06 febrero, 2014

CUATRO PERSONAJES EN BUSCA DE LECTOR


 Uno de los problemas que tenemos hoy los cristianos es cómo acercarnos a la Biblia. No sólo es una razón «teológica», pues para un creyente se trata no de un simple libro sino de la «Palabra de Dios»; es también una razón «cultural», pues con frecuencia nos repelen textos que bien parecen anclados en un pasado ya superado (como es el caso del relato de la creación), bien son violentos y pensamos que no hay que leerlos.
Una tercera razón, más allá de las dos anteriores, es una razón de lectura creyente. El Nuevo Testamento es más fácil, pero ¿cómo leer el Antiguo Testamento sin renunciar a nuestra condición de creyentes y de personas de este mundo occidental del siglo XXI?
Os propongo no una lectura «literal» de textos mínimos, sino una lectura creyente y narrativa desde la perspectiva de los personajes. Dicho de otra forma, se trata de ver que cuando leemos la Biblia, no intentamos «ajustar a nuestra vida» historias que no nos importan, sino que podemos decir que ‘esta historia que leo, es mi historia’.
Los pasos son tres:
Primero: la experiencia humana
Segundo: el personaje tal como nos lo presenta el texto bíblico
Tercero: la teología (nuestra idea de Dios) que subyace y que debemos cambiar.


1. Abrahán: de la búsqueda a la obediencia

La experiencia humana. Con frecuencia nos encontramos con personas inquietas. Inquietas por su futuro porque tienen ambición, o inquietas por las grandes preguntas que una y otra vez vuelven a su vida. Puede ser que esta persona, si es religiosa, busque una palabra en Dios. Pero, ¿qué Dios? ¿Vale con el Dios de los padres? ¿Es suficiente la fe heredada o hay que ponerse en camino? ¿No es mejor conformarse con lo que ya sabemos? ¿Y si en el camino se pierde incluso las pocas seguridades que nos quedan? ¿Hay que fiarse de los otros o hay que rechazar? ¿Hay que partir de las seguridades o es mejor no fiarse de nada ni de nadie, el escepticismo absoluto? ¿Juega Dios con nuestros sentimientos?
La experiencia de Abrahám. Abrahám es descrito como alguien que vive en su casa con su familia. Debemos suponer, por tanto, que tiene sus seguridades. Podría llevar su vida sin más complicaciones. Podría seguir la religión de sus padres. Un día escucha una llamada que le dice ‘ponte en camino a la tierra que yo te mostraré’ (Gn 12,1). Es lo mismo que decir: desinstálate, muévete, deja tus seguridades y arriésgate.
Es más. Parece que Dios se le está riendo, porque las dos promesas son absurdas: a una persona anciana cuya mujer es estéril le dice que va a ser padre de una multitud como las arenas de la playa o las estrellas del cielo. A una familia de itinerantes les promete que les dará una tierra y que la habitarán (Gn 15,1-5;18; 22,17).
Abrahám puede tener el pecado de la osadía, de la imprudencia... o puede correr el riesgo de la fe. Abrahám se arriesga a pesar de que su mujer, Sara, se le ríe. Abrahám tiene la osadía de albergar en su casa a unos personajes extraños e invitarlos a la mesa; ellos serán los que anunciarán una buena  noticia tantas veces esperadas y tantas veces frustradas: va a ser el padre de un niño (Gn 18,10-15)
Cuando la promesa de Dios parece que se va a cumplir, Dios parece que se riera de nuevo del pobre y buen Abrahám: quiero que sacrifiques a tu hijo (Gn 22). La prueba de que la fe de Abrahám es segura se manifiesta aquí; sabe que Dios no le va a fallar y decide obedecerle. Es obediencia en la fe; no obediencia ciega a un destino cruel, sino a una promesa anterior: ‘multiplicaré tu descedencia’. El ‘aquí estoy’ de Abrahám (Gn 22,11) no es un juego de palabras, sino una actitud de fe confiada a la vez que obediente.
Abrahám, padre en la fe. Abrahám ha pasado a ser modelo del creyente en las tres grandes religiones monoteístas o proféticas. Primero porque creyó ‘contra toda esperanza’ la promesa que le había hecho Dios. Después porque no dudó en hacer lo contrario a lo evidente (sacrificar al hijo de la promesa) sólo porque Dios se lo había pedido. El valor de Abrahám es ponerse en camino; ser un buscador, y dejar sin miedo que le visitase Dios por medio de aquellos desconocidos. El valor de Abrahám es la integridad de su vida y la fe en un Dios personal que se le comunica en la historia, no al margen de la historia. Las personas son mediaciones; unas veces como estorbo (Sara desconfía), otras como don precioso: Isaac.
El recorrido de Abrahám es actual porque ninguno de nosotros puede presumir de no tener que hacer el camino de la fe y de pasa la prueba. Cada uno tendrá las suyas; tendrá que dejar sus seguridades (la casa paterna, sus dioses) y correr el riesgo de una fe que no sabes bien dónde te puede llevar. La fe bíblica te llevará a decir ‘hinnení’ aunque lo digas con los ojos llorosos. La experiencia de Abrahám es que Dios ni se goza en el sufrimiento ni falla. Su camino es para buscadores, pero buscadores que saben acoger el misterio del más grande.

