"Tenemos que
hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero"
El verano nos trajo, con el calor plomizo y
sofocante, la noticia de que José Luis estaba enfermo, muy enfermo. Le habían
detectado un tumor cerebral. La sangre
se nos quedó helada, el rictus de los labios desapareció como por encanto.
Tenemos ya una edad lo suficientemente madura como para saber que se nos
anunciaba la antesala inmediata de la muerte.
Con José Luis me unían muchos recuerdos, muchas
experiencias compartidas, muchas horas de conversación. Primero en el Seminario
Menor de Tarazona; luego en el Seminario Mayor de Tarazona (calle Ávila); luego
como profesores en el Seminario de Tarazona, luego en su pueblo, en Fuentes de
Jiloca, y también en Mallén… y también en Zaragoza. Digo que teníamos muchas
horas de conversación… y las que nos faltaban. José Luis era un gran
conversador. Más que listo, agudo; más que sesudo, brillante; más que erudito,
provocador. Le gustaban las cuestiones difíciles. Esos campos de batalla en los
que muchos huyen, porque no saben qué decir. Él se encontraba a gusto en el
debate inteligente, en la búsqueda de la verdad, en la diatriba que busca
esclarecer lo oscuro. No le daba miedo nada.

José Luis estaba en las fronteras. Siempre había
sido ese su sitio. No le gustaban las retaguardias. Siempre lúcido, a la vez
que crítico, ponía ese punto de sal necesario para sazonar los buenos platos.
Te nos has ido muy joven, porque cincuenta y tres
años son pocos años. Bueno, para el ser humano, ni cincuenta, ni tampoco
sesenta u ochenta… ¡es tan grande el misterio que encerramos en nuestras pobres
carnes! ¡Es tanto lo que podemos amar, sufrir y esperar, que nunca unos pocos
años de vida pueden hacer justicia con nuestra auténtica valía! Solo Dios puede
hacer justicia cuando, en nuestra corta peregrinación por el mundo, nos tenemos
que despedir. Solo Dios nos puede decir: tú eres único para mí, tú eres mi
querido hijo amado.
Esa es nuestra esperanza: el amor misericordioso de
Dios. Esa es nuestro consuelo, saber que no estamos en manos de un destino
cruel que se ríe de nuestra pequeñez, sino que Dios hace grande y valiosa
nuestra pequeña historia. Ese es nuestro consuelo: saber que nos volveremos a
«encontrar» en Dios, porque Dios es nuestro «encuentro».
Amigo José Luis. Disfruta de la fe que ya no se
cree, sino que se vive… porque en el cielo, usando las palabras de uno de tus
poetas, que también lo es mío, Miguel Hernández, «tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del
alma, compañero»
20 de Octubre de 2017
Pedro Ignacio Fraile Yécora
... yo lo conoci, ya casi de lado, a lo lejos, como uno mas de la calle Avila, como todo lo bueno que pase pasamos alli todos... hay nombres que quedan, que permanecen el de Jose Luis Aldea es uno de esos, un espejo en el que daban ganas mirarse... yo tambien estoy triste... un abrazo.
ResponderEliminarD.E.P. Gran persona, buen sacerdote. Desde la tristeza de una persona q guarda gran recuerdo de el y su familia. Un buen ejemplo como alumno de S.m.Tarazona. Jesús Molina
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