24 julio, 2016

SANTIAGO, MEMORIA DE HISTORIA Y DE EVANGELIO.

            Esta fiesta del pueblo de Dios, del pueblo creyente que une a Palestina con España, tiene marchamo de fiesta bien mítica, bien política, o las dos. No se puede evitar. Para muchos, para miles de personas, mañana es el punto de llegada del «Camino de Santiago». Para otros muchos miles, mañana es el «Patrón de España».
            Por mi afición a la historia, no hace mucho compré y leí una revista de divulgación (seria, no de «historia ficción» o de «misterios extraños»), que se dedicaba de forma monográfica al camino de Santiago. Cuándo nació, los reyes que lo favorecieron, las vías que siguieron… Un auténtico placer de erudición de datos de ciudades, de personas, de anécdotas. Es verdad que dedicaban solo un artículo, de pasada, al aspecto religioso. El «Camino de Santiago» ya es «Patrimonio espiritual de la humanidad», aunque me parece que la UNESCO no le haya concedido este título.  A nadie se le ocurre negar la evidencia, cerrar los ojos al hecho de que personas de todos los lugares del mundo transitan caminos y veredas, atraviesan montes y bosques, pasan calamidades para llegar a la Ciudad Santa y dar un beso o un abrazo al Santo. Ni el más necio del lugar se atrevería a despreciar este hecho. Es verdad que para muchos es un «reto a conseguir» de distinto tipo, no necesariamente espiritual; también puede ser una «medalla» que colgarse… pero no importa demasiado. Para muchos, para muchísimos, ir a Santiago es ir a encontrarse con el apóstol de Jesús. Con el evangelio. Y eso está ahí.
            Para otros muchos el día de Santiago, con la ofrenda al Patrón de España por parte del Rey o en su defecto de un alto cargo del Gobierno, tiene una evidente lectura política. No solo por lo que significa que se haga la  ofrenda en nombre de España, sino también por la unión que supone entre la fe católica y el Estado. A mí, personalmente, no me molesta.
            Pero creo que para los católicos, la fiesta de mañana es mucho más. Nos vamos a Galilea. Jesús acaba de ser bautizado por Juan Bautista en el Jordán. Regresa a su tierra, pero no vuelve a Nazaret, sino que va al Lago de Tiberíades. Una mañana acude a un grupo de pescadores, dos familias, que están recogiendo las redes. Jesús es de «tierra adentro», es campesino; Nazaret está lejos de la costa del Mediterráneo. Jesús se acerca a aquellos hombres y les habla. Cómo sería la conversación, que sienten «llamados» y le «siguen». Los evangelistas nos hablan de una verdadera llamada, que con el tiempo denominaremos «vocación». Los hermanos son Pedro y Andrés por una parte; Santiago y Juan por la otra. Desde este momento, ya no dejan nunca solo a Jesús. Le acompañan en los mejores y en los peores momentos. A veces meten la pata, como cuando quieren ocupar puestos importantes en el futuro «reinado» de Jesús. No terminan de entender. Pero no le abandonan. Santiago no solo estuvo hasta el final, sino que además estuvo en los albores del anuncio del evangelio. Es «apóstol».
            Celebrar a Santiago es recordar que estas tierras nuestras, desde el Mediterráneo al Atlántico, fueron un día «evangelizadas» por hombres y mujeres de coraje, de corazón, valientes. Para mí, celebrar a Santiago es celebrar la primera evangelización, la de hace siglos; a la vez que me arde una pregunta: ¿cómo anunciar hoy, aquí, ahora, esta buena noticia de Jesús? Los siglos nos separan, la urgencia y la belleza de la misión nos une.

Pedro Ignacio Fraile
25 de Julio. Solemnidad de Santiago Apóstol. Patrón de España.



No hay comentarios:

Publicar un comentario