2. Jeremías: la escucha del Dios incómodo


La experiencia humana. La fe puede ser una alegría, una gozada, una suerte maravillosa... o puede ser fuente de conflictos, de tristezas, de combates internos. Se puede dar gracias por el don de la fe, o se puede protestar a Dios diciendo por qué a mí; por qué yo... ¿Acaso no soy el hazmerreír de la gente? ¿No sería mi vida más feliz si fuera como todos’. Ser creyente no es sinónimo de vivir en paz. Es más; muchas veces es sinónimo de vivir en tensión, en contradicciones, en confrontación con personas que hacen mofa y escarnio.
La experiencia de Jeremías. Jeremías ha pasado a la historia por ser un personaje amargado: ‘lloras más que Jeremías’, se dice aún en algunos sitios. En efecto, de él nos han llegado las confesiones (Jer 11,18-12,6; 15,10-21; 17,14-18, 18,18-23; 20,7-18); son, sin duda, sus textos más significativos.
Jeremías es un ‘hombre de Dios desde el seno materno’ (Jer 1,5). No podemos decir, por tanto, que sea un converso, o un trabajador ‘de la última hora’, como dirá la parábola del evangelio. Jeremías ha recibido la vocación siendo aún un muchacho y la ha aceptado (Jer 1,6). Vive en una aparente contradicción: unas veces desea que Dios hable (Jer 15,16); otras lo vive con angustia (Jer 20,8).  Sin embargo su vocación profética le impide callar la voz del Señor (Jer 20,9)
Su misión se convierte con frecuencia para él en burla y escarnio (Jer 15,17-18). Tiene que nadar contra corriente; tiene que predicar lo que no quieren oír. Cuando todos, pueblo y políticos, dicen que la salvación viene de las tropas egipcias, que salvarán a Jerusalén de su asedio, él dice de parte de Dios que no hay remedio, que el pecado del pueblo ha llegado a su límite y es mejor que no pongan resistencia. Jeremías es golpeado y condenado a muerte. Jeremías se enfrenta con un falso profeta que halagaba los oídos de Jerusalén (Jer 28).
Jeremías es el hombre que  sufre precisamente por ser fiel a su vocación; por eso grita y protesta y llega incluso a decir que hubiera sido mejor si no hubiera vivido (Jer 20,14-18). Es un profeta trágico, sufriente, para nada tranquilizador de conciencias.
¿En qué Dios creemos? El gran riesgo de todos los creyentes es hacernos un Dios según nuestros prejuicios o a nuestra imagen y semejanza. Puede ser que nos construyamos un Dios juez y severo, que no transige con el mal hasta el punto de que está siempre irritado y con mala cara. ¿No será que nosotros somos así y proyectamos en Dios nuestra forma de ver el mundo y a los demás?
Puede ser, por el contrario, que nos hagamos a la idea de un Dios bonachón, el abuelete que es cómplice con los nietos frente a los padres y les pasa todo, ‘papa Noel’ que va repartiendo regalos y dulces. El Dios revelado en Jeremías es, sin embargo, un Dios desconcertante y exigente. Por una parte llama: Jeremías se sabe enviado por Dios; por otra le envía a una misión que la vive como fuente de tensión. ¿Puede ser esto así? ¿No será mejor no creer?
El Dios de Jeremías es un Dios que no se deja manipular. Jananías es un falso profeta que dice hablar en nombre de Dios. ¡Tremendo desconcierto! ¿A quién hacer caso? ¿Quién dice la palabra de Dios? ¿El que pronuncia lo que nos gusta o el que dice la verdad aunque no nos guste y nos moleste? El Dios bíblico da la felicidad, da la vida; su palabra es verdadera, pero esto no  quiere decir que sea siempre agradable a nuestros oídos o que coincida con nuestras apetencias en cada momento. ¿Cuándo leo la palabra de Dios la siento como interpelante o como droga calmante que me da la razón?

