapar»; hay que «calarse» de la palabra de Dios y ella no dejará de ser fecunda.

Esto dice el Señor:
Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo,
y no vuelven allá, sino después de empapar la tierra,
de fecundarla y hacerla germinar,
para que dé semilla al sembrador
y pan al que come,
así será mi palabra que sale de mi boca:
no volverá a mí vacía,
sino que hará mi voluntad
y cumplirá mi encargo. (Isaías 55, 10‑11)

Isaías hace un elogio de la palabra de Dios, pero somos conscientes igualmente de la fragilidad inherente a al palabra: la palabra es «fuerte» porque es de Dios y es «débil» porque quien la escucha y la acoge es un hombre.

PALABRA FUERTE
PALABRA DÉBIL
Duradera, permanece para siempre
El hombre está sujeto a la caducidad
Se cumple. Dios no falla nunca
El hombre la escucha, pero puede callar
Dios la pronuncia y es irrevocable
El hombre la pronuncia y desaparece
Es fecunda: empapa la tierra
La tierra debe estar mullida para aceptarla





2. OS DARÉ UN CORAZÓN NUEVO (Ez 36)

1. La realidad.

            Tres posibilidades:
1)     Negar la novedad
2)     Pretender engañar
3)     Disyuntiva ¿retroceder o avanzar?

            No hay nada nuevo. El libro del Eclesiastés es terrible en su crudeza, pero es totalmente actual. Es un baño de ‘realismo’ escéptico que nos cura de nuestras ingenuidades:

                    9 Lo que fue, eso mismo será; y lo que se hizo, eso mismo se hará; no hay nada nuevo bajo el sol.
            10 Si hay una cosa de la que dicen: "Mira, esto es nuevo”,  esa cosa existió ya en los siglos que nos precedieron. (Ecl 1,9-10)

            Hay que decir que esta forma de pensar es tremendamente anticristiana. Si no existe la novedad, no existe la vida nueva del Espíritu; no existe la posibilidad de cambio ni personal ni comunitariamente. Estamos condenados al determinismo.
            Hay que decir también que este toque de ‘escepticismo’ es saludable para quienes se arrojan en los brazos de las «últimas novedades del mercado». En el mercado del mundo, cada temporada se cambia de moda… y la persona en su estabilidad emocional y espiritual no puede estar cambiando de moda. ‘Nada es nuevo’ o al menos ‘nada es tan nuevo como quieren hacernos creer’.
            Lo «viejo» camuflado.  La Escritura nos presenta un caso a tener en cuenta. Un «faraón» al que se califica de «nuevo». Sería «nuevo» según la sucesión, pero no en forma de ejercer el poder. Un «faraón», llamémoslo como lo llamemos, siempre será un «faraón»; nunca es novedoso:  Surgió en Egipto un «nuevo faraón» que no había conocido a José’ (Éx 1,8). Es el engaño de querer vender como nuevo lo «caduco», lo que ya no sirve, lo que no funciona.
            ¿Retroceder o avanzar? Cuando entra el vértigo de lo novedoso, siempre está el riesgo de volver atrás. En el desierto, Dios advierte contra la abandonarle a él y sus exigencias, con el riesgo real de desandar el camino. El libro del Deuteronomio, después de pedirle al pueblo a que cumpla escrupulosamente la Ley, Dios le advierte de las consecuencias de que no lo haga:
            1º) Exterminio en su propia tierra
            2º) Dispersión
            3º) Peligros, miedos
            4º) Volver a Egipto
                   
58 Si no pones en práctica todas las palabras de esta ley, escrita en este libro; si no respetas este glorioso e imponente nombre del Señor, tu Dios, (…) 68 El Señor te llevará de nuevo a Egipto por el camino del que yo te había dicho: No lo volverás a ver más. Allí os ofreceréis a vuestros enemigos en venta como esclavos y no encontraréis comprador. 69 Éstos son los términos de la alianza que el Señor mandó hacer a Moisés con los israelitas en Moab, aparte de la alianza que hizo con ellos en el Horeb.

            La otra posibilidad es avanzar. Ante el riesgo de retroceder, siempre queda la llamada a seguir. Hay que mirar hacia delante. Pero no es un ‘andar por andar’, (que no vale la pena el andar por andar) sino que hay que convertirse «de nuevo». (Dt 30). Para la escritura el «volverse» a Dios y «convertirse» es lo mismo.

2 si de nuevo te vuelves hacia él y le obedeces, tú y tus hijos, con todo tu corazón y toda tu alma, según todo lo que yo te mando hoy,
 3 él cambiará tu suerte, tendrá misericordia de ti y te reunirá de nuevo de todos los pueblos, en medio de los cuales te había arrojado.
 4 Aunque tus desterrados estuvieran en el confín del cielo, de allí iría a buscarte
 5 para llevarte de nuevo a la tierra que poseyeron tus padres, darte posesión de ella, hacerte feliz y más numeroso todavía que ellos.
 6 El Señor, tu Dios, circuncidará tu corazón y el de tus descendientes para que le ames con todo tu corazón y toda tu alma, y así vivas. (…)
9 y él te hará prosperar en todas tus empresas, en el fruto de tus entrañas, en el fruto de tus ganados y en el producto de tu tierra. El Señor se complacerá de nuevo en tu prosperidad, como se había complacido en la de tus padres (Dt 30)

2. Los profetas de la novedad

a) Segundo Isaías: abrir las puertas a la novedad

            Isaías anuncia que no estamos condenados a repetir lo mismo. Primero nos dice que «algo nuevo está naciendo» y luego que «todo es posible» para Dios.

            ‘Os voy a anunciar algo nuevo’ (Is 42,9)

No recordéis las cosas pasadas,
no penséis en lo antiguo.
                        Mirad, yo voy a hacer una cosa nueva;
                        ya despunta, ¿no lo notáis?
Sí, en el desierto abriré un camino,
y ríos en la tierra seca.(Is 43,19)






(2) ISAÍAS Y JESÚS: 
DE LAS EXPECTATIVAS A LA ESPERANZA

‘Saldrá un renuevo del tronco de Jesé’ (Is 11,1)

             El profeta del Adviento por excelencia es Isaías. Él, sin duda, es el que más nos invita a levantar la mirada y ponerla en un futuro de salvación que viene de Dios. Son tres los textos mesiánicos por los cuales el profeta del Reino del Sur, fiel a la tradición davídica, nos ayuda a mirar con esperanza al futuro.
El primero y el segundo nos hablan de una salida a una época de crisis; el tercero nos ayuda a ver más lejos, a no quedarnos en lo inmediato.
            Los dos primeros nos hablan de expectativas humanas... que no se llegan a cumplir. El tercero de esperanzas que miran a un futuro distinto, posible y conforme a la voluntad de Dios.
            Podemos hablar, por tanto, de un progreso en los textos. Los dos primeros son insuficientes y el tercero no se entiende sin los anteriores.



1. EXPECTATIVAS… (Is 7; 9)

 a) El aprendizaje de Judá:

             El pueblo hebreo es de dura cerviz. Una y otra vez Dios mismo tiene iniciativas salvadoras para con él, pero prefiere buscar la seguridad de las alianzas políticas a los caminos de Dios. El pueblo de Dios se ve obligado a realizar un aprendizaje doloroso (en medio de guerras), incomprensible (no entienden los signos), que les enseña a renunciar a la lógica de la fuerza y las alianzas para ponerse en manos de Dios.

            Judá corre peligro y buscan soluciones políticas: Según la historia de Israel estamos ante lo que se conoce como «Guerra siro-efraimita». Pécaj, rey de Israel (=Efraím) y el rey de Siria encabezan una coalición contra el emperador asirio Tiglatpileser y buscan el apoyo de los reinos vecinos.
Sin embargo Ajaz, el rey de Judá, que ha visto la potencia destructora asiria en Gaza, no quiere participar. Los dos reinos cabecillas deciden atacar a Judá e instaurar una monarquía favorable a sus planes (Is 7,6): Sirios e israelitas  atacarán por el Norte; Edom por el sur.
            Isaías anuncia de parte de Dios que la salvación no viene de las alianzas: Isaías desaconseja las alianzas, pero el rey de Jerusalén no sólo no escucha al profeta sino que para defenderse de sus vecinos llama en su ayuda a los asirios. Dicho en lenguaje profético, desprecia las tranquilas aguas de Siloé (manantial de Jerusalén), para echarse en los brazos de las aguas turbulentas del Eufrates (río que riega Asiria):

El Señor me habó otra vez y me dijo: este pueblo desprecia las aguas de Siloé, que corren mansas, y tiembla ante Rasín y el hijo de Romelías. Pues bien, el Señor va a traer sobre ellos las aguas del Eufrates, impetuosas y abundantes, con todo su poder’. Se saldrá de madre, desbordará su cauce, irrumpirá en Judá, la inundará, las aguas llegarán hasta el cuello, y se extenderán a lo ancho del país’ (Is 8,5-8)

El gran rey asirio Tiglatpileser interviene en el año 732, destruye Damasco y toma Samaría, que aún seguirá como reino independiente diez años más.

