20 junio, 2016

ACABO DE LLEGAR DE TIERRA SANTA


Hoy es lunes 20 de Junio de 2016. Acabo de llegar de Tierra Santa y no puedo por menos que escribir, aunque sea de forma rápida, las experiencias que «de nuevo», y de «forma nueva», han pasado por mi vida. Tierra Santa no es una «tierra de otro mundo». Es Junio y hace calor; es el calor del Mediterráneo, de los campos recién cosechados, de los escuálidos pinares de nuestros montes, de los cabezos que han dejado atrás el verdor de la primavera. Tierra Santa es «mediterráneo» (ovejas, viñas, higueras, cereal, olivos…), pero es «mediterráneo oriental»: hierbabuena, especias, sésamo, cardamomo… Otros sabores, otras músicas, otros olores.
            Tierra Santa es una casa que se conoce y desconoce a la vez. Cuando llegamos a Nazaret, aunque no hayamos estado nunca, los peregrinos conectan con un «conocimiento inscrito» en el corazón: la Virgen María, la Anunciación, Jesús de Nazaret, la Sagrada Familia. Todos saben de qué hablamos, aunque muchos de ellos, la mayoría no hayan estado allí nunca. No es «esoterismo», ni «recuerdo de vidas anteriores», no. Cuando un  peregrino ha escuchado desde pequeño el texto de la Anunciación a María, y lo escucha allí, sabe de qué habla y lo saborea de otra forma. Con los ojos cerrados, el sí» de María se hace actual, presente, se personaliza. El peregrino dice «sí» a esas pequeñas llamadas de Dios, si no diarias, sí frecuentes; si no inmediatas, sí esperadas.
            Cuando llegamos a Belén, nadie pregunta qué pasó allí. Lo que suelen preguntar es dónde está la gruta, o dónde está el pesebre… porque saben que Jesús nace en una cueva y en un pesebre de animales, a las afueras de la ciudad. No hay que explicarlo todo, hay que dejar que el peregrino traiga a su corazón tantas navidades vividas con los suyos. El animador o el acompañante de la peregrinación tiene, eso sí, que recordar que creemos en un Dios que nació en un establo de animales y no en una corte; que creemos en un Dios que se hace niño y nace pobre, no un héroe fuerte e invencible; que creemos en un Dios accesible, que se puede abrazar, no en un Dios lejano, ajeno a nosotros y nuestras pobres vidas.
            Tierra Santa es la casa de todos los cristianos aunque no hayamos estado físicamente en ella. Hacemos personal y espiritualmente nuestro recorrido: nos unimos al sí de María en Nazaret y besamos a Jesús niño en Belén; acompañamos como los discípulos a Jesús por los caminos que rodean el Lago y nos dejamos sorprender por sus enseñanzas; subimos con Jesús al monte Tabor y decidimos acompañarle hasta Jerusalén. Allí, en la ciudad tres veces santa, para judíos, cristianos y musulmanes, hacemos memoria de la presencia siempre nueva, nunca reducible, siempre sorprendente, nunca tematizada, de Dios. ¿Cómo no hablar de Dios en Jerusalén, cuando oímos las campanas del Santo Sepulcro, escuchamos la llamada a la oración de las mezquitas y vemos cómo cantan y bailan los judíos al Señor en el Muro de las Lamentaciones?
            Yo no digo que Tierra Santa sea «Tierra de conversiones» tumbativas, como la de Saulo/Pablo en su camino a Damasco; pero sí afirmo que yo he visto llorar de emoción a muchas personas en Tierra Santa. Muchos me buscan con preguntas que no se atreven a hacer en público; otros se acercan al sacerdote y disimuladamente comienzan conversaciones profundas, de hondura humana y espiritual con él; otros espontáneamente en alguna eucaristía o en una oración compartida dicen lo que están viviendo.  Tierra Santa no es «mágica». El que tiene duro el corazón, y se cierra como una ostra, sigue teniendo duro el corazón; pero el que peregrina sin corazas, se encuentra sorpresas que él mismo no se esperaba.
            Acabo de acompañar a un grupo parroquial de Palma de Mallorca, con su párroco y vicario al frente. Una vez más, el milagro de Tierra Santa se ha cumplido. Personas que han dado repetidamente las gracias porque «ha sido el viaje de su vida», o «porque excede las expectativas puestas», o porque las preguntas que siempre estaban pendientes han brotado de forma espontánea. Dios hace su obra con sus tiempos y sus métodos; como él quiere y decide en su sabiduría… porque es Dios. Nosotros solo nos dejamos hacer. ¿Os animáis a hacer el viaje de vuestra vida peregrinando a Tierra Santa?

Pedro Ignacio Fraile Yécora
https://pedrofraile.blogspot.com/

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