Tiempos recios. Nos tocan vivir «tiempos recios». Esta frase, como
sabe muy bien el lector, no me la puedo apropiar; es de Santa Teresa de Jesús.
Lo que sí podemos decir es que en la historia siempre ha habido «tiempos
recios»; cada sociedad y cada época ha tenido los suyos. ¿Acaso son más
«recios» estos tiempos que los de las distintas persecuciones religiosas donde
se mataba a causa de la fe? ¿Acaso son más recios estos tiempos que los de las
Revoluciones francesas o mexicanas, abiertamente antirreligiosas? ¿Acaso son
más recios estos tiempos que los que llevaron a la Iglesia de nuevo a las
catacumbas en todo el mundo del bloque comunista? Ahora tocan otros tiempos;
para algunos más duros, pues tras la «tolerancia» se esconde la «indiferencia»:
“el mayor desprecio es no hacer aprecio, dice el refrán español”. Para otros
son tiempos de confrontación, de poner en duda y en valor las distintas formas
de expresión religiosa.
Tiempos de espiritualidad. Lo que sí podemos afirmar es que estamos
viviendo por todas partes un «renacimiento de la espiritualidad». No decimos
renacimiento del «discipulado de Jesucristo» o de «espiritualidad confesante».
Son cosas distintas. Algunos buscan espiritualidad fuera de las tradiciones
religiosas, principalmente el cristianismo. Muchas formas de relajación, de
meditación, de silenciamiento interior solo quieren eso, «paz interior» que no
esté unida a ninguna profesión de fe. El debate hace tiempo que está abierto.
¿Cómo vivimos los discípulos de Jesús, los que vivimos la fe en la Iglesia,
estas nuevas formas de espiritualidad no confesante?
La espiritualidad necesita tiempo, y sobre todo lentitud. En una de
las muchas obras que retoman este tema, el autor después de criticar la
aceleración en la que vivimos, hablaba precisamente de esto: la verdadera
espiritualidad necesita tiempo y sobre todo lentitud. Precisamente porque la
verdadera espiritualidad tiene que ver con las relaciones interpersonales, hay
que dedicarle tiempo, como se dedica a los amigos. Las relaciones con las
personas son de largo alcance; hay que invertir horas, espacios, escuchas,
serenamientos, novedades, conflictos, diálogos. Lo mismo en las relaciones
espirituales.
La paciencia y la espera como aprendizaje. Hay que tender puentes,
sin renunciar a lo esencial; para nosotros la fe en Jesús como Señor. Uno de
esos puentes que podemos tender lo encontramos en el evangelio: aprender
a esperar, cultivar la espera. Dios con frecuencia se hace esperar; no porque
juegue con nosotros, sino porque el tiempo es pedagógico. Dios no necesita
dilatar el tiempo de su amor, pero nosotros sí que necesitamos percibir este
amor, de forma lenta, paulatina, progresiva. Dios no tensa la paciencia para
forzar nuestras decisiones, pero sí nos enseña a madurar, a sopesar, a leer
nuestra vida con perspectiva. Sabemos que el encuentro con Dios es seguro; pero
no sabemos cuándo. No podemos apresurarnos, provocar fracasos por nuestra
impaciencia; forzar las situaciones. Nuestra espera debe ser atenta, vigilante.
El tiempo en la historia de la salvación. El sentido del tiempo en
las tradiciones y filosofías religiosas es muy distinto de unas a otras. Las
propuestas religiosas de carácter cósmico proponen un tiempo circular, cíclico,
de eterno retorno. La Palabra de Dios nos propone un tiempo pedagógico, de
esperanza, de futuro. Un tiempo donde las promesas y la confianza son
fundamentales. Un tiempo donde la paciencia no es solo una virtud humana, sino
la forma de esperar la presencia siempre novedosa y siempre sorprendente de
Dios. Un tiempo salvífico.
Pedro Ignacio Fraile
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