La promesa davídica en el horizonte. Las tradiciones teológicas del Reino del Sur ponían su fundamento en la promesa davídica, según la cual el profeta Natán había asegurado al rey David, de parte de Dios: ‘tu casa y tu descendencia durarán siempre’.(2Sam 7,16). Según esta convicción, leída en clave política, Dios no iba a faltar nunca a su linaje escogido.
Curiosamente es Dios mismo quien le invita a que pida el rey un signo; él tiene la iniciativa porque se ha dado cuenta de que el rey no se fía y busca apoyos militares en las potencias opresoras. Ante la negativa del rey a ‘provocar al mismo Dios’, será éste quien tome la decisión: ‘¿Os parece poco cansar a los hombres que me cansáis también a mí? Yo mismo os daré una señal: la virgen está encinta. Concebirá y dará a luz un hijo que le pondrá  por nombre Enmanuel’. (Is 7,14)

b) Los signos de Dios: confiar en lo inesperado y en lo débil

            Son dos los sIgnos principales que Dios concede a su pueblo para llevar adelante su salvación: por una parte, una doncella virgen va a dar a luz. Por otra, en el niño pequeño y débil está la fuerza de Dios.

La virgen está encinta (Is 7,14). Dios nos sorprende continuamente. Nosotros estamos habituados a dominar la situación; a tomar las riendas de los problemas y dar unos pasos que pensamos dentro de la lógica humana. Dios, sin embargo, rompe esta lógica y abre caminos por donde no se esperan. El primer signo, por tanto, es provocador. Es lo mismo que decirnos: ‘no pongáis vuestras expectativas en caminos trillados’; tened un corazón amplio y espacioso y dejad que lo novedoso, lo inusual, lo que se sale de lo habitual os sorprenda.

Un niño nos ha nacido (Is 9,6). El segundo signo tiene que ver con los pilares donde nos apoyamos y los medios que utilizamos. En criterios humanos, el éxito depende de la abundancia y de la fuerza. El rey Ajaz sin duda quería por una parte que desapareciera el peligro de forma definitiva, aunque tuvieran que arrasar a sus pueblos hermanos; por otra un tiempo de prosperidad. ¿Cuál será la señal de Dios?

Dios pronuncia una palabra y ésta es un niño pequeño: ‘un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado’ (Is 9,5). El pueblo leyó este signo con perspectiva histórica: Dios les anunciaba el nacimiento del rey Ezequías, en quien pusieron todas sus expectativas. Con él se iba a conseguir la libertad tan deseada.

            El nombre del niño es «’Inmanu-El»: ‘Dios-con-nosotros’. Éste es el mensaje de Dios, su presencia en medio de su pueblo. Presencia que no es garantía para hacer lo que quieran, sino responsabilidad para que vivan en la confianza.

 c) Las expectativas fracasan

 Judá se libra por esta vez. La historia de esta época está llena de sometimientos humillantes a las distintas potencias extranjeras; de consiguientes alianzas de reinos pequeños y orgullosas sublevaciones que normalmente acaban mal. Egipto, antiguo Imperio, en esos momentos sin fuerza real, incita a pequeños países como Judá y pequeñas ciudades filisteas de la costa a "sacudirse el yugo asirio". Primero fue arrasada Damasco (732); luego Samaría (722). La hora de Jerusalén no había llegado, pero le faltará poco. Samaría fue duramente reprimida y gran parte de la población fue deportada.

Como bien se sabe, nadie aprende en cabeza ajena. El rey Ezequías, rey piadoso, cayó en la soberbia de pensar que podía vencer a los asirios. Él mismo se pone al frente de una coalición que pretende derrocar a los poderosos ocupantes. Sin embargo, lo que se presentaba como un futuro triunfo de un rey piadoso, estuvo a punto de acabar en tragedia: en el año 701, nuevo Senaquerib, rey de asiria, pone cerco a Jerusalén después de haber conquistado el resto del territorio. Todo parece perdido; pero Jerusalén logrará salvarse en el último minuto. En adelante nadie tendrá ganas de rebelarse.¿Debemos poner nuestra confianza en las instituciones davídicas? Isaías, el gran profeta, sigue creyendo en las instituciones del Reino de Judá: el Templo de Jerusalén como lugar de la presencia divina y la Monarquía Davídica, elegida por Dios miso. Pero se atreve a dar un paso atrevido, osado. Isaías desconfía de los reyes que se dejan cegar por triunfos militares y políticos, y anuncia un futuro tiempo mesiánico en el que el ungido de Dios será el verdadero rey .

2.  …Y ESPERANZA (Is 11,1-9)

 a) Los hombres pueden fallar, Dios no.

Dios es fiel a su promesa. Sin embargo, Dios es fiel a sus promesas. Las palabras proféticas que Natán pronunció delante de David no han perdido su vigor, sólo que Isaías las lleva a sus últimas consecuencias, y ya no se atreve a fijarse en un descendiente de David según la carne.

 b) Este es el  signo: Brotará un renuevo del tronco de Jesé (Is 11,1)

 El futuro está en el renuevo. En  los dos primeros oráculos, los signos son una mujer virgen que está en cinta y un niño pequeño. Ahora usa la imagen del renuevo, pero ante la incapacidad de los descendientes, Isaías va más allá y anuncia que el futuro nace del padre del gran rey David. La dinastía davídica está agotada, pero Dios lo puede hacer todo nuevo.

La dinastía de David ha sido violenta, injusta y pagana. Cuando se lee el libro del Eclesiástico, sorprende que de todos los reyes de Israel, tanto de un reino como de otro, sólo se salvan tres: David, Ezequías y Josías. Al resto se les trata con suma dureza. Unos fueron idólatras (el mismo Salomón, por influencia de sus mujeres extranjeras), otros sanguinarios, otros persiguieron a los profetas... ¿Cómo pretender que un rey pueda encarnar el Reino de justicia y de paz que Dios quiere?

            La era ‘mesiánica’. Isaías es el profeta del futuro, pero sabe que no puede volver a repetir fórmulas viejas o caminos trillados. Apuesta por un futuro distinto y esperanzador. En la futura era mesiánica el rey Mesías gozará de la plenitud del Espíritu( v.2); tendrá la justicia como ceñidor (3b-5); inaugurará un tiempo de reconciliación universal (6-8); la violencia y las opresiones cesarán porque toda la tierra estará llena del conocimiento del Señor (9).

3. JESÚS, ANUNCIO Y CUMPLIMIENTO DEL REINO

            ¿Qué nos importa a nosotros estos textos? Esta es la gran tentación de muchos cristianos Sin embargo no podemos olvidar que los cristianos leemos el Antiguo Testamento a la luz del acontecimiento Jesucristo; el Antiguo Testamento no sólo es base o humus cultural para comprenderlo, ni sólo preparación espiritual para lo que vendrá en un futuro, sino que es anuncio de la intervención de Dios.
            Jesús supone continuidad y ruptura con el Antiguo Testamento: continuidad porque recoge las tradiciones acerca del Reino de Dios; ruptura porque las lleva a sus últimas consecuencias. En definitiva, los cristianos vemos en Jesucristo el cumplimiento de las promesas hechas por Isaías.
            Jesús también echó por tierra muchas expectativas que se habían hecho sobre su persona e inauguró un nuevo tiempo mesiánico.

a) Buena noticia para los pequeños y débiles.
 La historia de Israel se caracteriza por esta gran contradicción: los textos proféticos anuncian desde antiguo que la buena noticia es para los pequeños, los débiles, para un resto... Los dirigentes del pueblo, sin embargo, se refugian en el cumplimiento de la Ley.
Jesús recoge la gran tradición  de los profetas y la anuncia con una fuerza inusual: el reinado de Dios no se alcanza ni por el cumplimiento estricto de la Ley de Moisés (fariseos) que excluye a todos los ignorantes y a los empecatados, ni por las coaliciones políticas que buscan el poder (saduceos).
Jesús, en Belén, hace realidad el anuncio de Isaías. En el niño pequeño e indefenso, se hace carne el anuncio mesiánico:
 ‘un niño nos ha nacido... Su nombre es
«Consejero prudente, Dios fuerte,
Padre eterno, Príncipe de la paz»’ (Is 9,5).

