26 enero, 2015

LIBERTAD DE EXPRESIÓN EN LA MISA PARROQUIAL



            Lo primero de todo, la anécdota real. Ayer por la mañana fui a misa con mi esposa a una parroquia de la costa de la provincia de Barcelona. Era la misa de niños. Una misa muy bien preparada, con muchos niños que estuvieron muy atentos, que intervinieron haciendo una representación del evangelio antes de la homilía, que contestaban sabiendo qué decían a las preguntas del sacerdote, que cantaron mucho… La Iglesia estaba llena y un buen número de padres y madres estaban con sus hijos.
            Lo que quiero traer a colación es un momento preciso que me llegó al alma. En el momento de las preces el sacerdote advirtió que las hacían los niños, y que lo importante era lo que decían, no la «sintaxis» (así lo dijo). Salieron cinco. Tres de ellos hicieron preces esperadas (por la paz, por los enfermos, para que no haya guerras etc. muy bien). Una niña pidió por su abuelita y para que su padre estuviera más con ella, que estaba siempre de viaje; ¡bueno, me dije, vaya palo en público a su padre!
            Pero lo mejor estaba por llegar. El último de todos, un niño, en castellano (unos hacían las preces en catalán y otros en castellano) dijo: ‘Dios (así), te pido que mis padres se perdonen, y que mi madre venga a mi primera comunión, porfa’. Transcribo literalmente lo que el niño dijo. Silencio. Le dije a mi esposa: «esta petición no ha pasado ninguna censura». No sé si el sacerdote lee antes las preces de los niños o no. Lo que está claro es que esa petición o bien no había pasado el examen de «sintaxis» como había advertido el sacerdote previamente, o el chaval a pesar de que se lo corrigieran, dijo lo que llevaba muy dentro. «Ex abundantia cordis, os loquitur», dicen los latinos: «de la abundancia del corazón, habla la boca».             

Tres reflexiones a propósito de esta anécdota real.

Primero, que el niño estaba en la Iglesia porque alguien (padre o madre, tíos, abuelos…) querían que fuera a la catequesis de primera comunión; había un interés por educarlo en la fe, máxime en estos tiempos donde para muchos lo normal es que no haya educación en la fe.
Segundo que el niño pidió a Dios lo que le preocupaba, lo que estaba viviendo. Su petición salió de muy dentro y de la vida real, tenía «tripas» y «pisaba suelo». Además se lo pidió al estilo de los niños: no dijo «roguemos al Señor», sino «porfa».
Tercero, que hubo libertad de expresión real. Dijo lo que quería decir.
Sin duda que esta triple reflexión sirve para los cristianos adultos del siglo XXI. Vamos a la Iglesia porque queremos, nadie nos obliga, máxime cuando en algunos ambientes nos pueden incluso tomar el pelo o pensar, aunque no lo digan, que «estamos trasnochados», que estamos «pasados de moda», que «pertenecemos al siglo pasado».
Podemos pensar también que nuestra oración debe ser como la del niño. Pedir lo que llevamos dentro, lo que nos quema, lo que nos abrasa: «por mi padre, hijo/a o hermano/a que está en el paro»; «por mi amigo que está muy enfermo»; «por mi vecino que le han desahuciado», «por mi sobrino pequeño que se ha metido en drogas…» Cualquier cosa, pero que sea de dentro, de corazón y de tripas, de las entrañas, y que toque suelo.
Por último, la libertad de expresión. ¿Os imagináis una celebración eucarística donde la gente adulta dijera en público, como el niño de la misa de 12, lo que lleva en el corazón y le quiere gritar a Dios? Muchos dirán, ya los estoy oyendo aunque no los oigo ni veo: ¡No se puede! ¡Sería una temeridad! ¡Eso es un sinsentido! Otros dirán… pues quizás algunos se «apuntarían» (con perdón de la fea expresión) a esa «misa con libertad de expresión».

Pedro Ignacio Fraile Yécora
26 de Enero de 2015-01-26

http://pedrofraile.blogspot.com.es/

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