3. Jonás: las convicciones contrariadas


La experiencia humana. Las personas solemos tener unas ideas fundamentales en torno a las cuales organizamos nuestra vida: son nuestros principios. Principios éticos, principios religiosos, principios políticos. En la infancia recibimos de nuestros padres, profesores y entorno social. En la adolescencia decidimos que  no valen y que queremos tener los nuestros propios. En la juventud tenemos principios universales y por lo general generosos; en la madurez aparece la sensatez y vamos aquilatando los que moverán el resto de nuestra vida. Por eso mismo, cuando una persona que tiene, más o menos claro lo que piensa y ve que de repente todo se le cae... decimos que se le ‘caen los palos del sombrajo’. Contamos con imprevistos, con dificultades, pero no con que se nos venga abajo las columnas sobre las que edificamos nuestra vida.
La durísima experiencia de Jonás. Jonás es una buena persona y un buen judío. Sabe qué agrada a Dios y lo que le contraría. Sabe que Dios es justo, que premia y castiga. Es más, ha recibido de Dios mismo una palabra profética. Por lo cual debería sentirse privilegiado y halagado. Jonás conoce bien la política de su tiempo y ha oído hablar de Nínive, la gran ciudad impía donde abundan los ídolos abominables, donde la gente no respeta los mandamientos de Dios y donde la sangre se derrama por doquier. Nínive está, sin duda, llamada a la destrucción.
La palabra de Dios le dice, sin embargo, que tiene que ir a Nínive para que anuncie un castigo venidero, el pueblo tenga tiempo de convertirse y se pueda salvar. Jonás no sólo no lo entiende, sino que se niega a obedecer: Nínive debe ser destruida.  Jonás desobedece y huye; se va justo hacia el oeste, hacia Tarsis, para huir de la misión. Después de muchas peripecias Jonás predica la conversión y Nínive se convierte. Como el hermano mayor de la parábola de Lucas, Jonás se enfada (4,1) y le pide a Dios que le quite la vida porque su soberbia no soporta ver que los pecadores se hayan salvado. Por segunda vez, Dios le corrige. Por medio de una ramita de un árbol donde se había cobijado y que se había secado, el Señor le hace comprender a Jonás dónde está lo importante y dónde lo secundario.
¿Quién corrige a quién? No es demasiado difícil encontrar entre gentes religiosas personas que se atreven a enmendar la plana a Dios. Cuando se insiste en que el Dios Bíblico es un Dios de amor y de misericordia, no falta quien diga: ‘Sí, pero antes es justo’. A Dios le salen con frecuencia abogados que lo quieren defender y corrigen otros textos bíblicos. Son como Jonás que se enfada porque Dios es misericordioso y él está convencido de que se ha equivocado.
La fe supone no el decirle a Dios cómo tiene que actuar, o cómo debe comportarse en el mundo, sino en abrirse a su acción siempre desconcertante a la vez que iluminadora. El Dios bíblico no permite ser reducido a un ídolo que cogemos y dejamos, que castigamos o premiamos, que engañamos con nuestras mentirijillas y que le hacemos ir por donde nosotros queremos.


4. Elías: la pasión por Dios

La experiencia humana: ¿Conoces a alguien que defienda los derechos de Dios? Puede ser que cualquiera de nosotros nos pongamos en esta texitura: «no toleramos que se manche el nombre de Dios».  Las razones son varias y distintas:

-        no permitimos que se mofen de Dios porque es nuestro Padre
-        no permitimos que nadie «use» el nombre de Dios para hacer magia, o para manipularlo       como si de un títere se tratara.
-        no permitimos que en nombre de Dios se explote a nadie; por ejemplo, cuando decimos ante una catástrofe «es la voluntad de Dios».
Dios es Dios y no se puede «reducir» a un sentimiento de bienestar, porque ¿qué hacemos cuando las cosas no van bien, dejamos de creer en Dios?
Tampoco es un «Dios relojero» que pone en marcha el reloj del mundo y se retira a descansar. El Dios de Jesús es un Dios que sufre y que actúa.
¿Se puede vivir la fe en Dios de forma «desapasionada» como si de algo accesorio se tratara? ¿Podemos vivir igual cuando creemos en Dios?

Elías, un profeta contra todos: La Biblia nos presenta a Elías con tres rasgos:
-        Es el hombre que defiende a los pobres y se enfrenta a la reina Jezabel  porque ha mandado asesinar a un pobre campesino para quedarse con su tierra (1Re 21,17). Dios no tolera la injusticia
-        Es el hombre que se enfrenta a todos los profetas de Baal y es perseguido porque confunden al pueblo y lo alejan del Dios verdadero (1Re  18,36-39)
-        Es el hombre que recibe una lección de parte de Dios: él no quiere la violencia sino la presencia del Dios oculto; del que se revela pero que no se puede asir, coger, capturar.

Elías ha pasado a la historia bíblica como el «defensor del yahvismo». Moisés es el guía del pueblo, el libertador y el compilador de las leyes de Dios. Elías es el que más va a defender la verdadera fe contra todos los intentos de reducción a una idolatría o de una fe movida por las «creencias», pero que olvida al Dios de la justicia.

Un profeta para nuestro tiempo. No es fácil hoy ni hablar de Dios ni, mucho menos, sustraerlo a la acusación velada de que el monoteísmo es la causa de la violencia remota de muchas situaciones de nuestras sociedad.
Sin duda que Elías es un profeta violento, pues se enfrenta a los profetas de Baal por defender a Dios. Es un profeta apasionado. Pero recibe de Dios una lección:
-        Él no está en el viento huracanado del que nos protegemos
-        Él no está el terremoto que destruye
-        Él no está en el fuego devorador
Dios se revela en ese «susurro» apenas perceptible. Hay que salir de la cueva, hay que vivir en medio de mundo y descubrir el paso de Dios por las vidas de las personas.




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