            Jesús es buena noticia para los débiles que no tienen quien les defienda. En los textos proféticos salen con cierta frecuencia los jueces injustos que prevarican. Uno de los rasgos mesiánicos es precisamente su cualidad de juez recto y justo:

            ‘No juzgará por apariencias ni sentenciará de oídas.
            Juzgará con rectitud a los débiles,
Sentenciará a los sencillos con rectitud’ (Is 11,3-4)

b) Bajo el signo de la reconciliación

c) Jesús, rostro del Padre

            Choca de manera especial en el oráculo de Isaías 11 la insistencia en las imágenes de armonía, paz y reconciliación universal:
           
Habitarán el lobo con el cordero
            la pantera con el cabrito
            el ternero y el león pacerá juntos ...’ (Is 11,6ss)

            El contexto inmediato en el que profetiza Isaías es el de continuas invasiones y guerras. No es de extrañar, por tanto, que el deseo de todos sea precisamente el de una época en paz. No es difícil tampoco, proyectar este futuro como telón de fondo de cualquier deseo: un mundo donde los contrarios se respetan, donde los enemigos de siempre pueden convivir en armonía.

            Nuestro anuncio es de Jesús, el Cristo de Dios. En él reconocemos al Ungido, al enviado, al Mesías. Es el Rostro humano que nos revela quién y cómo es el Dios en quien creemos.
            Isaías es el gran profeta del Mesías, y Jesús es el Mesías anunciado por Isaías. Uno y otro hacen dar el salto de las falsas expectativas que no conducen a nada, a la novedad rompedora y sanadora que trae una verdadera esperanza. Isaías tuvo que desenmascarar las falsas expectativas que veían la salvación en los ejércitos asirios primero y en una dinastía caduca después, para anunciar la novedad de Dios que entraba en la historia por lo pequeño, lo sorprendente, lo débil. Jesús rompe las expectativas que muchos habían puesto en él como Mesías legislador o político, para iniciar un camino de reconciliación y de justicia que revela el mismo ser de Dios.
            


(3) LA  ESPERANZA TIENE NOMBRE PROPIO: JESÚS

17 de Diciembre de 2011

            Dime cómo vives… Los cristianos cuando volvemos nuestra mirada hacia Dios en el tiempo de Adviento, repasamos nuestra vida desde la perspectiva de la esperanza y de la alegría: ¿tenemos esperanza?; ¿qué esperamos o a quién esperamos? ¿Acaso no confundimos esperanzas con expectativas?¿Vivimos con alegría nuestra fe?
             ‘Dime cómo vives y te diré en qué Dios crees’. Si vivimos en una rutina paralizante, si vivimos en una languidez pesante, si estamos sometidos al ‘laissez faire, laissez passer’, de una sociedad que nos pide no comprometernos, estamos poniendo a prueba nuestra fe en Dios. En Adviento es necesario recordar, al menos, dos cosas fundamentales: que el cristiano mira al futuro porque sabe que la historia le pertenece a Dios; que la esperanza tiene nombre propio, y ese nombre es Jesús.
            La historia le pertenece a Dios. Lo propio del cristiano no es la fe ‘opiacea’ que ya denunció en su día Marx; ni ponernos en manos de una voluntad de poder que de entrada echa de la historia a todos los débiles, como profetizó Nietzsche; tampoco es un vagar en el sinsentido, de los filósofos existencialistas; ni tampoco recuperar el ‘carpe diem’ de los romanos, en una relectura postmoderna que dice: ‘saca todo el partido al momento presente porque no sabemos si existe el futuro; lo quiero todo, y lo quiero ya. Sin embargo el cristianismo no se «pliega» al «carpe diem».
El cristianismo mantiene siempre ese punto de «contraculturalidad». La cultura actual ha abandonado los ‘grandes discursos’ para refugiarse en ‘las pequeñas historias’; nosotros seguimos hablando de un Dios que tiene un proyecto de amor para toda la humanidad. Un Dios que no es del pasado, sino del presente y del futuro. Dios es el Señor de la historia, y esta fe tiene consecuencias en la vida diaria del creyente. No estamos abandonados a nuestra suerte, náufragos en un mundo desnortado.
            El cristianismo cree que otro mundo es posible; no se contenta con lo mucho o poco que le da la vida, en un abandono total de cualquier tipo de compromiso, o de transformación. El cristianismo cree en las posibilidades del hombre porque es Dios mismo quien nos lo garantiza.
            El cristianismo no cede ante la dejación de responsabilidades. El evangelio nos dice: ‘estad vigilantes’, ‘despertaos del sueño’. La crisis que estamos viviendo es una oportunidad para que volvamos a revisar tanto nuestra forma de vida, como la calidad de nuestro compromiso, como en quién ponemos la fe que salva.
La esperanza cristiana tiene un nombre: Jesús. La esperanza cristiana no es un «ramillete» de buenos propósitos, queriendo cambiar nuestra vida y el mundo a golpe de voluntad; tampoco es un estado psicológico de «ingenuidad infantil» o de sueños de adolescente, pensando en un mundo de ilusión. La esperanza cristiana es una «vigilancia activa», con sentido (el sentido lo da el evangelio) y con nombre propio, Jesús.
            Jesús no es un nombre tomado de la alacena o de los grandes personajes de la historia. Jesús es el mismo ayer, cuando caminaba por los senderos de Palestina, y hoy, caminando con nosotros. Además, no sólo es ‘el que vino’, sino ‘el que viene’ hoy: ‘Yo soy el alfa y la omega, dice el Señor Dios, el que es, el que era y el que viene, el todopoderoso’ (Ap 1,8).


