PAN QUE ALIMENTA. La palabra «pan» tiene la capacidad de hacernos
recordar el alimento sustancial, básico, fundamental; al menos, en la cultura
mediterránea, a la que pertenece Jesús. En otras culturas deberían buscar otro
alimento que sea de todos, del pueblo llano, que sea básico y a la vez que sea
definitivo. La palabra ‘pan’ tiene esa capacidad evocadora y sintetizadora a la
vez: le pedimos a Dios que nos dé el «pan de cada día». El obrero «tiene
derecho a su pan». La mayor injusticia es «negar el pan y la sal». ¿Por qué?
Porque no hay vida sin alimento, al igual que no hay vida sin respiración o sin
agua. Jesús, una vez más, va al fundamento de las cosas y nos habla del
alimento, del bueno, del que perdura, del que todo ser humano necesita… y en
una pretensión audaz… nos dice que es él. Es más se ofrece para ser «pan
comido» por nosotros y de esta forma alimentarnos y «darnos vida».
PAN QUE SE PARTE. El pan suele cocerse en bollos o
tortas medianas o grandes. ¡hay que partirlo en pedazos! El padre de familia,
en las culturas tradicionales, tiene la misión de ‘partir el pan’. Jesús mismo,
parte el pan en los relatos de la multiplicación; parte el pan en la última cena
y una vez resucitado, parte el pan a los discípulos de Emaús. De nuevo aparece
la imagen y el símbolo que se unen a la persona de Jesús: Jesús mismo «se
parte», porque su vida se entiende desde la entrega y desde el «ser para los
demás». El pan se parte para «ser comido»; el sentido último de la vida de
Jesús es «ser comido» por aquellos que se acercan con necesidad a él.
PAN QUE SE COMPARTE. El pan es del que lo trabaja, es
de quien lo vende y de quien lo compra; y es también de los pobres que no pueden
adquirirlo. Es, como dice la tradición cristiana «el pan de los pobres». El
sentido humanitario inscrito en el corazón del hombre y, más aún, el sentido
cristiano, hace que entendamos que el pan no es para almacenarlo o para que se
endurezca en nuestras despensas, sino para que se alimente la humanidad. Deja
de ser «mío» para ser «de los que lo necesitan». Jesús no es para unos pocos
que tienen acceso a él; menos aún es para un grupo de «selectos»; es para ser
alimento y ser comido por el ser humano pobre, hambriento, necesitado. La vida
está en alimentarse, está en partirse existencialmente y está en aprender a
compartir.
COMEMOS EL PAN DEL SEÑOR. Jesús aún va más lejos. A partir
de la imagen real y simbólica del pan, Jesús nos habla de «comerle a él». Dice
que el pan del que habla es su «carne». Sigue de forma atrevida por el camino
de la «carne y de la sangre», de la persona. Comer su pan, comer su carne y
beber su sangre, es entrar en comunión plena con su persona, con su causa, con
su mensaje, con sus criterios y con su misión. Los judíos que le escuchan no le
entienden; se ponen a discutir qué significa: ¿no está proponiendo Jesús algo
parecido a la antropofagia? ¿no está Jesús casi loco? Jesús no está fuera de
sí; Jesús nos indica el camino para entrar en la plenitud de la vida: la plena
comunión con él.
CORPUS
DE VIDA
Eres audaz y
provocador,
Señor Jesús.
Podías habernos
dicho
que siguiéramos tus
consejos,
que tomáramos buena
nota
de tus mensajes y
decisiones.
Podías habernos
explicado
hermosas teorías
sobre el mundo,
sobre el ser
humano,
sobre el sentido de
las cosas.
Nos podríamos haber
sentido
satisfechos y
orgullosos
de ti, ¡un buen y
sabio maestro!
Pero nos
descolocas:
hablas del pan, que
alimenta,
se parte y se
comparte… ¡y se come!
No dices que
tenemos que comer
cualquier pan, sino
que
tenemos que comer
de «tu pan»,
que tenemos que
«comerte a ti».
porque tú mismo
eres el «pan de vida»
Pedro
Ignacio Fraile Yécora
No hay comentarios:
Publicar un comentario