Se nos ha ido de forma discreta, como fue toda su vida. Le recuerdo dirigiendo las excavaciones del “Galli Cantu” en Jerusalén, con inteligencia y pocas palabras, en el último quinquenio de los años 90. Lo recuerdo comprando albahaca (“nana”, en árabe) a las mujeres palestinas que ponen sus puestos de verduras en la Puerta de Damasco de Jerusalén. Le recuerdo reivindicando la presencia española en los descubrimientos del Monte Nebo, en el Memorial de Moisés, que el padre Michele Piccirillo había descubierto. Visitando una vez el lugar con él me dijo: «mira la foto del fondo». Allí estaba él, joven, con el equipo italiano, en la foto que testimoniaba el feliz descubrimiento.
Lúcido, valiente, adusto. Hombre de
pocas palabras, las justas. Hombre incisivo cuando hacía falta, y claro, muy
claro cuando había que decir la verdad. Recuerdo también cuando se enfrentó,
dialécticamente y con argumentos, a una joven historiadora que pasaba por la Casa
de Santiago de Jerusalén y repetía como un sonsonete el papel nefasto de la
Iglesia Católica en las cruzadas. Florentino la supo poner en su sitio.
Buena parte de su vida científica la
pasó excavando en Jerusalén. Florentino era un privilegiado. Excavó en el Santo
Sepulcro, en la zona que se conoce como la “Gruta de Adán”. Años más tarde
excavó en la colina que desciende desde el monte Sión hasta el Guijón, en lo
que se conoce como “Palacio de Caifás”.
La primera excavación es fundamental.
Algunos historiadores de la religión repiten una y otra vez que el cristianismo
es una ‘religión del siglo IV’, y que el Santo Sepulcro responde a las
creencias fanatizadas de santa Elena más que a la realidad. Florentino excavó debajo
de la roca del Gólgota, y encontró unos lugares de culto de los tres primeros
siglos que evidenciaban la presencia de la comunidad de Jerusalén en aquel
lugar. El «Gólgota» sumaba otros argumentos históricos, a los ya existentes,
para poner ante la mesa de los que cuestionaban la historicidad del lugar. Este
trabajo lo publicó, siendo a día de hoy referencia para los estudiosos.
El caso de la Casa de Caifás es
distinto. Las murallas actuales de Jerusalén son del siglo XVI, de Soleimán el
Magnífico, pero no era el trazado de las murallas de la época de Jesús. Se
supone que alguien tan importante como el Sumo Sacerdote, vivía en zona de
«nivel alto», no con el pueblo bajo, y que además vivía «dentro del perímetro
amurallado». Florentino excavó, estudió, encontró… pero desconozco (quizás
algunos lo sepan), si Florentino ha publicado sus conclusiones antes de su
muerte.
Florentino era religioso, Agustino, y
estaba vinculado al Monasterio de El Escorial. Los últimos años de su vida los
pasó en su convento de Salamanca. Allí lo fui a ver, hace años. Quise visitarlo
porque hacía poco que había fallecido su amigo y mi amigo, José Antonio Marín,
con quien tanto compartió en Jerusalén. Estuvimos un largo rato hablando, y nos
despedimos.
La obra más conocida de Florentino es
un “Guía a Tierra Santa”, modelo de trabajo serio y rigurosos. Otros muchos, yo
entre ellos, nos hemos atrevido después de él a publicar también nuestra guía a
los santos lugares. A modo de anécdota final, comentando con él que por qué no
escribía más, comentó: «Solo ha que escribir cuando hay algo que aportar». Así
era él. De pocas palabras. Amigo Florentino, que el Buen Dios, el Padre de
nuestro Señor Jesucristo, en quien creíste, te dé el abrazo de la vida y de la paz.
Descansa en paz.
Pedro Fraile
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