1. LA PALABRA DE DIOS NO PASA

            Podríamos hacer un juego de palabras: hoy miramos la caducidad de casi todo: los alimentos, las medicinas, los documentos, las modas, hasta las ideologías. También los políticos y sus políticas. Todo tiene ‘fecha de caducidad’ menos la Palabra de Dios: Se seca la hierba, se marchita la flor,  pero permanece para siempre la palabra de nuestro Dios (Is 40,8)
Palabra de Dios y «crisis». La palabra de Dios se sirve de las crisis para avanzar. Es la paradoja permanente de la Sagrada Escritura: Dios saca vida y hace el bien de donde aparentemente no se puede sacar nada o es incluso negativo. El Antiguo Testamento nace en dos grandes crisis: la primera, la de la esclavitud inhumana. La segunda, la de la deportación que llevaba a la desaparición.
            La primera crisis, la de la esclavitud en Egipto, dio lugar a la experiencia liberadora del Éxodo. El pueblo de Israel descubrió que su Dios no estaba con los opresores, sino con los oprimidos. Ellos lo escribieron de forma hermosa e hicieron una epopeya. Esta «crisis de esclavitud», que acaba en liberación, es arquetipo para toda la historia y toda la teología: Dios no está ni con los esclavizadores, ni con los faraones que se sirven de los débiles para edificar megalómanas construcciones.
            La segunda crisis, la de la deportación en Babilonia. La opción era: o desaparecer allí en medio de una ‘plácida vida de deportados’, o volver a la tierra. Es verdad que no se ‘sublevaron’, pues fue Ciro quien derrotó a los babilonios y propició de este modo su retorno, pero es verdad también que la mayor parte de ellos no se quería mover: ‘estaban inmovilizados’, estaban ‘drogados’. ¿Hay que dejar la buena vida para ir a vivir a una ciudad árida? ¿no se puede servir a Dios en Babilionia?.
            También hoy podemos calificar nuestra vida cristiana diciendo que está «en crisis». Unos hablan de ‘sociedad postcristiana’, indicando así que el cristianismo ha pasado al cuarto de los trastos viejos, que se sacan en carnaval o para disfraces, pero que nadie se viste con ellos. Es verdad que nos falta «frescura»; la mochila pesada de la historia no nos la podemos quitar, pero tampoco sabemos recuperar un cristianismo «con frescura»: la «frescura» de lo nuevo, de lo reciente, del pan recién horneado o del buen olor de los niños pequeños. Tenemos el riesgo de «oler a rancio», de proponer ideas «casposas» que por sí mismas se desautorizan.
            Otros optan por el ‘abandono progresivo’ o una especie de ‘apostasía callada’. El número de practicantes cae de forma progresiva. No podemos cerrar los ojos. Es el abandono silente de los que se dejan seducir por los falsos profetas anticristianos: ‘la Iglesia es inquisición, son las cruzadas… la Iglesia es antiprogreso’. Muchos, sin ser conscientes, participan de esta nueva forma de opinión.
            Otros hablan de ‘nuevos paradigmas’. Hay que cambiar los «modelos»; pero no sabemos bien en qué consisten las nuevas propuestas y tampoco si estos nuevos «marcos» o «modelos» tienen que ver con el evangelio de Jesús y de la Iglesia.
            En este panorama de ‘movilidades’, donde todo parece inestable y pasajero, sigue estando como testigo vivo la Palabra de Dios. Ella fue capaz de engendrar vida en dos momentos graves de crisis; ella engendrará vida, sin duda, en los momentos actuales.
La pedagogía de Dios: el desierto. El desierto en la Escritura es tiempo y lugar de paso, de transición, de maduración, de soledad, de abandono, de prueba, de discernimiento, de tentación…
            La travesía del desierto cuando Israel sale de Egipto es una experiencia religiosa diversa: da lugar a la prueba (hambre y sed), a la maduración (cuarenta años), a la murmuración (dudas sobre la bondad de Dios), a la idolatría (becerro de oro) etc.. Es un tema amplio, pero sólo nos fijamos en dos aspectos: la tentación de «volver a la esclavitud» y la tentación de la «idolatría».
            El pueblo de Israel no está dispuesto a las renuncias.  Prefieren tener que comer siendo esclavos, que ser libres y pasar necesidad. ‘La gente que se les había unido tenía tanta hambre que los mismos israelitas, contagiados, se pusieron a llorar, gritando: "¡Quién nos diera carne que comer! Nos acordamos del pescado que comíamos en Egipto de balde, de los pepinos, de los melones, de los puerros, de las cebollas,  de los ajos.  Ahora nos morimos de hambre y no vemos más que maná". (Num 11, 4-6). No estamos hablando, como bien sabemos, de una exaltación de la pobreza. Estamos hablando de algo más importante: vender la libertad a cambio de una estabilidad y de una seguridad que incluye tener cubiertas las necesidades mínimas. Esto también nos paraliza hoy: callar a cambio de vivir decentemente.
            El segundo aspecto, terrible, es el de la idolatría. Dicen que «adoran», pero no adoran a Dios, sino a una figura hecha por sus manos. Cambian al Dios de la libertad por un becerro de oro. (Ex 32, 1-35). El Dios de la historia, el que hace camino con nosotros, es sin duda mucho más exigente que el ‘diosecillo de oro’ que queremos controlar. El desierto es un lugar de discernimiento ¿a quién queremos servir? No basta con decir «somos religiosos, somos piadosos». El pueblo de Israel quería adorar un becerro, quería se piadoso. ¿Queremos servir a los ídolos o al Dios de la libertad y de la alianza?
La travesía del desierto de Babilonia a Judá es totalmente distinta. Ahora se trata de una fiesta (se abrirán torrentes en la estepa), pero la dificultad del Israel exiliado era, precisamente, que no querían dejar Babilonia. La travesía quizá era lo de menos, lo de más era la comodidad y el miedo al futuro. ¿Merecía la pena ese viaje? ¿Y si después de dejar Babilonia no había nada que mereciese la pena?
La Palabra de Dios es firme y eficaz. El conjunto de Is 40-55 ofrece una mayor sensación de unidad y coherencia que el resto del libro de Isaías. Es posible identificar una sólida estructura bipartita enmarcada por un prólogo y un epílogo en perfecta inclusión:

A
PRÓLOGO (40,1-11):
Anuncio de un nuevo éxodo.
La palabra de Dios es firme. (Is 40,8)




B
PRIMERA PARTE (40,12-48,22):
Liberación de Babilonia.
Retorno a Jerusalén.
Primer poema del Siervo
Las palabras de los ídolos son vanas
(Is 41,26)
La palabra de Dios se cumple (Is 44,26) y es irrevocable (Is 45,23)



B’
SEGUNDA PARTE (49,1-55,5):
Restauración de Jerusalén.
2º, 3er y 4º  Poema del Siervo

Palabra que sostiene al débil (Is 50,4)
Palabra que es de Dios (Is 51,16)



A’
EPÍLOGO (55,6-13).
Salida de Babilonia: nuevo éxodo.

La palabra de Dios es fecunda.(Is 55,11)

            A) Prólogo: la palabra de Dios es firme. La palabra de Dios no es ‘flor de un día’, ni tiene «fecha de caducidad»: Se seca la hierba, se marchita la flor, pero permanece para siempre la palabra de nuestro Dios (Is 40,8). Hoy estamos inmersos en la cultura de lo efímero: «nada es para siempre». Todo es revocable. Sin embargo, la palabra de Dios se presenta como estable, permanente, segura. También estamos en la cultura del «usar y tirar», del «kleenex». La Palabra de Dios no se somete a esta ley, sino que fue palabra para el pasado, lo es para hoy lo será para el futuro.
            B) Primera parte: Palabra que se cumple de forma irrevocable. En un «pleito»  contra los ídolos, Dios, el Creador, el Libertador, el Go’el de Israel, les echa en cara a los ídolos que sus palabras son vanas, y que nadie les presta atención: ¿Quién lo anunció desde el principio. Para que pudiéramos saberlo?¿Quién lo predijo de antemano para que se pueda decir «es verdad»?Nadie lo anunció, nadie dijo nada, nadie oyó vuestras palabras (Is 41,26).
En una época en que todo parece ser ‘sí pero no’, la palabra de Dios es irrevocable; permanece para siempre: ‘Esto dice el Señor, el que creó los cielos,  el que es Dios, el que formó la tierra y la creó, el que la estableció y no la creó vacía,  sino que la formó para ser habitada (…) Volveos a mí y os salvaréis,  confines todos de la tierra, porque yo soy Dios y nadie más. Por mí mismo lo juro;  de mi boca sale la verdad, una palabra irrevocable: Ante mí se doblará toda rodilla,  toda lengua jurará por mí, diciendo: ¡Sólo en el Señor está la salvación!  (Is 45,18-24)
            El profeta Jeremías tiene un texto semejante: ‘Yo velo por mi palabra, para que se cumpla (dice el Señor)’ (Jer 1,12).
B’)  Segunda parte: Palabra que sostiene, palabra que es de Dios. En el Tercer poema del Siervo aparece la palabra de Dios que sostiene al débil. Los pueblos que se dirigen a Sión están formados no por ejércitos poderosos y nobles, sino por los pobres que confían en Dios. Dios, con su palabra, le sostiene en su marcha.

‘El Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo
para que yo sepa sostener con mi palabra al cansado.
Cada mañana me despierta el oído para escuchar como un discípulo’ (Is 50,4)

A’) Epílogo: Palabra fecunda. El Epílogo retoma el tema del «Segundo Éxodo». ¿podemos creer en las promesas de Dios? Hay que dejarse «mojar», «empapar»; hay que «calarse» de la palabra de Dios y ella no dejará de ser fecunda.

Esto dice el Señor: Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo,
y no vuelven allá, sino después de empapar la tierra,
de fecundarla y hacerla germinar,
para que dé semilla al sembrador y pan al que come,
así será mi palabra que sale de mi boca:
no volverá a mí vacía sino que hará mi voluntad
y cumplirá mi encargo. (Isaías 55, 10‑11)

Isaías hace un elogio de la palabra de Dios, pero somos conscientes igualmente de la fragilidad inherente a al palabra: la palabra es «fuerte» porque es de Dios y es «débil» porque quien la escucha y la acoge es un hombre.

PALABRA FUERTE
PALABRA DÉBIL
Duradera, permanece para siempre
El hombre está sujeto a la caducidad
Se cumple. Dios no falla nunca
El hombre la escucha, pero puede callar
Dios la pronuncia y es irrevocable
El hombre la pronuncia y desaparece
Es fecunda: empapa la tierra
La tierra debe estar mullida para aceptarla


2. ME ENCANTA MI HEREDAD (Salmo 16)

1b
Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
 INVOCACIÓN:

Yo digo al Señor: «Tú eres mi bien».
Los dioses y señores  
de la tierra no me satisfacen.
Multiplican las estatuas  de dioses extraños.
No derramaré sus libaciones con mis manos,
ni tomaré sus nombres en mis labios.
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa;
mi suerte está en tu mano.
Me ha tocado un lote hermoso,
me encanta mi heredad.
A) PROFESIÓN DE FE
- Dios lo es todo
- Incapacidad de los ídolos/dioses  en dar felicidad
- Insumisión a la idolatría
- Es una suerte creer en Dios y servirle a Él
7
Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.
Bendición de Dios
9


10

11
Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena.
Porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.
Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha
B) Confianza

-Total (corazón/entrañas)
- Dios no abandona
- Dios salva
- Dios sacia de felicidad



Comentario

Invocación. El  orante, en cuanto persona débil que sabe que necesita a Dios, suplica: «Protégeme, Dios mío», porque sabe que no le va a fallar: «me refugio en ti». La confianza se repite en otras partes del salmo: «Yo digo al Señor, tú eres mi bien» (v. 2). Dios es como el buen amigo que aconseja y a quien se consulta (v. 7). El creyente sabe que Dios no le va a fallar (v. 8). Confianza que alcanza incluso al riesgo real de la misma muerte (v. 10), con el convencimiento de que Dios le mostrará el camino de la vida proporcionándole una alegría perpetua (v.11).
A) Confesión de fe. Comienza la primera parte con un solemne ‘yo digo’, que equivale a decir ‘yo creo’ o ‘yo confieso’. El objeto de esta confesión es Dios mismo, verdadera y única roca en la que fundamentarse. Por contraste el salmista opone los ídolos a Dios. La historia de Israel está atravesada de episodios en los que los mismos reyes aceptan el sincretismo religioso según sus conveniencias (Salomón permite que sus mujeres introduzcan otros cultos), o rebajan las exigencias del Dios de la libertad y de la justicia (Elías se tiene que enfrentar con Jezabel y los profetas de Baal).
            (v.3) ‘Los dioses y señores de la tierra no me satisfacen’. Los ídolos, los diosecillos, cambian de nombre; pero la idolatría acompaña el caminar de la humanidad. La actualidad de esta acusación es indudable. No sólo se trata de falsos dioses, sino también de humanos que se enseñorean y pretenden ser dueños de las vidas ajenas. El humano, cuando pervierte su vocación de «ser hermano», se convierte en «tirano». El creyente se niega a aceptar otro señorío que no provenga del mismo Dios de Israel, el que creó al hombre libre y el que dio la libertad a su pueblo.
(v.5) ‘El Señor es el lote de mi heredad y mi copa; mi suerte está en tu mano’. El orante proclama que sólo pertenece al Señor, usando un lenguaje levítico. A Leví no le toca ninguna tierra: ‘El Señor dijo a Aarón: Tú no recibirás herencia en su tierra ni tendrás una parte entre ellos. Yo mismo seré tu herencia y tu parte en medio de los hijos de Israel’ (Nm 18,20; cf Jos 13,14). Cuando se dividió la tierra se echaba a suertes usando unos dados metidos en una copa (Jos 13-21). A quien le tocaba un terreno sin piedras, y más aún si le tocaba una fuente, podía decir que le ‘gustaba su herencia’. El orante se identifica con el levita; ninguno de los dos tienen necesidad de copa, porque no desea un trozo de tierra, ya que ambos han recibido en suerte una realidad mayor, el Señor mismo, preferido a todo lo demás. De esta forma el orante puede decir como otro salmista: ‘Gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a él’ (Sal 34,9).
(v.7) Dios instruye al creyente. La respuesta del orante a esta presencia de Dios en su vida es la bendición porque él es refugio seguro: no cabe el temor. 
B) Expresión de confianza.En esta segunda parte aparece la idea de un Dios que guía y acompaña en el camino de la vida: ‘me enseñarás el sendero de la vida’ (v. 11), se coloca ‘a la derecha’ para proteger (vv. 8 y 11). Dios va por delante mostrándole el camino, pero a la vez está a su derecha como consejero que no falla y soporte en los momentos más difíciles. El Dios que sacó a Israel de Egipto y que le acompañó hacia la tierra prometida, es el mismo Dios que hizo el camino con los padres. Yahveh se revela con frecuencia en la Biblia no como el Dios que espera a que vayan a él, sino como el que se pone a caminar con su pueblo. Dios no ‘deja en la estacada’, o embarca a otros como el ‘capitán araña’, o ‘promete pero no da’. Es un Dios del que te puedes fiar.
De forma inseparable a la confianza, va unida la «alegría», repitiendo en dos versos las mismas palabras: ‘gozo y alegría’.  (vv 9 y 11)

Reflexión:

¿Dónde cimentamos nuestra confianza? Podemos decir con el salmista que los señores de la tierra hacen sus propuestas, sin duda seductoras, ofreciendo un gran abanico de satisfacciones a la carta. Los ídolos necesitan su cuota de adoración, de sometimiento.  Nosotros, como el orante del salmo, decimos con determinación que los ídolos y señores de esta tierra no nos satisfacen. Si podemos rechazar lo que no vale, lo que no sacia, lo que es sólo vaciedad y humo (los ídolos) es porque estamos asentados en el Señor Jesucristo. De lo contrario, cederemos ante la presión y la seducción de los señores de esta tierra. El salmista no se queda en un rechazo de lo que no es Dios, de lo que deshumaniza, sino que con un corazón indiviso proclama que la suerte del creyente está en Dios; que Dios mismo es la heredad que  ha recibido; que le encanta su heredad.
La única y verdadera heredad para los consagrados no puede ser sino Dios mismo. Cuando lo consideremos como «único bien», podremos decir que hemos puesto en él nuestra confianza. Confianza supone fiarse en quien te lleva de la mano; confianza supone creer en sus palabras. Confianza supone que, a pesar de todas las evidencias y dificultades, Dios va haciendo su obra de salvación. En el salmo van unidas confianza con alegría; ¿cómo estamos de confianza en el futuro y de la consiguiente alegría?
Confianza en aquel que nos ha amado. Los cristianos ponemos nombre a esta ‘heredad’, a esta ‘roca firme’. La respuesta que nos da la Sagrada Escritura no es otra sino la persona de Cristo, nos dirá san Pablo:

‘¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?: ¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada? Pero en todo esto vencemos fácilmente por Aquél que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro’ (Rom 8,35.37-39)

San Pablo entronca este texto retórico en el mensaje de la salvación. Unos versos antes ha planteado las preguntas centrales preparando al lector: ‘Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?’. En efecto, si es así, los miedos a lo desconocido se disipa. Es más, dice san Pablo, Si Cristo ha muerto intercediendo por nosotros ¿quién condenará? En efecto, no tienen sentido las amenazas a desaparecer, a ser destruidos o a pagar un precio por un rescate.
La vida del cristiano es respuesta a la acción salvadora de Dios que se revela en la entrega del Hijo. Por eso ¿de dónde las dudas? ¿de dónde los miedos? Libre porque sólo tiene que dar cuentas de sus actos a Dios. Liberado porque los miedos a poderes maléficos son esclavitudes que desaparecen cuando de reconoce a Cristo como Señor. Una fe infantil o enferma es una fe llena de complejos y miedos; una fe madura es una fe libre: ¿Dónde pongo los fundamentos de mi confianza?; ¿De dónde nacen los motivos de mi alegría?;  ¿Puedo decir con el salmista que Dios es mi heredad?; ¿Considero a Cristo como ‘único bien’?


3. SALDRÁ UN RENUEVO DEL TRONCO DE JESÉ

Una mirada a nuestro mundo. La realidad está sometida a tres posibilidades: Negar la novedad; «camuflar lo antiguo y superado»; la disyuntiva ¿retroceder o avanzar?
            «No hay nada nuevo». El libro del Eclesiastés es terrible en su crudeza, pero es totalmente actual. Es un baño de ‘realismo’ escéptico que nos cura de nuestras ingenuidades: ‘Lo que fue, eso mismo será; y lo que se hizo, eso mismo se hará; no hay nada nuevo bajo el sol. Si hay una cosa de la que dicen: "Mira, esto es nuevo”,  esa cosa existió ya en los siglos que nos precedieron. (Ecl 1,9-10)
            Hay que decir que esta forma de pensar es tremendamente anticristiana. Si no existe la novedad, no existe la vida nueva del Espíritu; no existe la posibilidad de cambio ni personal ni comunitariamente. Estamos condenados al determinismo.
            Hay que decir también que este toque de ‘escepticismo’ es saludable para quienes se arrojan en los brazos de las «últimas novedades del mercado». En el mercado del mundo, cada temporada se cambia de moda… y la persona en su estabilidad emocional y espiritual no puede estar cambiando de moda. ‘Nada es nuevo’ o al menos ‘nada es tan nuevo como quieren hacernos creer’.
            «Camuflar lo antiguo y superado»La Escritura nos presenta un caso a tener en cuenta. Un «faraón» al que se califica de «nuevo». Sería «nuevo» según la sucesión, pero no en forma de ejercer el poder. Un «faraón», llamémoslo como lo llamemos, siempre será un «faraón»; nunca es novedoso:  Surgió en Egipto un «nuevo faraón» que no había conocido a José’ (Éx 1,8). Es el engaño de querer vender como nuevo lo «caduco», lo que ya no sirve, lo que no funciona.
            «¿Retroceder o avanzar?» Cuando entra el vértigo de lo novedoso, siempre está el riesgo de volver atrás. En el desierto, Dios advierte contra la abandonarle a él y sus exigencias, con el riesgo real de desandar el camino. El libro del Deuteronomio, después de pedirle al pueblo a que cumpla escrupulosamente la Ley, Dios le advierte de las consecuencias de que no lo haga:

1º) Exterminio en su propia tierra
2º) Dispersión
3º) Peligros, miedos
4º) Volver a Egipto

58 Si no pones en práctica todas las palabras de esta ley, escrita en este libro; si no respetas este glorioso e imponente nombre del Señor, tu Dios, (…) 68 El Señor te llevará de nuevo a Egipto por el camino del que yo te había dicho: No lo volverás a ver más. Allí os ofreceréis a vuestros enemigos en venta como esclavos y no encontraréis comprador. 69 Éstos son los términos de la alianza que el Señor mandó hacer a Moisés con los israelitas en Moab, aparte de la alianza que hizo con ellos en el Horeb.

            La otra posibilidad es avanzar. Ante el riesgo de retroceder, siempre queda la llamada a seguir. Hay que mirar hacia delante. Pero no es un ‘andar por andar’, (que no vale la pena el andar por andar) sino que hay que convertirse «de nuevo». (Dt 30). Para la escritura el «volverse» a Dios y «convertirse» es lo mismo:

‘Si de nuevo te vuelves hacia él y le obedeces, tú y tus hijos, con todo tu corazón y toda tu alma, según todo lo que yo te mando hoy, él cambiará tu suerte, tendrá misericordia de ti y te reunirá de nuevo de todos los pueblos, en medio de los cuales te había arrojado. Aunque tus desterrados estuvieran en el confín del cielo, de allí iría a buscarte para llevarte de nuevo a la tierra que poseyeron tus padres, darte posesión de ella, hacerte feliz y más numeroso todavía que ellos. El Señor, tu Dios, circuncidará tu corazón y el de tus descendientes para que le ames con todo tu corazón y toda tu alma, y así vivas. (…) y él te hará prosperar en todas tus empresas, en el fruto de tus entrañas, en el fruto de tus ganados y en el producto de tu tierra. El Señor se complacerá de nuevo en tu prosperidad, como se había complacido en la de tus padres (Dt 30)

Los profetas de la novedad. El segundo Isaías, desde la experiencia del destierro, abre las puertas a la novedad. Isaías anuncia que no estamos condenados a repetir lo mismo. Primero nos dice que «algo nuevo está naciendo» y luego que «todo es posible» para Dios:

Os voy a anunciar algo nuevo’ (Is 42,9)
No recordéis las cosas pasadas,
no penséis en lo antiguo.
Mirad, yo voy a hacer una cosa nueva;
ya despunta, ¿no lo notáis?
Sí, en el desierto abriré un camino,
y ríos en la tierra seca.(Is 43,19)

‘Saldrá un renuevo del tronco de Jesé’ (Is 11,1). El profeta del Adviento por excelencia es Isaías. Él, sin duda, es el que más nos invita a levantar la mirada y ponerla en un futuro de salvación que viene de Dios. Son tres los textos mesiánicos por los cuales el profeta del Reino del Sur, fiel a la tradición davídica, nos ayuda a mirar con esperanza al futuro. El primero y el segundo nos hablan de una salida a una época de crisis; el tercero nos ayuda a ver más lejos, a no quedarnos en lo inmediato.
            Los dos primeros nos hablan de expectativas humanas... que no se llegan a cumplir. El tercero de esperanzas que miran a un futuro distinto, posible y conforme a la voluntad de Dios. Podemos hablar, por tanto, de un progreso en los textos. Los dos primeros son insuficientes y el tercero no se entiende sin los anteriores.
            El aprendizaje de Judá (Is 7;9). El pueblo hebreo es de dura cerviz. Una y otra vez Dios mismo tiene iniciativas salvadoras para con él, pero prefiere buscar la seguridad de las alianzas políticas a los caminos de Dios. El pueblo de Dios se ve obligado a realizar un aprendizaje doloroso (en medio de guerras), incomprensible (no entienden los signos), que les enseña a renunciar a la lógica de la fuerza y las alianzas para ponerse en manos de Dios.
            Según la historia de Israel estamos ante lo que se conoce como «Guerra siro-efraimita». Pécaj, rey de Israel (=Efraím) y el rey de Siria encabezan una coalición contra el emperador asirio Tiglatpileser y buscan el apoyo de los reinos vecinos.  Sin embargo Ajaz, el rey de Judá, que ha visto la potencia destructora asiria en Gaza, no quiere participar. Los dos reinos cabecillas deciden atacar a Judá e instaurar una monarquía favorable a sus planes (Is 7,6): Sirios e israelitas  atacarán por el Norte; Edom por el sur.
            Isaías desaconseja las alianzas, pero el rey de Jerusalén no sólo no escucha al profeta sino que para defenderse de sus vecinos llama en su ayuda a los asirios. Dicho en lenguaje profético, desprecia las tranquilas aguas de Siloé (manantial de Jerusalén), para echarse en los brazos de las aguas turbulentas del Eufrates (río que riega Asiria): ‘El Señor me habó otra vez y me dijo: este pueblo desprecia las aguas de Siloé, que corren mansas, y tiembla ante Rasín y el hijo de Romelías. Pues bien, el Señor va a traer sobre ellos las aguas del Eufrates, impetuosas y abundantes, con todo su poder’. Se saldrá de madre, desbordará su cauce, irrumpirá en Judá, la inundará, las aguas llegarán hasta el cuello, y se extenderán a lo ancho del país’ (Is 8,5-8)
El gran rey asirio Tiglatpileser interviene en el año 732, destruye Damasco y toma Samaría, que aún seguirá como reino independiente diez años más.
La promesa davídica en el horizonte. Las tradiciones teológicas del Reino del Sur ponían su fundamento en la promesa davídica, según la cual el profeta Natán había asegurado al rey David, de parte de Dios: ‘tu casa y tu descendencia durarán siempre’.(2Sam 7,16). Según esta convicción, leída en clave política, Dios no iba a faltar nunca a su linaje escogido.
Curiosamente es Dios mismo quien le invita a que pida el rey un signo; él tiene la iniciativa porque se ha dado cuenta de que el rey no se fía y busca apoyos militares en las potencias opresoras. Ante la negativa del rey a ‘provocar al mismo Dios’, será éste quien tome la decisión:

¿Os parece poco cansar a los hombres que me cansáis también a mí? Yo mismo os daré una señal: la virgen está encinta. Concebirá y dará a luz un hijo que le pondrá  por nombre Enmanuel’. (Is 7,14)

Los signos de Dios: confiar en lo inesperado y en lo débil. Son dos los signos principales que Dios concede a su pueblo para llevar adelante su salvación: por una parte, una doncella virgen va a dar a luz. Por otra, en el niño pequeño y débil está la fuerza de Dios.
La virgen está encinta (Is 7,14). Dios nos sorprende continuamente. Nosotros estamos habituados a dominar la situación; a tomar las riendas de los problemas y dar unos pasos que pensamos dentro de la lógica humana. Dios, sin embargo, rompe esta lógica y abre caminos por donde no se esperan. El primer signo, por tanto, es provocador. Es lo mismo que decirnos: ‘no pongáis vuestras expectativas en caminos trillados’; tened un corazón amplio y espacioso y dejad que lo novedoso, lo inusual, lo que se sale de lo habitual os sorprenda.
Un niño nos ha nacido (Is 9,6). El segundo signo tiene que ver con los pilares donde nos apoyamos y los medios que utilizamos. En criterios humanos, el éxito depende de la abundancia y de la fuerza. El rey Ajaz sin duda quería por una parte que desapareciera el peligro de forma definitiva, aunque tuvieran que arrasar a sus pueblos hermanos; por otra un tiempo de prosperidad. ¿Cuál será la señal de Dios?
Dios pronuncia una palabra y ésta es un niño pequeño: ‘un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado’ (Is 9,5). El pueblo leyó este signo con perspectiva histórica: Dios les anunciaba el nacimiento del rey Ezequías, en quien pusieron todas sus expectativas. Con él se iba a conseguir la libertad tan deseada.
            El nombre del niño es «’Inmanu-El»: ‘Dios-con-nosotros’. Éste es el mensaje de Dios, su presencia en medio de su pueblo. Presencia que no es garantía para hacer lo que quieran, sino responsabilidad para que vivan en la confianza.
Las expectativas fracasan. Judá se libra por esta vez. La historia de esta época está llena de sometimientos humillantes a las distintas potencias extranjeras; de consiguientes alianzas de reinos pequeños y orgullosas sublevaciones que normalmente acaban mal. Egipto, antiguo Imperio, en esos momentos sin fuerza real, incita a pequeños países como Judá y pequeñas ciudades filisteas de la costa a "sacudirse el yugo asirio". Primero fue arrasada Damasco (732); luego Samaría (722). La hora de Jerusalén no había llegado, pero le faltará poco. Samaría fue duramente reprimida y gran parte de la población fue deportada.
Como bien se sabe, nadie aprende en cabeza ajena. El rey Ezequías, rey piadoso, cayó en la soberbia de pensar que podía vencer a los asirios. Él mismo se pone al frente de una coalición que pretende derrocar a los poderosos ocupantes. Sin embargo, lo que se presentaba como un futuro triunfo de un rey piadoso, estuvo a punto de acabar en tragedia: en el año 701, nuevo Senaquerib, rey de asiria, pone cerco a Jerusalén después de haber conquistado el resto del territorio. Todo parece perdido; pero Jerusalén logrará salvarse en el último minuto. En adelante nadie tendrá ganas de rebelarse.¿Debemos poner nuestra confianza en las instituciones davídicas? Isaías, el gran profeta, sigue creyendo en las instituciones del Reino de Judá: el Templo de Jerusalén como lugar de la presencia divina y la Monarquía Davídica, elegida por Dios miso. Pero se atreve a dar un paso atrevido, osado. Isaías desconfía de los reyes que se dejan cegar por triunfos militares y políticos, y anuncia un futuro tiempo mesiánico en el que el ungido de Dios será el verdadero rey .
Los hombres pueden fallar, Dios no (Is 11). La dinastía de David ha sido violenta, injusta y pagana. Cuando se lee el libro del Eclesiástico, sorprende que de todos los reyes de Israel, tanto de un reino como de otro, sólo se salvan tres: David, Ezequías y Josías. Al resto se les trata con suma dureza. Unos fueron idólatras (el mismo Salomón, por influencia de sus mujeres extranjeras), otros sanguinarios, otros persiguieron a los profetas... ¿Cómo pretender que un rey pueda encarnar el Reino de justicia y de paz que Dios quiere?
Dios es fiel a su promesa. Sin embargo, Dios es fiel a sus promesas. Las palabras proféticas que Natán pronunció delante de David no han perdido su vigor, sólo que Isaías las lleva a sus últimas consecuencias, y ya no se atreve a fijarse en un descendiente de David según la carne.El futuro está en el renuevo. En  los dos primeros oráculos, los signos son una mujer virgen que está en cinta y un niño pequeño. Ahora usa la imagen del renuevo, pero ante la incapacidad de los descendientes, Isaías va más allá y anuncia que el futuro nace del padre del gran rey David. La dinastía davídica está agotada, pero Dios lo puede hacer todo nuevo.
            La era ‘mesiánica’. Isaías es el profeta del futuro, pero sabe que no puede volver a repetir fórmulas viejas o caminos trillados. Apuesta por un futuro distinto y esperanzador. En la futura era mesiánica el rey Mesías gozará de la plenitud del Espíritu (v.2); tendrá la justicia como ceñidor (3b-5); inaugurará un tiempo de reconciliación universal (6-8); la violencia y las opresiones cesarán porque toda la tierra estará llena del conocimiento del Señor (9).


4. JESÚS, ANUNCIO Y CUMPLIMIENTO DEL REINO

Buena noticia para los pequeños y débiles. La historia de Israel se caracteriza por esta gran contradicción: los textos proféticos anuncian desde antiguo que la buena noticia es para los pequeños, los débiles, para un resto... Los dirigentes del pueblo, sin embargo, se refugian en el cumplimiento de la Ley. Jesús recoge la gran tradición  de los profetas y la anuncia con una fuerza inusual: el reinado de Dios no se alcanza ni por el cumplimiento estricto de la Ley de Moisés (fariseos) que excluye a todos los ignorantes y a los empecatados, ni por las coaliciones políticas que buscan el poder (saduceos).
Jesús, en Belén, hace realidad el anuncio de Isaías. En el niño pequeño e indefenso, se hace carne el anuncio mesiánico: ‘un niño nos ha nacido... Su nombre es  «Consejero prudente, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de la paz»’ (Is 9,5). Jesús es buena noticia para los débiles que no tienen quien les defienda. En los textos proféticos salen con cierta frecuencia los jueces injustos que prevarican. Uno de los rasgos mesiánicos es precisamente su cualidad de juez recto y justo:

            ‘No juzgará por apariencias ni sentenciará de oídas.
            Juzgará con rectitud a los débiles,
Sentenciará a los sencillos con rectitud’ (Is 11,3-4)

Bajo el signo de la reconciliación. Choca de manera especial en el oráculo de Isaías 11 la insistencia en las imágenes de armonía, paz y reconciliación universal:

Habitarán el lobo con el cordero,
            la pantera con el cabrito,
            el ternero y el león pacerá juntos ...’ (Is 11,6ss)

            El contexto inmediato en el que profetiza Isaías es el de continuas invasiones y guerras. No es de extrañar, por tanto, que el deseo de todos sea precisamente el de una época en paz. No es difícil tampoco, proyectar este futuro como telón de fondo de cualquier deseo: un mundo donde los contrarios se respetan, donde los enemigos de siempre pueden convivir en armonía.
Jesús, rostro del Padre. Nuestro anuncio es de Jesús, el Cristo de Dios. En él reconocemos al Ungido, al enviado, al Mesías. Es el Rostro humano que nos revela quién y cómo es el Dios en quien creemos.
            Isaías es el gran profeta del Mesías, y Jesús es el Mesías anunciado por Isaías. Uno y otro hacen dar el salto de las falsas expectativas que no conducen a nada, a la novedad rompedora y sanadora que trae una verdadera esperanza. Isaías tuvo que desenmascarar las falsas expectativas que veían la salvación en los ejércitos asirios primero y en una dinastía caduca después, para anunciar la novedad de Dios que entraba en la historia por lo pequeño, lo sorprendente, lo débil.
Jesús rompe las expectativas que muchos habían puesto en él como Mesías legislador o político, para iniciar un camino de reconciliación y de justicia que revela el mismo ser de Dios.
            


(4) CUANDO LLEGA EL TIEMPO DE ADVIENTO

Lectura esperanzada desde el corazón de la crisis (2009)

1. El «imaginario» de Adviento en una época de «crisis»

Un vocabulario manido. Cuando llega el tiempo de Adviento solemos tirar de ‘recursos’. De nuestro imaginario salen palabras tales como ‘salvación’, ‘esperanza’, ‘tiempo fuerte’, o incluso precisando mucho más, hablamos del Mesías y de las «dos venidas de Jesús». De forma pedagógica explicamos el ‘camino’, los significados de las cuatro velas, o las ‘figuras del adviento: profetas, Juan Bautista, María’.
Importa el «hoy». Todo es correcto, pero el punto crucial no es sólo celebrar un nuevo año litúrgico, sino cómo esa salvación y ese ‘mesianismo’ de Jesús se hace real, patente (aunque no siempre evidente) hoy. No nos importa sólo la «salvación», sino el «hoy» de la salvación.
Por otra parte, hablamos de «esperanza». Pero esta palabra no es «amorfa», no es «intercambiable» con otras muchas. No es una palabra de «quita y pon». Hablar de «salvación» y de «esperanza» en estos tiempos es hablar de «crisis».
¿Qué decimos cuando decimos «esperanza» y «salvación»? Los dos términos son fundantes, pero poco precisos. ¿dónde poner nuestra esperanza?, ¿hay motivos?. Tampoco son fáciles de comprender, porque no son «omnicomprensivos», como si de «palabras-milagro» se trataran: ¿qué queremos decir cuando hablamos de que necesitamos salvación?  ¿o cuando decimos que Jesús es nuestro salvador?
Tenemos que justificar incluso por qué lo decimos ¿Somos nosotros los autores de esta «esperanza» y de esta «salvación»? ¿Se trata sólo de una dimensión espiritual más del hombre, pero que no tiene nada que ver con nosotros?
Jesús como fundamento y realidad. La fe nos habla de Jesucristo: él es la razón y el fundamento de nuestra «esperanza» y de nuestra «salvación», porque no se trata de una cuestión filosófica (distinguiendo entre expectativas y esperanza), tampoco psicológica (un estado vital de serenidad paciente y optimista), sino teologal. Son de Dios.
Para los cristianos los dos términos dirigen nuestra mirada a Cristo, porque él es el que hace realidad la «esperanza».
Jesús es la «salvación» porque posibilita los dos movimientos necesarios. Jesús es quien nos «salva de» nuestra condición limitada humana y nos «salva para» la nueva vida en Dios.

2. Sacerdotes «para la esperanza»

2.1. Decimos «no» a la culpabilización

A este respecto quiero recoger unas palabras que considero «luminosas». Hoy es evidente la ‘falta numérica de pastores, agobio de los que permanecen, desconfianza de los fieles en ellos. Del heroísmo al fracaso y abandono. El voluntarismo de los setenta desemboca en el cansancio de los ochenta’.
            Crisis multiforme. Estamos en una época de «crisis», pero no podemos caer en la culpabilización. La crisis es múltiple, y las razones son múltiples.
La «crisis» más sangrante es la económica, pero cada vez son más los que hablar de que detrás de ella hay una «crisis de valores».
El individualismo salvaje parece que ha querido ganar la partida. No sabemos si lo está consiguiendo. La imposición del «yo» frente a la comunidad, y de la tiranía del «yo» que se manifiesta en el «todo vale» siempre que me interese.
Crisis de fe. Pero no cerremos los ojos, no. La «crisis» que sufrimos como Pueblo de Dios que camina, como Iglesia, es una profunda «crisis de fe». Sólo dos notas:

-        La «fe a la carta». En el mercado de lo religioso se sirven todo tipo de productos. Como yo soy soberano, preparo mi cesta de la compra a mi gusto. Además, de la misma forma que no acepto que critiquen mis gustos, tampoco yo me meto a juzgar los productos que ha elegido otro. Las combinaciones son infinitas.
-        Los «jibarismos» de la fe. Las reducciones de la fe están a la orden del día. Para unos son «reducciones éticas»: ser cristiano es ser buena persona. Para otros están las «reducciones místicas»: ser cristiano es ser espiritual. Para un tercer grupo están las «reducciones dogmáticas»: ser cristiano es ser confesante. Las tres solas, sin las otras dos que las acompañan, no valen. Ser cristiano es ser ético, ser espiritual, y ser confesante.

2.2. La Epopeya que «hoy» estamos cantando

Pero no son sólo palabras de una lucidez en el análisis, sino un canto a la entrega heroica de muchos consagrados.  
Emociona ‘el heroísmo de consagrados y ordenados con edades muy avanzadas que siguen en su puesto sosteniendo imposibles instituciones y dando tiempo al Señor para su intervención.
Emociona ver a religiosas cuidando ancianos más jóvenes que ellas; o sosteniendo centros de enseñanza desde una jubilación más cargada de trabajo que su período profesional; o perseverando en la misión cuando todos los voluntarios y profesionales huyen en tiempos de violencia.
Cómo conmueve ver a párrocos octogenarios, incluso a cargo de varias parroquias separadas por kilómetros.
Algún día, quizá antes de la vida eterna, se cantará la epopeya de esta Iglesia envejecida pero fiel hasta darlo todo’.[1]

2.3. Sacerdotes de Cristo «en la Iglesia»

Los años posteriores al Vaticano II. En las décadas de los 70 y 80 se discutió en la teología si la fundamentación del sacramento del Orden, había que ponerlo en relación con Cristo «corriente cristológica» derivando de ello tanto el ser como el ejercicio o la espiritualidad, o con la Iglesia, «corriente eclesiológica». En ambos casos, desde una postura moderada, se evitó el riesgo monástico: una fundamentación sólo en Cristo («cristomonismo») o una fundamentación sólo en la Iglesia «eclesiomonismo»). Sobre la mesa había dos puntos importantes:

            Pastores dabo vobis (1992). El debate postconciliar, doloroso y rico, se puede considerar culminado en el Sínodo de 1990 y en su consiguiente Exhortación post-sinodal «Pastores Dabo vobis» (1992) del papa Juan Pablo II.
El documento da prioridad a la relación con Cristo en la determinación de la naturaleza y misión del ministerio sacerdotal. Es evidente que quiere recuperar el aspecto cristológico en la comprensión del ministerio sacerdotal, si bien busca una articulación entre los dos aspectos, el cristológico y el eclesiológico.
Vida en Cristo. Reflexionando en el número 12 sobre la «identidad específica» del sacerdote y de su ministerio afirma:

‘El presbítero, en virtud de la consagración que recibe con el sacramento del Orden, es enviado por el Padre, por medio de Jesucristo, con el cual como Cabeza y Pastor de su pueblo se configura de un modo especial para vivir y actuar con la fuerza del Espíritu Santo al servicio de la Iglesia y por la salvación del mundo’ (PDV 12)

‘Ciertamente hay una fisonomía esencial del sacerdote que no cambia: en efecto, el sacerdote de mañana, no menos que el de hoy, deberá asemejarse a Cristo (…) También en el 2000 la vocación sacerdotal continuará siendo la llamada a vivir el único y permanente sacerdocio de Cristo’ (PDV 5)

En el punto 16 de la PDV, la cita sigue uniendo la relación fundamental con Cristo a su ministerio al frente de la Iglesia.

‘El sacerdote tiene como relación fundamental la que le une con Jesucristo Cabeza y Pastor. Así participa de manera específica de la «unción» y de la «misión» de Cristo (Lc 4,18-19).

            Vida en la Iglesia.

            Somos sacerdotes de Cristo, pero no para nosotros, sino para los demás. Nos configuramos con Cristo no para situarnos por encima de los demás creyentes o del pueblo santo de Dios, sino para ser sus servidores. La relación del sacerdote con la Iglesia es fundante y fundamental. Retomamos la cita de la PDV 16:




2.4. El «yo» exaltado y la esperanza cristiana

            Si decimos que en el fondo de la crisis está la exaltación de «yo» en todas sus variantes: la avaricia que busca adorar lo propio; el egoísmo que hace insensible a los demás; la soberbia que no acepta el perdón del que te ha ofendido; la vanidad que desprecia a los inferiores.
            La Escritura hace dos preguntas. El Génesis, como «texto espejo» donde nos vemos reflejados la humanidad, nos pregunta: ¿dónde está tu hermano? No podemos contestar ni de forma generalizada, como si no fuera con nosotros, ni buscando excusas. Es verdad que no somos sanguinarios, pero es verdad que con frecuencia nos hacemos los «despistados» argumentando: ¿acaso soy yo el guardián de mi hermano? Necesitamos poner «rostros» y nombres a nuestros hermanos.
            Lucas, por su parte, nos presenta cómo el doctor de la Ley quiere escabullirse. Jesús ha unido dos mandamientos, el amor a Dios y al prójimo, y «sabio vuelto sobre sí» sólo puede preguntar que quién es el prójimo.
            En ambos casos, la Escritura nos dice que la salvación y la esperanza pasan por atrevernos a hacer la travesía desde el «yo»  hasta el «otro». La esperanza y la salvación cristiana no es «sin» los demás, sino «con» los hermanos.
           
La llamada de Dios: ¿Dónde está tu hermano?

Caín dijo a su hermano Abel: "Vamos al campo". Cuando se encontraron en el campo, Caín atacó a su hermano Abel y le mató.
El Señor preguntó a Caín: "¿Dónde está tu hermano?”,
Él respondió: "No lo sé. ¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?”.
El Señor le dijo: "¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano grita de la tierra hasta mí. Por tanto, maldito seas lejos de la tierra que ha abierto sus fauces para empaparse con la sangre de tu hermano derramada por ti. (Gén 4,8-11)

La pregunta del doctor de la Ley: ¿Quién es mi prójimo?

Él le contestó: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo". Jesús le dijo: "Has respondido muy bien; haz eso y vivirás". Pero él, queriendo justificarse, dijo a Jesús: "¿Quién es mi prójimo?”. (Lc 10,27-29)

Preguntas

1)     ¿Qué quiero decir cuando hablo de «esperanza» y de «salvación»? ¿Me lo creo y lo vivo o es algo exterior a mí? ¿Qué tendría que cambiar en mi vida para transparentar que mi ministerio es de «esperanza» y de «salvación»?
2)     ¿Cómo vivo mi ministerio sacerdotal? ¿En unión a Cristo y en comunión con la Iglesia, o sin Cristo y enfrentado con la Iglesia?
3)     En mi vida sacerdotal ¿tengo que hacer el movimiento de mi «yo» a los demás?
¿Me preocupan los demás? ¿Me duele la gente? ¿Soy sacerdote compasivo y servidor o severo y déspota?
4)     Pon rostros de personas cercanas a ti. Pon situaciones que deben ser «salvadas»
desde Cristo. Pon nombres de personas que necesitan el don de Cristo en la   
Iglesia.




[1] L. Trujillo, ‘Razones para la misión en la Iglesia española de hoy’, en: VV.AA., Dar razón de la misión hoy. XXV encuentro de animación misionera para sacerdotes. Instituto Español de Misiones Extranjeras (Madrid 2006), p. 24


No hay comentarios:

Publicar un comentario